´Pakistán, el Estado más peligroso del/para el planeta´, George Chaya

La dimisión del Presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, es un hecho que tal vez no haya sido recibido en su real magnitud.

Las agencias de noticias y las televisoras internacionales, incluidas las del mundo árabe, han informado y mostrado escenas donde casi toda la ciudadanía pakistaní, los países de la región y el mundo en general parecen felices. Se ha visto a los ciudadanos cantar y bailar en las calles de las todas ciudades del país y celebrar a la usanza regional disparando sus armas al aire. Muchos pakistaníes y el público internacional creen que el foco principal y la causa que ha originado todos o la mayoría de los problemas del país han terminado y que pronto serán historia.

Sin embargo, el porvenir de Pakistán no parece ser promisorio, por el contrario, pareciera ser que ese atormentado país no estará exento de problemas pudiendo convertirse en la nación más peligrosa del planeta y en rigor de verdad, no son pocos, los dudan de que ya no lo sea. Sólo basta considerar su disponibilidad de amas nucleares y el avance yihadista en torno a poseerlas en futuro.

LA INTELIGENCIA PAKISTANÍ, EN EL PUNTO DE MIRA

En este sentido, no deja de ser preocupante una lectura rápida de portales yihadistas como el foro islamista de Singapur o el portal islamista Al-Ikhlas que muestran cómo los yihadistas se han dado a la tarea de organizar el nuevo santuario y refugio seguro para más de un millón de ideólogos y combatientes del taliban que se encuentran en el oeste de Pakistán y constituyen la más grave amenaza relacionada con el terrorismo que hoy desafía las democracias y las libertades a nivel internacional.

Esta situación difícilmente revierta con la salida de Musharraf, puesto que el núcleo del controversial se encuentra enquistado en el poder mismo de Pakistán, puntualmente en su servicio de inteligencia, el temido ISI.

Las agencias de inteligencia occidentales tienen conocimiento que el ISI ha brindado ayuda a los yihadistas en el pasado, facilitándoles en el presente, un crecimiento cada vez mayor en las regiones fronterizas de la montaña entre Afganistán y Pakistán, el propio presidente afgano, Hamid Karzai, denunció la complicidad del ISI pakistaní en la infiltración de elementos yihadistas en su país. Los servicios de inteligencia occidentales disponen de informaciones fidedignas de que los ámbitos militantes de Pakistán fueron infiltrados desde los últimos 7 años por organizaciones tales como el talibán y que fue el ISI quien generó y facilitó la infiltración de estos grupos por parte de elementos provenientes de zonas tribales del noroeste de Pakistán.

Esta situación no debe sorprender, es totalmente coherente con el historial del servicio de inteligencia pakistaní. Es sabido que el ISI brindó apoyo a la formación del gobierno talibán en Afganistán cuando la ex Unión Soviética retiró su fuerza de invasión y que colaboró estrechamente en la logística de los rebeldes.

EL DOBLE JUEGO DE MUSHARRAF

Musharraf declaró hace pocas semanas que las conspiraciones contra el ISI estaban destinadas a difamar a Pakistán e insistió en que la Inteligencia es una institución patriótica que trabajó siempre por la estabilidad del país. El doble juego que ha desempeñado Musharraf ha sido emblemático.

Desde el comienzo mismo de su gestión, el presidente pakistaní ha desplegado una amplia dotación de palabrerío al servicio de su alianza con Occidente y su compromiso en la lucha contra el terrorismo al solo efecto de afianzar su poder interno, pero lo cierto es que poco o nada, en realidad, ha sido implementado, y ello a raíz de que muchos de sus ayudantes más cercanos en los niveles más altos del gobierno pakistaní eran y son simpatizantes de la yihad global, consintiendo no pocas acciones tendientes a la creación de un Estado talibán, como el que hoy opera en las provincias del noroeste de Pakistán.

A favor de Musharraf se puede decir que tampoco hubiera podido hacer mucho de lo que prometió a sus aliados de Occidente en la lucha contra el terrorismo. Encuestas realizadas por una ONG alemana el pasado mes de enero, escasos días posteriores al asesinato de Benazir Bhutto, arrojaron un nivel de resultados cercano al desastre en las esperanzas de Occidente, que aún confiaba en las palabras de Musharraf, al conocer que casi el 80 por ciento de los pakistaníes deseaba la completa y estricta aplicación de la sharia en todo el territorio de Pakistán.

EL ERROR DE OCCIDENTE

No cabe duda del error estratégico de Occidente en general y de Washington en particular al creer que Musharraf era un aliado incondicional en la batalla contra el terror global, y esto se entiende claramente a partir del deseo de los pakistaníes respecto a la aplicación estricta de la sharia que va en consonancia con el objetivo primario de los talibanes y sus grupos aliados en el propio Pakistán.

Pero no es menos cierto que si Musharraf hubiera actuado enérgicamente contra los talibanes, considerando la infiltración de los elementos afines a ellos dentro de la Inteligencia y del gobierno pakistaní en general, probablemente no hubiera sobrevivido 30 días en el poder.

Tanto más claro se aprecia con ello, el groso error de Occidente al elegir aliados en la guerra contra el terrorismo yihadista. Al mismo tiempo, una de las razones por las que Musharraf era tan profundamente odiado en Pakistán fue precisamente porque en ocasiones actuó en contra de la ampliación y la influencia de la ley islámica, como cuando sofocó militarmente al grupo islamista (Lal Masjid) atrincherado en la Mezquita Roja, un centro de yihadistas favorables a la total aplicación de la sharia. O cuando humilló a los clérigos islamistas de la línea dura, al ratificar un proyecto de ley en el cual los delitos de violación pasaron ser juzgados a través de normas y procedimientos jurídicos modernos mediante el uso de exámenes forenses, en lugar del tradicional mandato islámico según el cual el delito sólo puede ser probado por la palabra de cuatro testigos musulmanes varones que hayan presenciado el acto.

ANTE EL FUTURO, CAUTELA

Cualquiera que sea el régimen que suplante al de Pervez Musharraf es poco probable que disponga del suficiente apoyo popular a medio y largo plazo para trazar un curso diferente de la realidad pakistaní actual. Cualquier intento por bloquear o reducir el enorme poder del aparato que encarna el servicio de inteligencia interior, sin duda fracasará.

Habrá que ser muy cauto en cuanto al escenario futuro, tal vez no sea mucho lo que Occidente logre de Pakistán, contrariamente, debería esperarse avances pronunciados que acompañen un mayor afianzamiento del poder talibán y sus grupos aliados locales. Una fuerte señal de ello se observa en las recientes declaraciones del principal referente del yihadismo militante, Maulana Sufi Muhammad, quien fue puesto en libertad en mayo pasado como un gesto de buena voluntad por parte del régimen, Muhammad ha anunciado que dedicará sus esfuerzos completamente a la aplicación plena de la sharia en el país. No veo asimismo que pueda encontrar esta tarea como difícil ya que uno de los principales candidatos a suceder a Musharraf, el ex primer ministro Nawaz Sharif, ha expresado públicamente también su posición favorable a la instauración y aplicación de la sharia en todo Pakistán.

Sharif se reunió días pasados con Asif Ali Zardari, el esposo de la asesinada Benazir Bhutto y líder del Partido Popular de Pakistán (PPP) quien no ve con buenos ojos la extensión y aplicación de la sharia. Pero según declararon ambos líderes, discutirán para alcanzar una salida consensuada para el futuro de Pakistán. Sin embargo el fuerte apoyo popular y de los sectores yihadistas que dispone Sharif posiblemente se amplíe y se fortalezca aún más en las próximas semanas, algo que para a los funcionarios estadounidenses y europeos será el principio para comenzar a añorar el régimen de Musharraf y los buenos y viejos tiempos que tal vez ya no regresen en Pakistán.

4-IX-08, George Chaya, safe-democracy