´Cereales con cannabis´, Miquel Molina

Michael Phelps tiene la suerte de pertenecer a la federación estadounidense de natación, y no a la japonesa de sumo. De ser así, habría sido expulsado de por vida de su deporte tras comprobarse que consumió marihuana. No sólo eso: hubiera tenido que renunciar a cualquier ganancia relacionada con su pasado deportivo. Que es lo que le ha sucedido al joven luchador Wakakirin, pillado por la policía cuando daba unas caladas en el distrito de Roppongi, Tokio. Wakakirin, que ha pedido perdón por su "locura", ha renunciado a los 60.000 dólares que se embolsan todos los luchadores al retirarse. Y se ha convertido en un paria en un país donde se venera el sumo como una tradición con connotaciones religiosas, un arte cuyos practicantes deben llevar una vida monacal.

Phelps, en lo deportivo, ha salido bien librado: apenas una condena a no competir en tres meses. Pero no ha acabado ahí su castigo. Si en Japón la sociedad entera rinde culto a los luchadores de sumo, en Occidente sacralizamos la imagen de nuestros héroes en las campañas publicitarias. Campañas como la que protagoniza el nadador para la firma Kellogs Co., que ya ha anunciado que no le renovará el contrato porque su comportamiento no responde a "la imagen de la marca".

La imagen. ¿Qué imagen? ¿No es acaso la publicidad, en el fondo, un juego basado en la imaginación del anunciante y en cierta disposición de la audiencia a dejarse subyugar? ¿Alguien se creía de verdad que los héroes que nos sonreían desde los anuncios estaban libres de mácula? Opinaba el sábado el colega Xavier G. Luque que tal vez el error es delegar en los deportistas la transmisión de los ideales de nuestra sociedad. Porque eso es lo que hacemos: las marcas, beneficiándose de la urgencia que tienen los atletas de asegurarse una estabilidad económica en su corta vida deportiva, y el resto, convirtiéndonos en cómplices necesarios de la farsa. Ese es el error. Y la forma de enmendarlo, sanciones aparte, quizás sería usar estos deslices como estrategia educativa: convertir en ritual de iniciación la decepción que puede causar en los jóvenes ver a su ídolo transitar por el lado poco saludable de la vida. Mostrarles el matiz. Enseñarles hasta qué punto tiene la vida una natural tendencia a complicarse por muchos superdesayunos saludables que uno se meta en el cuerpo antes de tirarse a la piscina.

Eso y plantearnos si vale la pena seguir prefabricando héroes para luego arrastrarlos por el barro. En el fondo, escandalizándonos así, estamos sugiriendo que los maradonas,los phelps o los wakakirins de turno tienen culpa de que un porcentaje no despreciable de la población consuma sustancias adictivas, ya sea en el deporte, en los bares, en los hogares, en las redacciones de los periódicos o en los consejos de administración de los fabricantes de desayunos.

10-II-09, Miquel Molina, lavanguardia