´El derrumbe de la política georgiana ´, Valentín Popescu

El estallido de la guerra ruso-georgiana solamente se puede explicar por un rosario de errores del presidente georgiano, Saakashvili, que le llevaron primero a no tener más oferta política que el nacionalismo radical y, luego, a creer que Rusia soportaría más tiempo la apuesta occidentalista de Tiflis.

En el Kremlin, los sucesivos dirigentes rusos han desarrollado sus políticas interna y externa con un criterio eminentemente pragmático: para ir alcanzando poco a poco sus fines han hecho en cada momento solamente lo posible. De ahí que el Kremlin tenga en su lista de enemigos a todas las antiguas repúblicas soviéticas de orientación claramente antirrusa - desde los países bálticos hasta Ucrania y Georgia- y las haya tratado en más de una ocasión con una rudeza estalinista (recuérdense los cortes del suministro de energía a Ucrania o el boicot electrónico a los estados bálticos), pero no llegó nunca a una agresión armada, que encierra riesgos internacionales que Vladimir Putin - ex presidente y actual jefe del Gobierno- no quiere correr aún.

Que la conducta rusa con Georgia haya sido ahora diferente se debe a la miopía política de Saakashvili. Este llegó al poder en el 2003, con la revolución de las rosas, enarbolando un ultranacionalismo rabiosamente antirruso, sentimiento compartido por la inmensa mayoría de los georgianos. Pero la antipatía de la población georgiana le tenía sin cuidado al Kremlin, en tanto que las decisiones políticas y económicas antirrusas del Gobierno de Tiflis sí que incomodaban e inquietaban grandemente en Moscú.

La decisión georgiana de que su territorio albergase oleoductos y gasoductos para llevar petróleo y gas del Sudeste Asiático a Occidente amenazaba seriamente la mayor baza rusa para alcanzar el estatus de superpotencia que tuvo la URSS de los sesenta y setenta: el casi monopolio de los recursos energéticos que consume la Europa industrial. Además, las prisas mostradas por Tiflis (y no compartidas por la OTAN y la Unión Europea) por incorporarse a las estructuras supranacionales del mundo capitalista podrían abrir una profunda brecha en la rusodependencia económica del antiguo mundo soviético.

Aun así, Putin se abstenía de una intervención directa en Georgia. El deterioro constante de la situación económica georgiana y el consiguiente descontento en esa república alimentaban la paciencia del Kremlin, que esperaba que en Georgia se repitiese el fracaso político de la revolución occidentalista ucraniana (la revolución naranja). Pero ahora, Tiflis le brindó en bandeja de plata a Moscú invadir Georgia "en aras de la justicia".

Que los acontecimientos - y los errores- se precipitasen en la república caucásica es fruto de la impotencia política de Saakashvili, que ante la imposibilidad de mejorar las condiciones de vida del país recurrió al nacionalismo rabioso. La independencia de facto de que gozaban desde 1992, con protección rusa, los territorios autónomos de Osetia del Sur y Abjasia era el caballo de batalla de Tiflis, y Saakashvili, carente de alternativas, quiso recuperar a punta de bayoneta la plena sumisión de esas regiones cuyos moradores no se consideraron jamás georgianos.

La evolución del proceso era previsible, casi evidente, y el Kremlin la forzó la pasada primavera al dejar que los incidentes armados abjasio-georgianos de aquel entonces se resolviesen sin mayores consecuencias. Saakashvili cayó en la trampa e intentó nuevamente solventar sus problemas políticos internos con un alarde patriótico más y atacó Osetia del Sur. Esta era la ocasión de oro para Rusia de intervenir con todo su potencial militar en defensa de los 70.000 osetios más o menos en peligro.

El desenlace militar de la contienda es sabido..., y el político no es nada difícil de adivinar: a partir de ahora, Georgia tendrá que seguir una línea política y económica al gusto de Moscú.

18-VIII-08, Valentín Popescu, lavanguardia