´El silencio de los corderos´, Imma Monsó

Alguien ha dado voz a las verdaderas víctimas de ese sistema de enseñanza secundaria, ahora tan vilipendiado por la opinión pública? Claman los padres que sufren, los profesores que padecen malos modos, los alumnos que no encajan en el sistema, pero, ¿y las verdaderas víctimas?

Me refiero al colectivo, nada despreciable, formado por los alumnos educados, aplicados, delicados o temerosos. Esos críos, que llegan a la secundaria con la peregrina idea de progresar en sus conocimientos (en lugar de pasarse el día mirándose al espejo, limándose las uñas o cascándosela), esos ingenuos que se han creído lo que los padres les han repetido hasta la saciedad (que hay un valor a priori que es el respeto al prójimo, y que ese respeto incluye escuchar al que habla con real o fingida atención), se encuentran con el siguiente panorama:

Si el profesor es afable, o joven, o si la asignatura es considerada "de menor importancia", la juerga reinará en el aula y el exhibicionista de turno campará a sus anchas. Que se olvide la pequeña víctima de aprender italiano o mitología griega, porque no logrará distinguir la voz del profesor de las de sus compañeros. Si se le ocurre preguntar algo, el profesor (por lo general medio sordo a causa de los decibelios que soporta día a día), se lo hará repetir tantas veces que la criatura acabará por desistir y aburrirse. Puede que acabe riendo las gansadas de algunos por no llevar la contraria a la mayoría. Una vez su atención cortocircuitada por las interrupciones constantes, las aventuras de Perseo o las de Jasón pasarán a segundo término, cuando no a mejor vida.

Si, por el contrario, el profesor les asusta o si la asignatura se considera "seria", la falta de atención es más disimulada: buena parte de alumnos se entregan con frenesí a la confección de mensajes clandestinos. Nuestra pequeña víctima, se verá inevitablemente distraída por el trasiego de papelitos, cuando no solicitada por Fulanito para que le pase el mensaje a Menganito. Lo hará, para no pasar por borde, y hasta será pillada en flagrante delito. En el mejor de los casos, estará distraída, y si en ese momento el profesor está explicando cómo se multiplican potencias, adiós potencias. Tampoco es tan grave: casi seguro el profesor dedicará a las potencias varias semanas, de modo que lo que había que hacer en dos semanas se hará en dos meses (toma informe PISA). Y la amarga paradoja de que algunos de los alumnos que ocasionan trastornos de atención en el aula van a recuperar sus conocimientos años más tarde, mientras que algunas de nuestras pequeñas víctimas nunca van a tener más oportunidades, algo que en la pública se hace más dolorosamente patente.

La fórmula del éxito es obvia: o segregar a los alumnos dispuestos a mantener el mínimo de respeto, o regresar a una disciplina férrea. De ese modo, los que no se enteran porque no quieren seguirán sin enterarse. Pero, en cambio, los que no se enteran porque ahora no les dejan, harán subir el ranking del informe PISA como un cohete. La actitud en el aula incide directamente en los contenidos, y mientras esto no tenga arreglo, ya pueden ir haciendo leyes hasta el día del juicio final.

¿Una verdad incómoda? Puede. Llevo muchos años viendo a esas víctimas día a día y estoy hasta las narices de que pasen por víctimas sólo los chavales inadaptados, a los que llevamos años dedicando un sinfín de tiempo y recursos. Claro que hay que cuidarlos también, pero de ninguna manera sacrificando, como se está haciendo desde hace años, a las víctimas silenciosas (nunca mejor dicho), del sistema educativo.

15-XI-08, Imma Monsó, lavanguardia