´Laissez faire, laissez passer…´, Josep Piqué

Con esta frase (dejad hacer, dejade pasar…), una escuela doctrinal francesa del siglo XVIII, la de los fisiócratas, resumía su actitud a la hora de enfrentarse a los retos económicos. Es, probablemente, la primera expresión liberal del pensamiento económico.

Los fisiócratas creían en la libertad, aunque tenían, si se me permite, un "lío intelectual": creían que la creación de riqueza sólo era posible en el sector primario y que la industria sólo transformaba esa riqueza - sin crear valor- y, que, por lo tanto, lo importante era liberalizar los recursos ligados a la tierra para que el progreso viniera por añadidura. Hoy todo esto nos parece extraordinariamente simplista. Porque lo es.

Pero no la reivindicación de la libertad. Más allá de los que nunca han creído en ella (totalitaristas, de derecha o de izquierda), el contrapunto democrático siempre ha venido de una reivindicación paralela: la de la igualdad. Y la aparente contraposición entre libertad e igualdad está en la raíz de la contraposición ideológica entre lo que convencionalmente denominamos derecha e izquierda.

El tópico así lo expresa: si ante la irracional disyuntiva entre libertad e igualdad eliges la primera, eres de derechas. Y si eliges la igualdad, eres de izquierdas. Ilógica disyuntiva porque libertad e igualdad son perfectamente compatibles. Siempre que los conceptos se delimiten correctamente más allá de las palabras.

Nadie objeta que la igualdad debe ser entendida como igualdad ante la ley y, sobre todo, igualdad de oportunidades. El debate surge cuando, además, se plantea la igualdad en los resultados finales (ese ha sido el ideal histórico del comunismo: una catástrofe sin paliativos) o, cuando menos, con una pretensión de fondo revestida, de manera más o menos ingenua, de otro valor que llamamos solidaridad.

El problema emerge, política e ideológicamente, cuando los valores de libertad e igualdad se mezclan con el valor de la solidaridad. Y así la crítica a la libertad siempre viene desde el lado de la defensa de la igualdad o de la solidaridad. Valores de izquierdas. Y, paralelamente, la defensa de la libertad, frente al igualitarismo o la solidaridad esterilizante que mata la iniciativa individual, pertenece al campo ideológico natural de las derechas. Y no me parece nada mal que esto se plantee en estos términos. Eso vigoriza y fortalece el debate democrático.

Pero todo esto viene a colación ante la diferente respuesta que los gobiernos democráticos pueden dar a la actual crisis económica. Voy a los extremos.

Unos pueden reivindicar el laissez passer.Dejar que las cosas sigan su curso. Caiga quien caiga. Ya se limpiará lo que se necesite. Aunque se multipliquen los parados, volvamos al déficit público, o se desplome la confianza en nuestra economía en los mercados internacionales. Libertad pésimamente entendida.

Otros pueden concentrarse en la igualdad y la solidaridad y defender que lo más importante es que, más allá de la crisis y de cómo darle respuesta, se cubran las necesidades de los más afectados por la situación y esperar, a partir de ahí, que escampe. Igualdad y solidaridad, pésimamente entendidas.

Y ante mi estupefacción, el Gobierno español está en este doble escenario.

Por una parte, el vicepresidente Solbes dice que nunca pasa nada y si pasa, aunque sea catastrófico, será para bien. Quien ha vivido siempre de un sueldo público, ve las cosas desde su particular perspectiva.

Por otra, el presidente dice que, más allá de la crisis y de las respuestas posibles desde el Gobierno, lo más importante son las políticas sociales, ya que, si suavizamos los efectos más negativos de la crisis, seguiremos siendo solidarios. Y de izquierdas. Y si a eso le añadimos que la culpa de todo es de Bush, tranquilizamos definitivamente nuestras conciencias. Terrible.

Es un ejemplo de traducción interesada y particularmente perniciosa del debate ideológico de fondo. Porque ni la defensa de la libertad es hacer dejación de las propias responsabilidades y ser insensible a los dramas cotidianos, ni la defensa de la igualdad y de la solidaridad debe suponer olvidar el rigor en la gestión económica.

La combinación es, pues, la peor de todas: libertad mal entendida (¿qué más da lo que pase, si todo será, al final, para bien?) e igualdad y solidaridad, interpretadas en términos de "cuando todo esto pase, no habrá pasado nada", porque habremos dedicado nuestros recursos (los de todos) a intentar amortiguar los impactos negativos de la situación. Y hay otras combinaciones, JOAN CASAS sin duda. Como la que entiende que no hay mejor solidaridad que hacer políticas que creen empleo y no que lo destruyan. Y eso se hace con liberalizaciones, con nuevas privatizaciones, con reformas estructurales, con rebajas de impuestos, con rigor presupuestario…

La libertad pide rigor y sentido de la responsabilidad y no hay mejor igualdad que la que se deriva de garantizar las mismas oportunidades de partida sin resignarnos a, simplemente, paliar los efectos perniciosos de la crisis para los que las circunstancias expulsan del mercado de trabajo.

Menos resignación ante la fatalidad y más confianza en la libertad. Sin ella, la igualdad o la solidaridad se convierten en meros efectos placebo. Y con la que está cayendo, con eso no curamos ni los dolores de cabeza. Y mucho menos, evitan la cirugía.

Josep Piqué, economista y ex ministro, 20-IX-08, lavanguardia