Hay que verlo para creerlo. Rodeado de escombros y desolación, con ese rostro apergaminado por las cirugías y esa sonrisa de medio lado de los tipos a los que se les da una higa los demás, Silvio Berlusconi se dirige a todos para expresar el momento patético de la catástrofe de L'Aquila y le salen frases como “garantizar a las víctimas hipotecas de bajo tipo de interés” o deben “tomarlo como un fin de semana en un camping”. Berlusconi es uno de esos personajes que no están hechos para que la literatura los trabaje, no pueden describirse, son carne de imágenes en movimiento. Es un espectáculo audiovisual, apenas si tiene algo que ver con la letra escrita. No se le capta en su auténtica naturaleza a menos que se le vea actuar, porque lo suyo es el circo. No hace de payaso, aunque tome cosas de él; ni de trapecista, si bien le entusiasma anunciar los triples saltos mortales; ni tampoco de domador, por más que lo suyo tenga mucho de alimentar fieras. Silvio es, por encima de todo, el presentador, ese individuo de frac que habla y gesticula mientras va dando entrada a los números; el que dirige la fiesta ante el público pazguato y expectante.
No creo que haya ningún secreto tras el personaje Silvio Berlusconi, porque todo lo que tiene, ya sea de patrimonio ya sea de personalidad, se puede explicar sin demasiado esfuerzo. Incluso sus actitudes, típicas de un delincuente; su desprecio por la ley y esa conciencia hoy tan celebrada incluso por la magistratura de que el delito de iniciados no paga y que los tribunales al fin y al cabo son lo más parecido a lo que en sanidad se llaman centros de primeros auxilios; se atiende a los casos urgentes con medidas de contención y paliativos, y se revierte luego el paciente a los grandes hospitales para engrosar la lista de espera.
Donde sí está la intriga, la polémica, lo inquietante, es en saber quiénes y por qué le votan. En primer lugar hay que contar con el odio hacia una casta política más despreciada aún que los grandes delincuentes. Puestos a elegir para que lleve sus asuntos, mucha gente prefierea un delincuente con años de rodada a un pulpo glotón, discreto y falaz, que va arramblando con el presupuesto en nombre de un partido, de derechas o de izquierdas, eso es lo de menos, porque la diferencia en esto es casi imperceptible fuera del lenguaje, del estilo. El de Silvio Berlusconi es estentóreamente derechista, pero no en una medida tan relevante como los gestos. La palabra no tiene el más mínimo valor si la separamos del gesto. A Berlusconi hay que verlo hablar.
La gran fortuna berlusconiana procede del socialismo italiano; sin Bettino Craxi no se podrían entender ciertas maneras de abordar la política o la magistratura o la política exterior de Berlusconi. Crece y se expande a partir de la gran época de los socialistas en el poder. Y yo me pregunto si en una medida similar, nosotros no hemos saltado a la gran burbuja del ladrillo y el fraude y los negocios especulativos gracias a ese periodo económico que iniciaron gentes como Miguel Boyer y Carlos Solchaga, por citar dos ejemplares genuinos de profesionales de la política y la finanza que abrieron una época y un estilo.Eso ayudaría a entender a un tipo de 72años que se comporta como un empresariocircense con los ciudadanos y comoun mafioso con sus colegas; que fabrica leyes de inmunidad para sí mismo; que ha comprado a jueces y abogados; que se ha constituido en el más rico del país; que es zafio, vulgar, lenguaraz y hortera hasta el patetismo.
¿Cómo ese hombre puede conseguir una popularidad superior al 55 por ciento de la población italiana, cuna de la insinuación política y de la teoría del Estado, y de la finezza y del compromiso, y de tantas otras cosas como hemos aprendido de la laberíntica clase política italiana desde hace siglos, incluso antes de que se llamara italiana? Pues posiblemente por eso, porque la sociedad ha cambiado y porque la escala de valores de una sociedad castigada por una clase política de rapiña y doblez convierte a la ciudadanía en personajes de Hobbes; te merece más confianza un jefe de estafadores que el sicario de un aspirante. No es sólo que puestos a robar, haya una mayoría que prefiera a unprofesional que a un novato. Ahí no está el peligro. Lo inquietante viene cuando robar no está mal visto si algo de ello revierte luego a los demás.