(Pakistán:) ´Una bomba (atómica) de relojería´, Lluís Foix

La estabilidad en Pakistán es vital para los intereses occidentales. El presidente Pervez Musharraf no tenía otra opción que dimitir porque se hizo reelegir por el Parlamento que estaba en trance de ser renovado por las elecciones, porque el Gobierno está en manos del viudo de la asesinada Benazir Bhutto, Asif Zardari, y el primer ministro Nawaz Sharif, que fue depuesto por el presidente Musharraf en el golpe incruento perpetrado en 1999.

Un cambio de gobierno en Pakistán tiene una importancia relativa para el mundo. Lo que cuenta es cómo el nuevo presidente y el Gobierno de coalición salido de las urnas van a administrar sus relaciones con los islamistas militantes que tienen relaciones de complicidad con los talibanes de Afganistán. Los radicales islámicos pretenden implantar un régimen fundamentalista en un país que dispone de la bomba atómica.

Se da la paradoja de que Pakistán es un sólido aliado de EE. UU. en la región. Lo fue en tiempos de Ronald Reagan cuando se trataba de derrotar a los soviéticos que invadieron Afganistán en 1979. Fue en las montañas de la frontera entre Pakistán y Afganistán donde se libró el episodio decisivo que puso fin a la guerra fría que se materializó con la caída del muro de Berlín en 1989.

En aquellas guerras de las montañas que se comunican por el célebre Kyber Pass, los norteamericanos reclutaron a guerrilleros de las más diversas procedencias. Osama bin Laden fue uno de esos agentes que contribuyeron a derrotar a los soviéticos y, años más tarde, aparecería como el cerebro principal de los atentados del 11 de septiembre del 2001 que han condicionado la política del mundo en este principio de milenio.

Pakistán es una bomba de relojería para la seguridad global. Su alianza con Estados Unidos es muy cuestionada en el interior del país con acusaciones de aprovechar la generosa ayuda económica y militar de Washington para engrasar la corrupción que se practicó y toleró en los últimos años.

Es frecuente que a las grandes potencias les interesen más aliados seguros que aliados democráticos. Lord Palmerston fue primer ministro británico y se le atribuye la frase pronunciada en 1848 que decía que "Inglaterra no tiene amigos eternos. Inglaterra tampoco tiene enemigos perpetuos. Inglaterra sólo tiene intereses eternos y perpetuos".

Se puede entender que por razones geoestratégicas EE. UU. y Europa se apoyen en regímenes inestables y despóticos como ha sido el caso de la Persia del sha, la Arabia Saudí de la familia de los Saud, los militares de Pakistán o el régimen autoritario del presidente Mubarak en Egipto. El problema se plantea cuando esos autócratas son despreciados por sus propios ciudadanos. El próximo presidente norteamericano seguirá teniendo el mismo problema. Lo tendremos todos.

21-VIII-08, Lluís Foix, lavanguardia