´El boicot´, Pascal Boniface

Si existe un fenómeno que hace añicos el supuesto apoliticismo de los Juegos, es la historia de los boicots. El nombre de Charles Boycott (1832-1897) ha entrado en el lenguaje corriente. Fue un terrateniente irlandés y rico propietario que trató tan mal a sus arrendatarios y jornaleros que estos le relegaron al ostracismo. El boicot se encuentra, pues, en el origen del arma de los débiles que se organizan para luchar pacífica pero eficazmente contra el más poderoso. En el siglo XX, Gandhi popularizó este método pidiendo a los indios que no compraran productos ingleses para presionar a favor de independencia.

Cuando un país boicotea los Juegos prohíbe a sus atletas participar en ellos. Se confunde entonces deporte y política. Se utilizan los Juegos como tribuna para transmitir un mensaje político. Los atletas se consideran de hecho "embajadores del Estado" y el boicot se compara a una ruptura de relaciones diplomáticas.

Entre las dos guerras, la URSS rechazó los Juegos por considerar al COI como una vitrina de la aristocracia y la burguesía. Los Juegos de Melbourne en 1956 sufrieron un doble boicot; los Países Bajos, España y Suiza rechazaron participar para manifestar su desacuerdo con la intervención soviética en Hungría. Y para mostrar su indignación contra la intervención franco-británica en Suez, Egipto, Iraq, Líbano y Camboya se quedaron en casa.

A título de anécdota, es menester recordar el caso único en que un país decidió boicotear sus propios Juegos. Los Juegos Olímpicos de invierno de 1960 se celebraron en Squaw Valley, en Estados Unidos. Cuando el COI se preguntó si no se debía excluir a Taiwán para que pudiera participar China Popular, el Congreso norteamericano aprobó una ley por la que Estados Unidos no participaría en los Juegos ¡si Taiwán era excluido de ellos!

En 1976, después de haber solicitado en vano la exclusión de Nueva Zelanda cuyo equipo de rugby había ido a Sudáfrica con el régimen de apartheid, 21 países africanos boicotearon los Juegos. Y 64 países boicotearon los Juegos de Moscú, en 1980, para protestar contra la intervención soviética en Afganistán. Se convirtió en el boicot a mayor escala de los Juegos. Francia participó. Como réplica moderada, la URSS y 14 aliados rechazaron participar en Los Ángeles en 1984. Se trataba de protestar contra el despliegue de los misiles estadounidenses Pershing en Europa. También afirmaron que la seguridad de sus deportistas no estaba garantizada. Rumanía, miembro del Pacto de Varsovia, adoptó una postura propia y estuvo presente en Estados Unidos.

En 1988 Cuba, Etiopía y Nicaragua boicotearon los Juegos de Seúl para protestar por la exclusión de Corea del Norte en la organización. Posteriormente, ningún país ha boicoteado los Juegos. Los que han boicoteado han resultado más castigados que en el caso, por ejemplo, de castigar con su ausencia al país anfitrión. Además pueden ser excluidos de los Juegos por el COI en el futuro. Si se atiende a la acción de los irlandeses contra el odioso Charles Boycott o a la de Gandhi, se observa en todos los casos que un boicot, para ser eficaz, debe ser general y de larga duración. De lo contrario, se convierte en un bumerán y se vuelve contra quienes lo utilizan.

15-VIII-08, Pascal Boniface, lavanguardia