´¿Quién se acuerda de las viudas?´, José Martí Gómez

A lo largo de la precampaña electoral las ofertas económicas de los partidos se han multiplicado. Pero de algún colectivo parece que ningún partido se acuerda para afrontar en serio su problema, no con parches. De las viudas, por ejemplo, un colectivo formado por más de dos millones de mujeres.

Al aproximarnos a la viudedad femenina se percibe indignada resignación. Con indignación se ha expresado una viuda a la que le han aumentado seis euros. "Se lo digo riendo porque en serio ya no puedo decir nada", me ha comentado.

En general, son mayores de sesenta años. Si no reciben ayuda de sus hijos, un ochenta por ciento de esos dos millones largos de viudas viven en el umbral de una pobreza llevada con dignidad. La escasez de recursos sólo se detecta en detalles cotidianos que capta el observador atento: la ropa limpia pero gastada, el cartón que suple el roto cristal de la ventana, el oírles decir que en el supermercado sólo puede comprar las ofertas, el alimentarse con un pollo a lo largo de la semana o los restos de chocolate y pan que quedan en la mesa como testimonio de lo que ha sido su cena. Según el Instituto Nacional de Estadística un 19,8 de la población española vive en riesgo de pobreza. Ese índice se eleva al 20,9% entre las mujeres. La mayoría de ellas son viudas.

Las que quedaron viudas hace años y siendo jóvenes son las peor paradas porque están adscritas al régimen antiguo de pensiones. Cobran sobre los trescientos euros. La inmensa mayoría percibe poco más de quinientos. Cuando llega la viudedad sólo cobran el 52% por ciento de la pensión del marido.

En alguna comunidad autónoma se las ayuda con un suplemento que tampoco alivia su penuria. Instituciones que llevan a cabo indicadores de pobreza consideran que por debajo de los 528 o los 622 euros - según la institución- se linda la pobreza relativa. Casi todas las pensiones de viudedad se mueven en esos porcentajes.

Los políticos llevan años diciéndoles que su problema económico lo estudian con mucha atención. Palabras de aliento que apenas se traducen en nada práctico. A cada cambio de gobierno, cambio del responsable del colectivo de la viudedad y vuelta a empezar.

A las viudas que han dedicado su vida a tirar adelante un hogar y unos hijos, y hoy son el colchón que cuida de los nietos mientras su padre y su madre trabajan para pagar la hipoteca del piso, les parece una indignidad que en el momento más difícil de su vida la pensión se las reduzca a la mitad. En ese contexto de penuria económica cada viuda es un mundo. Las suyas son historias anónimas, en tonalidad discretamente gris, para sacar adelante los hijos si la viudedad llega pronto. Si se arreglan y salen para superar la tristeza, el morbo social las define como viudas alegres. Si se quedan en casa, son vistas como mujeres incapaces de superarse. Me lo dijo hace años Montserrat Rabella en la asociación de viudas que preside y lo debe seguir diciendo hoy.

23-II-08, José Martí Gómez, lavanguardia