(Tíbet:) ´Reencarnación con metralletas´, Baltasar Porcel

Qué son unos Juegos Olímpicos? Una extraordinaria prueba deportiva, publicitaria, económica y al fin política. Trinidad que el Comité Olímpico y Occidente esgrimen para callar ante China y que consume su genocidio cultural y físico en Tíbet. ¿Tienen derecho los líderes occidentales a aceptar tal atrocidad a cambio de ventajas comerciales? ¿Han sido votados para convertir la democracia en este repugnante baldón?

Y a eso ha llegado la pacífica y fraternal, según proclaman, competición deportiva, que en este caso servirá para ensalzar a los asesinos pequineses. Ha costado mucho, siglos y dolor, alcanzar lo que encarnamos, el estadio cultural, libre y del bienestar más alto que hayan moldeado el ser y la sociedad humanas. ¿Por qué, luego, la guerra fría frente al comunismo, la ardiente contra el nazismo? En fin, que el Caudillo fue un angelito al lado de los chinos. Y no se trata de invadir China como hicieron esos Bush y Aznar en su ignorante abyección gubernamental, sino de al menos conservar la dignidad para seguir educando a nuestros chicos con nociones de creatividad y responsabilidad. La certeza, aun sólo pudiendo a ser relativa, es histórica, pragmática y filosófica. Así, la naturaleza de esta China ha sido enteramente probada, es opresora, xenófoba, mendaz y cruel. Lo fue en el pasado, la enfatizó el marxismo y lo corrobora la mixtura comunista-liberal.

Además, sabemos en qué ha parado amparar las horrendas dictaduras árabes a cambio del petróleo: en alimentar las bombas de Bin Laden. Como pactar con Franco, Stalin y, al inicio, con Hitler sirvió para esclavizar a países y etnias; o sea, para colaborar con el mayor horror del siglo XX. En la época, en el extranjero, siempre abominé de ser español, no creo en esencias sino en existencias. Occidente durante un tiempo sólo fue capaz de medrar succionando a los pueblos pobres a través del colonialismo bestial, después fue aliándose con las fuerzas locales; aún lo hace demasiado, así hunde a África.

Y lamento escribir en este tono, pero me lo impongo porque conozco China, y la admiro y vivo en infinidad de aspectos. Como al imperio romano. Y he recorrido parte de Tíbet, estando con sus monjes y su gente. Entiendo algunas razones históricas de China, condeno la sordidez que imponía la teocracia del Potala, pero de ahí al genocidio en nombre puro y simple de la explotación, ¡no!

He oído en Lhasa de noche las ráfagas de metralleta de los soldados chinos, he comprobado cómo proscriben la lengua y echan a los tibetanos al hambre. China asesina a un pueblo desvalido, y el actual Dalai Lama posee una entereza política, espiritual y humana como ningún dirigente chino en los siglos XIX y XX. He visto cómo los chinos incluso se presentan en Tíbet como reencarnaciones de antiguos lamas.

24-III-08, Baltasar Porcel, lavanguardia