Osetia del Sur: ´nadie nos defiende´

El oficial ruso que manda en el control de la llamada zona de contención entre Georgia y Osetia del Sur es benévolo y nos deja pasar. Los georgianos también pasan, un mes después de la guerra, a ver qué ha sido de sus casas. Atemorizados. Saben que una semana atrás los milicianos surosetios mataron a un policía georgiano del otro lado cuando, según dicen, iba a orinar entre las matas. Las tropas rusas de pacificación - que llevan años en esta región- estaban allí.

La caravana de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) tiene dificultades para explorar la zona. Acnur lo hace poco a poco. 22.000 georgianos se vieron desplazados por la guerra. El informe de OSCE habla de "criminalidad y acoso ampliamente extendido por elementos surosetios". Rusia dice que han de tratar con sus gobernantes independientes para entrar en la ciudad de Tsjinvali y la OSCE suspende las negociaciones. El plan Sarkozy-Medvedev no marcha.

En Karaleti, y más adentro, en pueblos a dos o tres kilómetros de Tsjinvali, las milicias surosetias han quemado casas. La OSCE recoge en su informe esta forma de limpieza étnica, que tiene su traducción política: el líder surosetio Eduard Kokoity condiciona el retorno de los desplazados a que asuman la ciudadania surosetia (él, en realidad, quería unir el territorio a Rusia, pero Moscú le dijo que no). Se dice que se están repartiendo pasaportes rusos a los georgianos.

"No nos defiende nadie. Los rusos no hacen nada; al contrario, piden vodka y comida", dicen en Karaleti, donde ha habido diez muertos, uno de ellos el amigo del señor Alexander, de 72 años, tiroteado desde un coche, cuando ambos conversaban, ante la pasividad rusa. Los carros de combate, explican, han arruinado la cosecha. Todos deben a los bancos y no hay gas. Y el invierno se acerca.

"Cuando llegaron los rusos - cuenta en Gori una refugiada que huyó de su pueblo, junto a Tsjinvali-, los bandidos venían detrás y pedían dinero y oro. Si Hubieran tenido miedo de los rusos no se hubieran atrevido, lo tenían pactado". "Pero antes teníamos buena relación con los osetios - dice otra mujer-. Todo lo provocaron los rusos. El 25 de julio ya estaba el ejército ruso en Tsjinvali con sus tanques. Y los policías osetios nos decían: vosotros queréis a América y la OTAN, y van a castigaros". Los osetios corrientes "estaban también asustados porque los bandidos los consideraban enemigos por vivir junto a los georgianos".

Luego estas gentes verían la retirada del ejército georgiano. "Estaba cantado - dice un hombre de Karaleti-. Yo soy un hombre sencillo, pero para mí la matemática es simple: ¿por qué atacar, si se sabía que Tsjinvali no se iba a recuperar? Y encima se han perdido diez pueblos georgianos".

La cuestión ahora es si los mediadores internacionales contemplan la historia de este territorio, cómo han evolucionado sus límites y sus gentes, antes, durante y después de la época soviética.

24-IX-08, F. Flores, lavanguardia

Lo que no comprenden los osetios de esta guerra es para qué les sirven las fronteras. En el Cáucaso todo está demasiado cerca como para que la gente pueda olvidarse una de otra. "Yo soy de aquí, pero mis padres se fueron a Vladikavkaz hace tiempo. Tenemos familia en Georgia y Armenia. Los de Osetia del Norte hablan más ruso, aquí más osetio y, a veces, georgiano. Y todos nos entendemos", dice un soldado surosetio que vigila las calles de Tsjinvali. La actriz Isolda Bepova, que vive en el centro, nació en Tiflis pero renegó de su origen tras la primera guerra en la región. "Es inhumano atacar a tus hermanos", dice. En la Osetia rusa, la del norte, el pueblo llano comparte la misma opinión.

Culpan al Gobierno de Tiflis de lo ocurrido, pero cuando se pasa el calentón inicial aparece la incomprensión. "Le contaré una historia - comienza Lali Jadonova, rusa de origen georgiano cuyo marido es armenio-. Tras la II Guerra Mundial, un pueblecito quedó dividido por la frontera entre Turquía y la URSS. A una mujer se le murió un hijo que vivía al otro lado y pidió permiso al soldado de la valla para cruzar. Éste le dijo que no, y ella se fue a Tiflis, luego a Moscú, a Europa, Estambul y llegó al pueblo, enterró a su hijo y se acercó a la frontera. El soldado, cuando la vio, comenzó a llorar. Pidió perdón a la señora y le dejó cruzar a su casa". "En los despachos de los políticos no caen bombas", se desquita Albin Igorevich, un conductor de autobuses que acogió en su casa de Vladikavkaz a varios conocidos tras el bombardeo de Tsjinvali. Con él ya viven varios familiares que escaparon de la guerra de los 90. "Yo quiero visitar a mi familia en Osetia del Sur, y ver a mis conocidos de juventud en Georgia. Pero no puedo".

24-IX-08, G. Aragonés, lavanguardia