´ĄżLibertad?!´, Martina Klein

"Mi libertad acaba donde empieza la de los demás", rezaba una cartulina que pintamos en clase de ética en el instituto. Pero la palabra libertad es resbaladiza y contradictoria ya que en su nombre se erigen guerras y se vulneran fronteras geográficas y morales.

El conflicto de libertades está en boca de todos cuando un personaje de papel cuché apela a su fragilidad como individuo y pide protección a los tribunales para salvaguardar su preciosa intimidad. Los supremos no tienen muy claro hacia donde decantarse: por un lado tienen a ese ser, que otrora posaba ante los flashes en actos públicos, esta vez desprovisto de maquillaje y de personaje que lo acorace, y al otro lado, el mundo del periodismo blandiendo la espada del honor a la verdad, la libertad de expresión y la información sin censura. Ante tales pancartas grandilocuentes, el fallo jurídico suele dejar vía libre a los medios informativos,y más vulnerable que nunca al individuo que pidió protección.

El corazón de nadie, por muy notorio que sea, está preparado para sufrir el acoso y la persecución de los medios en los momentos más íntimos de su privacidad, ni siquiera aquellos que se han dedicado a vender su vida por capítulos gracias a las exclusivas. La frontera entre la vida pública y la privada de un personaje no debería ponerla nadie más que él mismo, por algo es su vida. A partir de ahí, las parcelas de intimidad que quiera enseñar, deberían ser de mutuo acuerdo entre él y el medio de comunicación.

Todo lo que no sea eso es perjudicial para la salud y la integridad de todos, la de los persecutores que empuñan la alcachofa y los que se dislocan el hombro bajo las cámaras; la de los que consumen y demandan esas intromisiones desde el sofá y la de los perseguidos, por supuesto. Los tribunales ingleses concluyeron que parte de la responsabilidad de la muerte de lady Di fueron los paparazzi que empujaron a que el chófer (ebrio, para colmo) aumentara la velocidad para zafarse de ellos. Pero no hace falta la resolución de un juez; el solo hecho de que la presión mediática haya sido un agravante en su muerte, y la de tantos otros que por activa o por pasiva fueran "de interés" y no supieran asimilarlo, es suficiente para una obligada reflexión.

¿Hasta dónde es ético inmiscuirse para informar? ¿Qué es realmente de interés público? Por mucho que a mí me interese ver a un vecino que está como un queso despojarse de su ropa para entrar en la ducha, existen leyes que no me permiten meterme en su casa. Pues ya que hay leyes para eso, me resulta incomprensible cómo no se puede regular que Telma Ortiz vaya a la farmacia a comprar pañales o prepare su boda como le salga del moño. Que sea la hermana de quien sea me trae sin cuidado, es su parcela de libertad la que está siendo pisoteada, y a eso, en mi cole, se le calificaba de inmoral.

17-V-08, Martina klein, lavanguardia