´Traducción litoral´, Màrius Serra

Hace unos días una señal en la ciudad de Swansea entró en la incipiente historia de los gazapos de la era digital. Matthew Tree lo recogió en su columna "Longterm resident" del semanario catalán en lengua inglesa Catalonia Today,y veo que también circula por los medios británicos. Según la ley galesa, los rótulos públicos deben estar en las dos lenguas del País de Gales (llamado Cymru en galés y Wales en inglés). Por eso, un funcionario monolingüe envió un texto en inglés a un traductor para que le retornara la versión galesa: "No entry for heavy goods vehicles. Residential site only".

Es decir, la clásica prohibición que impide a los vehículos pesados entrar en las zonas residenciales. El traductor no estaba disponible, pero aun así el funcionario recibió una respuesta en galés: "Nid wyf yn y swyddfa ar hyn o bryd. Anfonwch unrhyw waith i´w gyfieithu". Ni corto ni perezoso, colocó ambos textos en la enorme placa metálica del rótulo. Arriba el texto en inglés, una flecha separadora, y abajo el galés. A partir de ese momento, los conductores que llegan ante la señal de Swansea leen en inglés "Prohibida la entrada a los vehículos pesados. Zona residencial" y, debajo, en galés, algo más personal: "En estos momentos no estoy en la oficina. Por favor, envía el texto que desees traducir". El malentendido admite diversas lecturas, entre las que no excluyo la falta de previsión del traductor al escribir su respuesta automática, pero parte de tres D: desconocimiento, desidia, desdén. Por un lado, la ley que fija la presencia de las dos lenguas en las comunicaciones públicas se queda corta al no exigir un mínimo nivel de conocimiento de ambas lenguas en los funcionarios que cobran del erario público. Eso permite que el responsable de tan interesante desaguisado no tenga ni zorra idea de lengua galesa. Pero eso no es lo más grave. Lo peor es que a este desconocimiento le sumamos el desdén hacia lo que se desconoce. El galés se la suda; ni desea aprenderlo ni lo aprenderá jamás. Si al traductor que estaba fuera de su oficina le hubiera dado por poner pensamientos de Rabindranath Tagore en su respuesta automática, en Swansea los conductores que dominan el galés podrían leer cosas como: "Si lloras por no poder ver el sol, las lágrimas no te dejarán contemplar las estrellas".

Conozco a unos cuantos funcionarios monolingües que comparten la actitud del de Swansea, con el agravante de que aquí la proximidad lingüística entre catalán y castellano les impide fingir que no entienden los mensajes en catalán. Otra cosa es el euskera. Tree recuerda en su artículo una campaña antidroga del Ministerio de Sanidad y Consumo cuya versión en euskera incitaba literalmente a consumir. Nadie pareció darse cuenta hasta que saltó el escándalo. La desidia y el desdén parten de la peregrina idea de que existen lenguas de primera y de segunda, según el no menos peregrino método de contar el número de hablantes lejanos con los que te permitiría entablar una conversación que nunca sostendrás. ¿No sería más lógico valorar en primer lugar el criterio de proximidad? Eso sería verdaderamente cosmopolita, entre otras cosas porque te permitiría ir hablando ya de entrada con todos. Para el funcionario, es una pérdida de tiempo obligada por la tozudez de sus compatriotas galeses en hablar su enrevesada lengua. Otra actitud es posible. Hace años comía en el Guinardó, cerca de la oficina donde hacía los crucigramas. Era un cuchitril regentado por andaluces que cocinaban muy bien y su plato estrella de invierno era la "sopa de galés".

17-XI-08, Màrius Serra, lavanguardia