El Gobierno de Pekín ha reprimido algunas de las protestas más fuertes llevadas a cabo en Tíbet en los últimos años. El experto Robert Barnett explica a FP qué ha ocurrido estos días y qué se puede esperar de China en el futuro.
FOREIGN POLICY: ¿Qué piden los tibetanos? ¿La independencia o disfrutar de una mayor parte del crecimiento económico y de la modernización de Tíbet, que ha estado dominada por la etnia china han?
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Marea roja: manifestantes liderados por monjes tibetanos protestan conta las políticas chinas en Tibet. |
Robert Barnett: En realidad, ninguna de esas cosas. Tenemos que ser cuidadosos y no confundir la postura de los exiliados políticos, que reclaman esto y lo otro en contra de China, con las cuestiones internas, que son mucho más pragmáticas, complejas y sofisticadas.
Un importante sector de tibetanos se ha enriquecido mucho porque China ha invertido dinero en crear una clase media en las ciudades de esta región, aunque los beneficios no han llegado al campo ni a la clase baja. De modo que no podemos hablar de esto sólo como una cuestión de modernización económica. Podríamos explicar la violencia contra los chinos [de la etnia Han] de esta manera, pero la violencia ha estado presente sólo en una manifestación, de las 50 que se han producido durante las últimas semanas.
Estas protestas se llevan a cabo por dos razones. Un gran sector de la población rural ha dicho: “Tíbet fue independiente en el pasado. Nosotros reafirmamos esa creencia. Pero eso no significa que reclamemos esa independencia de nuevo, aunque sí la estamos introduciendo en el debate”. También añaden: “El Dalai Lama representa nuestros intereses”. Y creo que existe una tercera razón: “De ninguna manera estamos contentos con el presidente chino Hu Jintao”. Esta es una importante declaración política que nadie anticipó.
FP: Estamos viendo fotos de protestas en Lhasa y en todo el mundo. Pero, usted sugiere que lo verdaderamente importante está en el clamor popular de las revueltas en el campo.
RB: No es un clamor popular, es un maremoto. Es la cosa más importante que ha pasado en la historia tibetana en los últimos cuarenta años. Las protestas no son importantes para China, excepto en las relaciones públicas. Las resuelven con operaciones de seguridad; toman medidas muy duras y encarcelan a la gente. Esto no tiene nada que ver con la importancia de todo lo que está pasando. Lo más significativo de las 50 protestas es que los campesinos han tomado el campo. Van a caballo o se manifiestan ante la oficina del gobierno local o ante la policía, lo queman hasta convertirlo en cenizas y enarbolan la bandera de Tibet. Te pueden disparar por llevar esas banderas en un año no olímpico. No se ha visto nada igual en décadas, y tiene una incalculable importancia política para Pekín.
FP: ¿Cree que las protestas se diluirán o crecerán y se extenderán?
RB: Definitivamente se diluirán porque la fuerza [china] es demasiado grande y, de todos modos, los tibetanos ya han lanzado su mensaje. En Occidente, creemos que la gente hace política diciendo “Voy a organizar una protesta para conseguir X”. Pero en China nadie consigue “X”. Las cosas no funcionan así. Se trata uno de los sistemas más poderosos del mundo. En cambio, al quemar el edificio de un gobierno o ensalzar una bandera se logra una gran victoria, porque China ha creado una política simbólica en la que se supone que todos han olvidado que una vez fueron independientes. Así que, haciendo eso, se cambia por completo la ecuación política.
FP: ¿Existe algún tipo de conflicto generacional en la comunidad en el exilio donde, los más mayores son más pacíficos y los jóvenes quieren una confrontación con China?
RB: Desde luego, hay un grupo cada vez más numeroso, sobre todo de jóvenes que hablan inglés o hindi, que está muy animado ante la idea de que la diplomacia no funciona –y nunca lo hará– en China, y deben luchar por la independencia. En este caso, la independencia implica que no se puede confiar en China y que una figura espiritual como el Dalai Lama no puede ser lo suficientemente dura. Pero es un poco complicado. Sienten que están sacando músculo, porque están haciendo lo que él no puede como monje y figura espiritual. Pero no cuestionan su prestigio y le ven como la solución. Dentro de Tíbet, nadie duda de su prestigio o su potencial para ser la clave de la solución. Si George Bush tuviera un 1% del apoyo que tiene este hombre, el presidente estadounidense sería un hombre feliz. No se le puede ganar en sondeos.
FP: ¿Existe alguna posibilidad de que China reconozca su legitimidad como líder y se siente con el Dalai Lama en un futuro próximo?
RB: Es una posibilidad. Pero el problema es el siguiente: el mandato del Dalai Lama y la mayoría de las cosas que ha estado diciendo se han visto reforzadas por estos hechos. Así que, en este momento, es más difícil para el Gobierno chino sentarse a hablar con él. Hu Jintao podría dialogar con el Dalai Lama, y conseguiría enormes beneficios internacionales a corto plazo. Pero podría volverse en su contra. Los chinos entienden la historia. Son sensatos al reconocer que el nacionalismo ya no es una fuerza domesticable. No pueden asumir que un poder político nunca será cuestionado, así que hay que dirigirse constantemente a la gente y decir: “Estamos escuchando vuestras quejas”.
FP: ¿Será difícil que India tolere al gobierno tibetano en el exilio?
RB: Nueva Delhi está cambiando de dirección y distanciándose de los exiliados. Algunos creen que está preparandose para la muerte del Dalai Lama, y entonces se alejará todavía más. Hubo indicios de un gran cambio después de que el líder tibetano recibiera la medalla de oro del Congreso estadounidense el pasado octubre. El Gobierno indio emitió una orden, presumiblemente bajo la presión de China, prohibiendo a sus ministros recibirle o reunirse con él tras su regreso. Esto se vio como algo muy inusual. No quiero sugerir un mayor reajuste, pero todo indica que India se mantiene ambigua, pero mostrando que quiere estrechar lazos con China. Dicho esto, todavía no ha tomado ninguna medida irreversible en relación con los tibetanos.
FP: ¿Qué falta en la cobertura que hacen los medios de la situación en Tíbet que crea que la gente debe saber?
RB: Tenemos que dejar a un lado esas cuestiones que fascinan a algunos como: “¿Está perdiendo poder el Dalai Lama?”. Eso es lo opuesto al tema del que se está hablando. Las quejas de los exiliados no tienen que ver con el poder. Y también hay que dejar a un lado las sugerencias sobre que las protestas en Tíbet son porque la gente está descontenta por la pérdida económica. Eso es una visión reduccionista. Y creo que tenemos que acabar con cualquier idea de que el Gobierno chino es malintencionado o intenta acabar con Tíbet. Obviamente, es horrible que la gente esté siendo golpeada o asesinada. Pero se está produciendo un cambio histórico en el perfil de las políticas tibetanas. Estamos observando algo mucho más a largo plazo que cualquier inmediata preocupación por los Juegos Olímpicos, sobre si alguien planeó alguna de esas cosas, o si la gente está harta de las desventajas económicas. Los historiadores nos dirán que nos perdimos la gran foto si no somos conscientes de la gran historia que hay aquí. Todos los altos cargos políticos van a ir al campo para escuchar las quejas de los tibetanos y averiguar qué ha ido mal con la máquina política en China.
Robert Barnett es director del Programa de Estudios Modernos sobre Tíbet en la Universidad de Columbia, EE UU, y autor de Lhasa: Streets with Memories (Columbia University Press, Nueva York, 2006).