ŽUna gran paradojaŽ, Jaime Arias

Una tarde primaveral, en los años sesenta, Ramon Trias Fargas, Pere Duran Farell y un servidor fuimos invitados a subir a bordo del yate de mister Forbes. Sí, el propietario de la famosa revista de economía neoyorquina. Obviamente, no trataba de incluirnos en la lista de las primeras fortunas del mundo, pobre de mí. Le interesaba sacar unas impresiones acerca de la situación del país y de las perspectivas de la economía catalana, locomotora de la española, tras el cambio en el gobierno de Franco, que había fichado a los "tecnócratas", entre otros a López Rodó, Ullastres y López Bravo. El peso de la conversación lo llevaron el ingeniero Duran, impulsor de los recursos energéticos, y el profesor Trias, director del servicio de estudios del Urquijo. Formado en las universidades de Chicago y Oxford, el joven hacendista se despachó a gusto.

La información de primera mano no podía ser más ilustrativa para el editor estadounidense, encandilado por la exposición del imaginativo introductor del gas africano, en ese tono confidencial que solía emplear con sus interlocutores. Esa voz baja que contrastaba con la altisonante manera de hablar del bisoño banquero, a escala de una corpulencia que se antojaba arrogante. A primera vista, la presencia de Trias Fargas impresionaba, al tiempo que desprendía cierto aire mandón y hasta intimidante. Rasgos que, una vez entrado en seria conversación, daban paso a una innegable autoridad en los temas abordados. Eso explica el rápido ascenso de Trias en el Urquijo y la confianza y amistad que le granjearon cerca del poderoso consejero delegado Juan Lladó, como describe Jordi Amat en un capítulo clave de su laureada biografía Els laberints de la llibertat.

A este propósito, el testimonio de Miquel Roca tiene excepcional valor documental cuando califica de decisivas las intervenciones de Trias en el Madrid de la transición. Escritor y orador brillante, su dominio del castellano cultivado en el exilio colombiano y soporte de un hondo saber de la economía le confería máxima autoridad y respeto. Los argumentos del catalanista Trias vencían y convencían.

De ahí también que Artur Mas afirme la rabiosa actualidad de las opiniones irrebatibles del que fue indeclinable defensor de una plena gestión hacendista autonómica, al estilo del concierto fiscal que disfrutan los vascos desde la era franquista. Y he aquí la gran paradoja del Gobierno central. El Estado ha mantenido aquel sistema para Euskadi, rechazando la reivindicación catalana. Hasta ahora de nada valió la decisiva contribución política a la reconciliación de los españoles, su ayuda a la gobernabilidad, su antiviolencia, su absoluto rechazo del terrorismo, su inveterado europeísmo democrático, su ejemplo de convivencia pacífica, de país abierto al ejercicio de las libertades fundamentales, etcétera, etcétera. Paradójico.

28-III-09, Jaime Arias, lavanguardia