(Pakistán:) ´Democrático, islámico o roto´, Xavier Batalla

La oposición siempre es mucho más interesante que el gobierno para un periodista. Y si se trata de un país no desarrollado o, peor, de una dictadura, la oposición resulta aún más atractiva. Este fue el caso de Benazir Bhutto, líder del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP), en la década de 1980, cuando su apartamento en el Barbican londinense se convirtió en un lugar de peregrinaje para periodistas occidentales.

En Pakistán mandaba entonces el general Zia ul Haq, un islamista que había hecho ahorcar al padre de Benazir, Zulfiqar Ali Bhutto, hijo de un adinerado terrateniente y fundador del Partido del Pueblo, que en 1971 accedió al poder. Zulfiqar fue un señor feudal con mucha mano izquierda: era arrogante, autócrata y reformista; es más, decía que admiraba a Atatürk, Naser y Sukarno, pero, por si acaso, también hizo de la charia la ley de Pakistán.

El régimen que usurpó el poder a Ali Bhutto era detestable. En 1979, Zia ul Haq se hizo el machote al hacer aprobar una ley por la que una mujer violada debería ir a la cárcel por adúltera a menos que pudiera presentar cuatro testigos del asalto. La ironía de esta historia es que Benazir, cuando fue primera ministra, no tocó la ley y ha tenido que ser otro dictador, Pervez Musharraf, quien la ha modificado para hacer más fácil (en teoría) juzgar a un violador.

Las cosas iban a cambiar en 1988. El general Zia había muerto en un extraño accidente de aviación, aunque más extraño habría sido que hubiera sobrevivido, y se convocaron elecciones legislativas. Knightsbridge, el selecto barrio residencial londinense, se convirtió entonces en escenario de las reuniones sociales de Benazir, en las que no se cubría la cabeza con su dupatta,bebía gin-tonic, decía que le gustaba oír a Joan Baez y degustaba los marrons glacés que su marido le traía de Fortnum & Mason.

Benazir ganó las elecciones en 1988 y se convirtió en la primera jefa de gobierno electa en un país de mayoría musulmana. Pero si en Londres pasaba por ser una campeona de la democracia, en su patria fue feudal y despiadada. En sus primeros tiempos, el Pakistán independiente tuvo como mandamases a los mohayires (musulmanes refugiados de India), aunque el poder pronto pasó a los punjabíes, la etnia mayoritaria (56% de 160 millones), que desde entonces han controlado el ejército, la burocracia y una desproporcionada porción de los recursos, lo que sigue tensando la cuerda con los sindis (23 millones), los beluchis(6 millones) y los pastunes (40 millones si se unieran a los de Afganistán).

Los sindis llegaron al gobierno con los Bhutto, que se mostraron implacables con los mohayires (el presidente Musharraf es uno de ellos) y se las tuvieron con el ejército. Por eso la alegría de la prensa occidental duró poco. Benazir, como le ocurrió a su padre, fue derrocada, y eso que apoyó a los muyahidines que lucharon en Afganistán contra los soviéticos, de la misma manera que cuando volvió a ser primera ministra, entre 1993 y 1996, ayudó a los talibanes.

En Pakistán, el islamismo no ha caído del cielo. Históricamente, los dirigentes pakistaníes, militares o civiles, han instrumentalizado el islam, porque es el único factor que une un país fracturado en etnias rivales y con graves contenciosos con sus vecinos. El ejército pakistaní apoyó a los yihadistas que en los años ochenta expulsaron a los soviéticos de Afganistán; organizó las guerrillas musulmanas que en los años noventa combatieron en Cachemira, la manzana de la discordia con India, y después aupó a los talibanes hasta instalarlos en Kabul. En 1947, la monarquía afgana votó en contra de la admisión de Pakistán en la ONU porque no aceptaba que su vecino se quedara con las zonas pastunes que le habían amputado los británicos. Y Pakistán, que ya había perdido la mayor parte de Cachemira y el actual Bangladesh (antiguo Pakistán Oriental), se obsesionó con las reivindicaciones nacionalistas afganas y apoyó a los talibanes, que son pastunes integristas pero no nacionalistas, es decir, sin reivindicaciones territoriales. Ahora, el ejército pakistaní ya no controla a muchos yihadistas que en su día alimentó. Y la idea de un Pantustán independiente asoma periódicamente en la prensa occidental.

Benazir accedió al poder con el histórico lema de su partido: "El islam es nuestra fe. La democracia es nuestra política. El socialismo es nuestra economía. Poder para el pueblo". Pero sus enemigos prefirieron otro Pakistán. Y la confrontación se repetirá ahora, una vez asesinada Benazir, cuando Pakistán vuelva a pasar el próximo lunes por las urnas. ¿Qué Estado quieren darse los pakistaníes: democrático, islámico o roto?

16-II-08, Xavier Batalla, lavanguardia