´¿Se ´resovietiza´ Rusia?´, Josep Piqué
Pido disculpas por el palabro del título y paso inmediatamente a justificarlo. Hace un tiempo que, en estas mismas páginas, reflexionaba sobre los errores que, muy a menudo, cometemos a la hora de interpretar a Putin y, por ende, a la actual Rusia. Estos errores se han vuelto a poner de relieve en estas últimas semanas, a raíz de la crisis del gas entre Rusia y Ucrania y que ha afectado a buena parte de Europa y muy especialmente a países como Bosnia, Eslovaquia, Macedonia, Bulgaria o Serbia, que dependen casi exclusivamente del gas ruso que atraviesa territorio ucraniano, y también a Grecia, Austria, Eslovenia, Turquía, la República Checa o Hungría, con una dependencia superior al 60%. En cualquier caso, la UE, en su conjunto, compra a Rusia un 25% del gas que necesita. Nada menos.
Y por ello, las dos batallas por la ubicación de nuevos gasoductos son tremendas. Una, para que eviten el tránsito del gas ruso a Europa a través de territorio ucraniano (bajo el Báltico, hasta Alemania; un proyecto auspiciado por Gazprom más Basf y E. ON y la holandesa Gasunie, y que preside el ex canciller alemán Schröder). Otra, que el gas proveniente del Caspio no cruce territorio ruso (a través de Azerbaiyán yde Georgia, en el Cáucaso, hasta el mar Negro y Turquía; un proyecto - Nabucco-auspiciado por la UE y lleno aún de incógnitas), que explica algunas cosas sobre la política rusa en la zona y que hemos visto el pasado verano con su intervención militar y la independencia de facto de Abjasia y Osetia del Sur. Una primera observación superficial nos llevaría a condenar el chantaje ruso para doblegar a Ucrania, en el trasero de Europa y demostrar, de paso, la importancia estratégica que el gas le proporciona a Rusia y a sus ambiciones neoimperiales.
De hecho, yde ahí el título de este artículo, la extinta URSS fue la máxima culminación de las ambiciones imperiales históricas de la Gran Rusia de Pedro y Catalina: incluir en su seno Asia Central y el control del Caspio, la costa oriental del Báltico, el Cáucaso, y parte del mar Negro, y ampliar su área de influencia hasta el límite de Europa occidental. Y ser una de las dos grandes superpotencias mundiales. Y eso se desmoronó con la caída del muro de Berlín y la desmembración de la Unión Soviética en quince estados independientes.
Los rusos despertaron dramáticamente de su sueño imperial y vieron como el Occidente victorioso de la guerra fría les imponía sus condiciones. Entre ellas, la ampliación de la OTAN hasta sus fronteras y con estados que habían sido territorio soviético o habían estado bajo su claro dominio, y que, ahora, podrían incluir Georgia y la propia Ucrania. Avancemos un poco más con Ucrania. Históricamente, Ucrania se ha debatido internamente siempre entre sus dos almas: la que mira a Rusia, y la que mira a Europa. Y eso se refleja electoralmente casi al 50%, aunque hoy la posición oficial ucraniana es prooccidental, y plantea su integración inmediata en la OTAN y, a largo plazo, en la UE. Por eso, la presión rusa sobre Ucrania busca convencerle de que, contra los intereses vitales de Rusia, el coste para Ucrania es demasiado elevado.
Parece claro, pero no lo es. Ucrania es un país profundamente corrupto en lo político y en lo económico y que usa el miedo al peligro ruso para mantener posiciones de privilegio en lo energético (poco acordes con su aparente apuesta por la economía de mercado) y para sostener una oligarquía nada proclive a las reformas democráticas. Y Occidente no debe caer en determinadas trampas. Ucrania no tiene razón (quiere gas con precios por debajo del mercado y pagar con enormes retrasos), pero usa muy bien el victimismo para presentarse como adalid de la resistencia ante las aspiraciones neoimperiales de Rusia. Y es verdad que Rusia las tiene (lo que llamo la resovietización),pero el debate hay que situarlo más allá del conflicto con Ucrania. La gran cuestión es cómo tratar a la nueva Rusia de Medvedev-Putin, una vez superada la depresión postsoviética y la etapa de Gorbachov y de Yeltsin.
Rusia tiene debilidades estructurales muy serias (su escaso peso demográfico, la corrupción y el crimen organizado, su atraso tecnológico o su dependencia excesiva de los precios internacionales de la energía), pero quiere ser tratada como una potencia muy relevante. Lo es por muchos otros motivos: desde la energía hasta su enorme extensión geográfica, pasando por su poder militar y nuclear. Y decidamos si verla como socio potencial, a pesar de las dificultades, e integrarla, como se intentó, en procesos decisionales de la OTAN, comprometiéndola con la economía de mercado, la OMC e instituciones multilaterales, o verla como un adversario que controlar, neutralizar y, si conviene, combatir (no militarmente, pero sí en los demás ámbitos).
La UE, una vez más, está dividida. Como en otras muchas cosas. Pero si queremos ser relevantes, esto puede ser crucial. Porque Europa puede marcar el camino. Más que EE. UU. Ya que Rusia, como Ucrania, tiene su alma europea. Como se dice en las películas americanas, to be continued.
Josep Piqué, economista y ex ministro, 17-I-09, lavanguardia