īLa guerra contra la guerra contra las drogasī, Santiago Navajas

Que Milton Friedman y Noam Chomsky estuviesen de acuerdo en algo era de por sí noticia. Que además el punto de intersección entre ambos sea la racionalidad de la legalización del consumo de drogas merece un titular de portada. Por ejemplo, “Fracaso monumental de la guerra contra las drogas”. O “La Mafia y el Gobierno defienden la prohibición”. También “La Ley Seca causa miles de muertos”. Aunque, si atendemos al pedigrí libertario de ambos pensadores, no es tan extraña su coincidencia en la denuncia de la represión estatal de la autonomía individual, por más que sus respectivos libertarismos se declinen en clave de economía de mercado o de espontaneidad social.

En la última selección de las mejores series de televisión de todos los tiempos, realizada por la británica Empire, The Wire se sitúa en octavo lugar. Se quedan cortos. A través de cinco temporadas, la saga creada por Ed Burns y David Simon sobre la dialéctica entre bandas de traficantes, bandas de políticos y bandas de policías en la ciudad de Baltimore, deprimida y deprimente, es, bajo el retrato realista en tonos ocres, un lúcido análisis de los mecanismos de la acción colectiva y de las distorsiones que se producen en las instituciones -ya sea la mafia, la política o la policía-. Y de cómo afectan a los comportamientos de los individuos, que se ven atrapados entre su misión y los medios de que disponen para alcanzarla.

Los traficantes de droga discuten de marketing y de estrategias empresariales, el sindicato de los estibadores soborna a políticos mientras se pone a sueldo de las redes de prostitución, los policías mueven los muertos de unas calles a otras para mejorar las estadísticas de productividad y sólo se consigue la promoción profesional si eres corrupto, estúpido o, preferiblemente, ambas cosas. En este infierno de cobardes y mediocres emerge el brillo sin relumbrón de unos profesionales, en el sentido de Howard Hawks y Richard Brooks, que tardan catorce capítulos en resolver, tarde y mal debido a la incompetencia que se respira a su alrededor, un solo caso de esta microfísica del poder burocrático y estatista.

Como declaró el periodista y co-creador David Simon. “Llegó a ser más un tratado acerca de las instituciones y los individuos que la típica serie de policías” Por su parte Ed Burns, ex veterano del Vietnam, ex agente de policía antidroga, ex profesor en un instituto de secundaria, conoce de primera mano la dilapidación de recursos materiales y el coste humano que implica necesariamente una política prohibicionista como la que se llevan a cabo en EE.UU, y con más laxitud en cuanto al consumo, en España. En lugar de dedicarse únicamente a resolver problemas de seguridad relevantes (violencia, robos, etc.) la política prohibicionista crea problemas de todo tipo: incrementa la inseguridad, favorece las empresas delictivas, hace incrementar los impuestos. Por último, aunque lo primero desde el punto de vista humano, destroza vidas, ya que crea mercados negros sin ningún tipo de garantía ni seguridad, proclives a la adulteración.

En la revista libertaria Reason Ed Burns resumía en tres puntos su posición sobre el tráfico de drogas:

1. Fin de la prohibición del consumo de drogas.
2. Cambiar las prioridades de política carcelaria, de modo que no sean un simple depósito de marginados, sobre todo en relación a los que no han cometido actos violentos.
3. Cambiar los incentivos a la policía, de modo que se dediquen a perseguir a los grandes narcotraficantes y dejen en paz a los pequeños camellos. Esto significaría dejar de medir el éxito policial simplemente por el número de detenciones.

El fin de la prohibición significaría por tanto el fin de la hipocresía, esa mezcla de idiocia y maldad, de represión e ignorancia, que ha caracterizado la acción de casi todos los Estados hasta la fecha (Holanda y Suiza han implementado las dos únicas políticas liberales. La transición debería realizarse a través de dos medidas complementarias: legalización de la marihuana como establecimiento de una pauta -propuesta en EE.UU. por Ron Paul, el líder del Partido Libertariano y en España por las Juventudes Liberales- y prescripción de heroína para los adictos a ella, como ha propuesto el sheriff de Nottingham

The Wire es tan original como Twin Peaks, tan coherente como El ala oeste de la Casa Blanca, tan adulta como Los Simpson. Y si se etiquetó en su momento a Canción triste de Hill Street como una aproximación dickensiana al mundo sórdido pero todavía heroico de la lucha contra el crimen, The Wire, en su autoconsciente ruptura de las convenciones y su subconsciente compromiso político, podría haber sido pensada por un joven James Joyce. Todavía hay esperanza.

5-V-08, Santiago navajas, generacion.net