īRD Congo, etnias y algo másī, Josep F. Māria
En las últimas semanas, el conflicto armado de baja intensidad que asuela el Este de la RD Congo desde 1996 ha subido de volumen. El general tutsi Laurent Nkunda, rebelde enfrentado al ejército regular congoleño, llegó el 29 de octubre a las puertas de Goma, capital de la provincia congoleña del Kivu Norte. El ejército se retiró en desbandada, ante la superioridad armamentística de Nkunda. La Monuc (misión de la ONU para Congo) contempló impotente el espectáculo: su jefe, el español Vicente Díaz de Villegas, certificó con su dimisión dicha impotencia.
El conflicto tiene sus orígenes recientes en el genocidio ruandés de 1994. Entonces, en la pequeña y densamente poblada Ruanda, vecina de la RD Congo, la minoría tutsi y la mayoría hutu se mataron entre ellas durante unos terribles días, que concluyeron con el ascenso al poder del actual presidente tutsi Paul Kagame y el exilio hacia el Este de la RD Congo de miles de hutus. Elementos militares hutus han formado grupos armados cerca de la frontera con Ruanda. Contra ellos dice luchar Nkunda, un tutsi al que muchos presumen apoyado por Kagame. Hasta aquí una - poco matizada-explicación étnica. Pero hay algo más que etnias.
El Este de la RD Congo tiene inmensas riquezas minerales: entre ellas oro y coltán (componente de los teléfonos móviles yde las consolas). Las ONG han identificado rutas de salida ilegal de dichos minerales hacia Uganda y Ruanda, con la connivencia de empresas mineras y de los diversos grupos armados. El canje de oro por armamento es habitual, y ha llegado a salpicar a soldados de la Monuc.
Por otra parte, Paul Kagame es - junto con el presidente ugandés Museveni-un peón de EE. UU. en la región. No por casualidad Nkunda endurece su ofensiva en pleno relevo de poder en Washington. El día 29 Nkunda habría entrado en Goma si no le para los pies el secretario adjunto de EE. UU. para África,Jendayi Frazer.
La situación de la población es trágica. Los informes de derechos humanos que nos llegan son espeluznantes, y señalan como principales víctimas a los civiles, especialmente las mujeres. Es en nombre del inmenso sufrimiento de tantas personas, y no de disputas económicas o ideológicas, por lo que la comunidad internacional debe actuar. Y debe hacerlo con diligencia.
Josep F. Mària, jesuita y profesor de Esade, 24-XI-08, lavanguardia