Muy entretenida y elocuente la reacción de la "gran clase" política española al discurso de entronización de Obama. Y además, de gran profundidad y seriedad en el análisis: portavoces socialistas han encontrado en la pieza un retrato vivo de Zapatero; portavoces populares han expresado la envidia que sienten de no tener en España un presidente con esa capacidad de ilusión y liderazgo. No hace falta decir que, si lo tuviéramos, la oposición sería la primera en lamentarlo, porque les cerraría toda posibilidad de recuperar el poder.
Si se juega a hacer comparaciones, ninguno de los dos partidos estatales sale bien parado: Zapatero podrá tener su encanto decaído, pero tampoco Rajoy detiene el tráfico cuando va por la calle. O sea, que más les vale no seguir por ese camino. Además, ¿cómo se puede comparar nada? Obama es un emergente, que disfruta de la gracia de los elegidos. No dirige un partido, que siempre condiciona las adhesiones, sino que se ha erigido en cabeza de un movimiento ético - subrayo lo de ético-que trasciende las fronteras de su país. Y, puestos a definirlo ideológicamente, después de sus fantásticos discursos, todavía no tenemos claro si es liberal, socialdemócrata o ambas cosas a la vez.
Lo que interesa para una lectura española es su mensaje. Y creo que valen la pena tres apuntes. Primero, el sentido nacional de su discurso. ¿Se imagina alguien aquí un discurso de exaltación de la unidad y los cimientos nacionales? Lo hace el Rey en Navidad, y salta el resorte nacionalista. Lo que en América levanta pasiones y alimenta el orgullo popular, en España es todavía un factor de discordia, seguramente porque falta lo fundamental: sellar el concepto de nación con el acuerdo de todos.
Segundo, la misión que considera que tiene encomendada. Obama quiere reconstruir el país en momentos de postración. Yno aspira a más. A eso convocó a todos los ciudadanos. ¿Y qué quieren los dirigentes españoles? Ah, todos son padres fundadores. Nadie quiere reconstruir el país. Lo quieren refundar. Se quería en tiempos de Felipe González, con aquel célebre "no lo reconocerá ni la madre que lo parió" de Alfonso Guerra. Lo soñaba Aznar, que se consideró el padre de la "segunda transición". Y se lo propuso Zapatero en su primer mandato. Quizás el problema español sea precisamente ese: su permanente refundación.
Tercero, la actitud: lo más sugestivo de Obama es que, ante la crisis, no se achanta ni se acobarda. Podrá salirle mal, pero muestra decisión. Aquí estamos tratando de digerir la resignación - ¿el hastío, la abulia?-del señor Solbes cuando confesó que se ha utilizado "todo el margen" que teníamos. Se me dirá: es que Obama llega nuevo, con ansias nuevas. Y este cronista responderá que de acuerdo, pero con una duda: ¿para renovar fuerzas, para crear confianza, para alimentar la esperanza, hay que cambiar la dirección? Pues ese es el debate que está empezando a surgir.
22-I-09, Fernando Ónega, lavanguardia