"Contra la tolerancia", Andrés Neuman

En los últimos días hemos asistido a dos malas noticias que comparten un hilo común, y que dicen mucho acerca de los malentendidos que puede provocar la moral de lo políticamente correcto. Sobre todo, cuando esa corrección no se refiere al sentido profundo de los comportamientos sino sólo a sus formas, al lenguaje que sirve para glosarlos. Igual que sucede en literatura, en la página pública no existen las palabras inofensivas; o construyen bienestar, o son dañinas.

Hemos sabido que la sede granadina de la asociación de gays, lesbianas y bisexuales (Nos) acaba de sufrir un atentado. Forzaron la puerta, robaron varios objetos de valor y luego, nada menos, defecaron encima de una mesa. Este último detalle sería meramente escatológico, si no fuera porque resulta de un simbolismo atroz. Es eso lo que algunos hacen con los derechos ajenos, y para eso ni siquiera hace falta que medie un robo. No ha sido, además, el primer ataque a este colectivo: venían recibiendo el aviso reiterado de pintadas homófobas en las persianas de la sede. Algo parecido, de hecho, había sufrido ya en nuestra ciudad la asociación Colega.

Los hechos son ya, de por sí, más que preocupantes. Pero no menos me alarma leer que aquellas pintadas y agresiones son calificadas por los medios de “intolerantes”. La noticia en el periódico tenía apenas tres párrafos, y tres eran las ocasiones en que esta palabrita aparecía sospechosamente mencionada. “Actitud intolerante hacia las tendencias sexuales”: con acusaciones de esa clase –tan generalizadas hoy, por otra parte- el equívoco está servido. ¿Pero qué demonios hay que tolerar? ¿Qué los demás amen y deseen a quienes les apetezca? “Acciones violentas por parte de personas intolerantes”. Los enfoques paternalistas no ayudan a crear una corriente de opinión civilizada. Aunque bien intencionada, esta insistencia en la tolerancia empieza a parecerme intolerable. Me imagino a uno de los agresores conteniendo la respiración, aguantando, rojo de tolerancia, hasta que un día explota y sale a desahogarse.

Estoy en contra de la tolerancia. No me siento, como ciudadano heterosexual y con papeles, representando por sus defensores públicos. Las palabras educan o manipulan; y, lo que es peor, a veces manipulan aparentando que educan. Ni siquiera se trataría de aceptar la homosexualidad o la inmigración; no hay nada que aceptar. Comprender tal vez sería demasiado: hay gente que jamás entenderá que los demás tienen derecho a ser distintos, a ser otros. Sería cuestión, entonces, de respetar y punto. Respetar y dejar vivir.

Mientras la sede de Nos era vergonzosamente invadida, un grupo de encapuchados celebraba la Semana Santa dándoles una brutal paliza a tres marroquíes que –según la prensa- acababan de llegar a Huelva. Finalmente, unos de ellos murió en un hospital de Sevilla a causa de las heridas. Desde el principio, me asombró que la policía barajase con tanta naturalidad la hipótesis de un ajuste de cuentas o de una reyerta anterior. ¿En qué quedamos? ¿Los agredidos no habían llegado a Huelva ese mismo día? Puestos a sospechar, ¿era verosímil que se tratara de una venganza, cuando apenas pasaron el día en un municipio fresero y luego se trasladaron a la capital para pasar la noche? ¿Les dio tiempo, en pocas horas, de provocar un altercado grave, el odio de varias personas y una respuesta organizada? Me parece lógico que la policía evite afirmar nada hasta que se demuestre la verdad. Pero me huele mal que, siempre que unos inmigrantes aparecen apaleados, se conjeture a priori que pueda tratarse de un simple problema entre ellos o de mafias. La población autóctona siempre es un poco menos sospechosa. Unos días más tarde, claro, la versión del atentado xenófobo ha acabado imponiéndose como la más probable. Sin embargo, el daño público ya estaba hecho.

Para colmo, la Subdelegación del Gobierno se encargó de rematar la faena declarando, pese a deplorar el acto (faltaría más), que se trataba de un “hecho aislado” y que la campaña agrícola en la provincia estaba transcurriendo con “normalidad”. ¿Puede haber una verdadera normalidad con excepciones como éstas? Si no me falla la memoria, el 21 de marzo un grupo de inmigrantes también fue agredido en Palos: otra excepción, supongo. Este enfoque “normal” de las atrocidades resulta más perjudicial de lo que parece. Con el mismo criterio, debiéramos concluir que el mundo está en paz, todo en orden, “a excepción” de Afganistán, Iraq, Palestina… Y eso es, exactamente, lo que opinan Bush o Aznar. ¿Por qué hay ciertos temas en los que la normalidad, en cambio, no admite excepciones? ¿A alguien se le ocurrió la barbaridad de sostener, por ejemplo, que el mes de septiembre de 2001 transcurrió con normalidad en Nueva York, salvo el aciago día 11? O, si ir tan lejos: si muriesen tres aficionados en un estadio de fútbol, ¿se atreverían las autoridades a afirmar que ha sido una jornada como otra cualquiera, con la sola excepción de los difuntos?

En los días siguientes, incluso cuando la hipótesis que más fuerza cobraba era la de la agresión xenófoba, la prensa siguió insistiendo en que la campaña fresera en Huelva venía transcurriendo normalmente. ¿Qué sería, entonces, una campaña anormal? ¿Que se produjeran muertes todos los días? Claro que los medios no hacen sino reproducir el lenguaje entre vacío e irresponsable que emplea la mayoría de nuestros políticos. Tras tachar, con toda justicia, de monstruoso el ataque, la Delegación onubense de la Junta se apresuró a añadir que era incomprensible que tales atrocidades sucedieran en una sociedad que “presume de tolerante”. Y ya estamos otra vez con los malentendidos. En primer lugar, no maltratar a marroquíes todos los días no es algo de lo que se pueda presumir: es, simplemente, una obligación, lo que dicta la ley. Se empieza presumiendo de cumplir la ley, y se acaba violándola. Y, en segundo lugar, no creo que sea la famosa tolerancia el valor del que convendría enorgullecerse.

No hay nada que tolerar, nada que soportar. ¿Acaso los ciudadanos de a pie sentimos que el prójimo “nos tolera”? ¿Podemos vivir realmente en paz existiendo a regañadientes de nuestro vecino? Ah, pero nuestro caso es distinto, nosotros somos normales. Ah, pues será eso… Ya que –evidentemente- los políticos no son los culpables directos de los crímenes, ¿no podrían, por lo menos, pensar en las palabras y conceptos que emplean, puesto que luego los reproduce una sociedad entera? Leo que el candidato por Los Verdes a la alcaldía de Granada se ha comprometido a iniciar campañas serias de información sobre la homosexualidad en los institutos. Me parece una buena idea. Eso sí sería prevenir atrocidades. Eso sí sería normal.

12-IV-03, Andrés Neuman, andresneuman