´Balanzas confusas´, Ramon Aymerich

Un destacado miembro del Gobierno, interrogado por la publicación de las balanzas fiscales, hacía esta matización: "Desde Catalunya se piensa que las balanzas fiscales permiten conocer el saldo entre lo que se recauda en un territorio y lo que en él invierte el Estado. Pero en realidad son una radiografía de los flujos económicos entre territorios. Y ya está". En efecto, las balanzas fiscales reflejan los flujos económicos entre territorios. Pero los países que las publican lo hacen por alguna razón; la más habitual, para ganar en transparencia. Si las balanzas fiscales se elaboran sin intencionalidad alguna, se quedan en lo que son, una actividad meramente académica susceptible de tantas versiones cómo métodos o sistemas de cálculo dominen los especialistas.

El problema es que, en España, las balanzas fiscales sólo interesan a Catalunya. Forman parte del bagaje del catalanismo desde que fueron formuladas en los años sesenta. Y con los años han ganado en carga simbólica hasta convertirse en una versión sintetizada y apañadita del Memorial de Greuges.

El Estado autonómico fue en su origen una demanda catalana y vasca. Un proyecto para acomodar esas naciones en el interior del Estado. En la práctica se ha convertido en un mecanismo generador de insatisfacción en esas dos comunidades, y al tiempo, ha actuado como catalizador de nuevos ejes político-económicos. Lo particular del actual modelo de Estado es que Manuel Chaves pueda hablar abiertamente de la deuda histórica de Andalucía. Que otros pueden reclamar (como hace Francisco Camps) lo mismo que el de al lado, pero si puede ser algo más. Y que incluso se pueda escamotear la información, como hace Esperanza Aguirre, que se envuelve en la bandera de la comunidad para afirmar que es la más solidaria, obviando las ventajas que le da la capitalidad del Estado. En definitiva, el modelo lo permite todo. Excepto que llegue un catalán a la mesa para reclamar alguna cosa, aunque sea transparencia.

Periódicamente, los italianos de norte y sur se echan los trastos a la cabeza. Y los del norte, bastante menos solidarios en términos económicos que las comunidades ricas españolas, se explayan a gusto con el despectivo terroni.En España es todo lo contrario. Es la negación de la aportación catalana - los vascos miran siempre hacia otro lado- la que vertebra el conjunto y le da homogeneidad.

Volviendo a las balanzas. En el contexto que se describe, las balanzas fiscales nunca podrán reflejar esa justicia histórica que el catalanismo reclama. Por ello tienen que ser lo más insulsas, neutras y enrevesadas posibles. Prepárense entonces para ver cómo se publica más de una balanza; y con toda probabilidad, más de dos. Prepárense para no entender nada. O cuando menos, para asistir a la ceremonia de la confusión. Porque no nos van a contar nada. Ah, y no se arrepientan de haberlas pedido.

3-V-08, Ramon Aymerich, lavanguardia