´El Consell de Cultura a los gentiles´, Xavier Bru de Sala

Nunca hemos sabido cómo explicar la importancia estratégica de la creación y la industria cultural al resto de la sociedad. No hace falta, responderían algunos, porque todo el mundo es consciente de su valor. Tal vez sí de su valor, pero no de la función, o la multiplicidad de funciones que cumple en una sociedad avanzada. En la nuestra, desde la transición hasta hoy jamás ha habido diálogo entre cultura y sociedad. Mejor dicho, nuestra sociedad no se siente ni interpelada ni reflejada por su producción cultural. Entre todas las anomalías de Catalunya, esta es tal vez la más flagrante, ya que entre otras cosas significa la ruptura de una tradición secular. Después de la transición, la cultura fue expulsada del ágora por el sistema de partidos.

Ya va siendo hora de que vuelva a ella, de modo autónomo, elaborando sus miradas y viéndolas reflejadas sin pasar el trámite de la subordinación a las formaciones políticas o a los medios de comunicación (los únicos dueños efectivos del ágora, los únicos cuyas miradas encuentran eco, cobijo en la sociedad, mientras la cultura ni siquiera cosecha rechazo).

Como tales, los culturalistas somos una tribu aparte, proscrita en el sentido profundo del término. Los nombres de creadores culturales que ustedes conocen han llegado a su conocimiento por dos caminos. El mercado, con sus leyes que a menudo poco tienen que ver con el contenido de la producción cultural o, de manera especial los escritores, porque los medios de comunicación les abren espacios, pero no para divulgar sus creaciones, sino a fin de dar relieve y enriquecer sus propias visiones del mundo, las de los medios, no las de los artistas, mediante el talento que suman y los matices - sólo matices- que aportan. La diferencia con los países de nuestro entorno es abismal. En ellos, sin excepción, la cultura tiene peso propio, una capacidad de influir, reflejar, mirar por sí misma, que en Catalunya dejó de tener. En el conjunto de España existe un déficit similar, pero de menor envergadura.

En términos de producción y consumo, vivimos en un país homologable a los de nuestro entorno, si bien el apoyo público a la cultura es aproximadamente la mitad por habitante de la media de los Quince. A pesar de ello, podemos enorgullecernos de nuestros niveles de producción, de su interés intrínseco, de la pléyade de creadores con obras de gran calidad. El problema es que no cuenta, que no pesa. El problema es que la cultura no es un motor de presente y de futuro, a menudo incómodo, pero por eso más potente, mientras que sí lo es en los países más avanzados, los que definen los parámetros del siglo XXI.

Algunas entidades relevantes, y hasta los propios políticos, se van dando cuenta de la importancia estratégica de la cultura. Por eso el Parlament ha aprobado, tras cinco años, el llamado Consell de Cultura i de les Arts, cuyo reto principal es contribuir a ordenar el panorama, de manera que la cultura de producción propia ocupe un lugar de interlocución en el ágora y se erija en motor que impulse el país hacia mayores cotas de innovación y creatividad. La función del Consell no consiste, pues, como suele decirse por mimetismo, en alejar las políticas culturales del partidismo, porque nuestros partidos, sin excepción, carecen de políticas culturales, porque la capacidad de influencia de la cultura es tan irrisoria que nunca se han tenido que preocupar por considerarla como alfil, ni siquiera peón, a favor o en contra.

Invertir lo debido en cultura es ya tan necesario como destinar una proporción de los recursos a I+ D. En nuestros días, es la capacidad de arrastre de la cultura, de generar conocimiento y reconocimiento, de exploración de los límites y las fronteras, de elevación del nivel general, y no la nostalgia o la identidad, lo que nos debe llevar a reconsiderar la función de la creación y la producción artística y cultural hasta otorgarle un rango de primer orden. En estos momentos en los que Catalunya no cesa de perder fuerza política y social, el Consell de Cultura podría contribuir de modo principal a definir, si acierta, nuevos espacios para la creación, la producción y en primer lugar la interlocución social de la cultura.

En nuestro tiempo, la cultura y el arte no aportan sólo entretenimiento o disfrute. No sólo constituyen un sector económico de primer orden. Por encima de ello, son la señal más evidente y contagiosa de vitalidad, creatividad y capacidad de innovación. También el lugar del cuestionamiento de todo lo demás, sin el cual crecen los riesgos de atrofia, de autocomplacencia y engaño sobre la resistencia y elasticidad de los tejidos básicos.

Le creación del Consell, pionero en el sur de Europa, no es el único signo de reacción ante el marasmo pesimista que nos sigue atenazando. Otros liderazgos se van forjando, aunque con similar fragilidad inicial. Que después tengan éxito, o sea, que transformen y proyecten, va a depender ante todo de quienes los compongan, pero también de una conciencia de su necesidad que hoy por hoy está mucho menos extendida de lo que puede parecer y nos conviene.

9-V-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia