“Mal rollo“, Llątzer Moix

Ciertas personas necesitan leer a articulistas que les irritan, del mismo modo que un adicto necesita su dosis. Algunos devoran los artículos de Rosa Montero porque aprecian en ellos un cóctel de feminismo y ramplonería que les enerva. Otros leen a Juan Manuel de Prada porque confían en que la prosa algo antañona de este autor desencadene sus demonios. Cito a estos dos autores a título de ejemplo y ruego de inmediato su perdón, porque el repertorio de articulistas odiables es infinito y nos incluye a todos. El asunto depende, en buena medida, de las fobias del lector.

Esta paradójica atracción por lo que nos repele es de efectos leves cuando se basa en criterios estéticos, y más nociva cuando uno busca enervarse escuchando a quienes vocean opiniones políticas contrarias. Porque voceadores nunca faltan. Sin ir más lejos, el diario El Mundo suele echar mano de supuestas conspiraciones para agitar la política nacional, a fin de acomodarla a su línea editorial. Como esto no es sencillo cuando la ciudadanía conserva el uso de razón y el derecho a voto, tales agitadores recurren con frecuencia a la lapidación verbal de sus víctimas, enrareciendo la convivencia.

Este recurso al insulto, sedimentado en cierta prensa, ha alcanzado en la radio, sobre todo entre las estrellas de la Cope, cotas dignas de proceso y condena. De paso, ha incrementado la legión de enganchados, que reclaman a diario una dosis mayor. Todos ellos están de enhorabuena, puesto que el tertulianismo radical está haciéndose un hueco en televisión, a codazos con los reality shows,merced a la cadena Intereconomía, cuyos debates nocturnos son éxtasis para los yonquis del mal rollo. Fluyen en estas sesiones la arrogancia, la descalificación y el denuesto. En su mesa asimétrica, cuatro tertulianos antigubernamentales machacan a menudo a un quinto más o menos progresista, bajo la dirección de un moderador que les azuza contra la tropa de ZP, como el perrero azuza a la jauría, dicho sea esto sin ánimo lesivo, sino en sintonía con el cinegético caso Bermejo,que les ha tenido muy entretenidos.

Cada cual es libre de dedicar su ocio al espectáculo que prefiera. Aunque sea tan áspero y partidista como el referido. Pero conviene recordar que esta opción es una entre tantas. Pueden hacerse otras cosas. Por ejemplo, leer El factor humano (Seix Barral/ La Campana), de John Carlin, emotivo libro sobre la reconciliación nacional de Sudáfrica, un país donde el odio racial parecía un tumor del tamaño de una sandía, inextirpable; donde un teólogo de la Iglesia Reformada Holandesa llegó a sostener que las leyes segregacionistas seguirían vigentes en el cielo, y donde Mandela, echando mano de la persuasión, la razón y los buenos modales, logró seducir a sus rivales y conducir a un país fracturado, al borde del abismo, hacia un futuro mejor. Fue otra manera de comportarse. Y aún es posible. También aquí.

1-III-09, Llàtzer Moix, lavanguardia