"Je suis noir et je n'aime pas le manioc"
Gaston Kelman
Max Milo éditions, 2004.
"Correré como un negro para vivir como un blanco”, soltó Etoo, que no habla catalán pero tampoco es futbolísticamente correcto. Como su compatriota Gaston Kelman, enemigo del término black –políticamente correcto, en Francia, por negro, aunque nadie dice white por blanco–. Kelman se reinvidica “negro, pero de Borgoña”. Y se carga las raíces: “Soy camerunés por casualidad, a causa de mis padres; y francés por elección, a causa de mis hijos”.
Este borgoñón de 50 años, licenciado en la universidad de Yaoundé, con estudios de urbanismo en Gran Bretaña y Francia, consejero de una asociación que milita por “la integración contractual con derechos y obligaciones”, convirtió en inesperado best seller –40.000 ejemplares los primeros tres meses– su Je suis noir et je n'aime pas le manioc (Soy negro y no me gusta la mandioca, Max Milo Éditions), divertido y duro panfleto contra “los negros orgullosos o avergonzados de serlo, que es lo mismo, y los blancos del racismo angélico”.
En otras palabras, “cuando el asno está presente, no rebuznes por él”, anatematiza La lettre de mon Voisin (La carta de mi vecino, periódico fundado por Kelman) el discurso de “los amigos de los negros, que hablan en su lugar, justifican la poligamia, pregonan la diferenciación y la práctica, en Europa, de las culturas de origen. Más nefasto que las peores lucubraciones racistas”. El libro abunda en anécdotas tragicómicas sobre los educadores que someten al crío negro, pero francés, a espectáculos o clases sobre costumbres africanas, “que les caen tan lejos como al rubio hijo de bretones”. De Borgoña con humor. “El niño negro pregunta a Dios por qué su nariz aplastada, sus largas extremidades, su piel negra, su pelo crespo. Dios le responde: para que te adaptes mejor a las dificultades del bosque africano, del sol ardiente. Y el crío: de acuerdo, Señor, pero entonces ¿por qué me has hecho nacer en Saint Denis?”.
¿Los negros bailan bien? “Yo en la sangre –matiza Kelman– no tengo ritmo sino glóbulos. Y cuando se trata de averiguar por qué los negros son unos desclasados en Europa no quiero volver a oír la historia de un pueblo que ha sufrido mucho. Yo nací bebé y negro y me he convertido en hombre y francés”.
En 1983, tras cuatro años en Yaoundé, donde su dominio del inglés y francés le permitían llevar un negocio de transporte internacional, Kelman (“No es apellido alsaciano; en mi lengua materna significa el día de los grandes acontecimientos”), se echa novia y deciden emigrar a Francia. Se casan, tienen dos hijos, “franceses hasta la raíz del pelo”, y olvidan toda idea de regreso. La progresía francesa suele ironizar con ese “nuestros antepasados los galos” enseñado a hijos de africanos en Francia. Kelman encuentra “normal que sepan quién habitaba esta tierra. Y por favor, que no pretendan inculcar a estos críos la cultura de la jungla”.
Kelman titula para erizar: “Soy negro y la tengo cortita”. “¿Cómo vivir en Francia cuando eres negro pero francés, ejecutivo y no barrendero? No acepto que mis hijos sean encerrados en esquemas que les asocian a Yaoundé y no a Dijon, que les harían preferir las orugas a las ostras; el baile dombolo al vals vienés”. Y hace sonreir: “A ver, muchacho –dice un oficial francés a un emigrante–, ¿tú contento regresar Francia, ganar pelas? ¿tú qué hacer en Francia?” “Enseño literatura en la Sorbona, señor”.
Óscar Caballero, LV, 6-IX-2004.