entrevista a Wole Soyinka, Nobel de Literatura 1986

Wole Soyinka, dramaturgo, poeta y novelista, premio Nobel de Literatura 1986.

73 años. Nací en Abeokuta (Nigeria) y vivo en Abeokuta, en California y en el avión más cercano. Me he casado más de una vez. Entre los yoruba, no poder contar a tus hijos es una suerte. Mi lucha es la libertad. No soy adorador de nada, pero creo que hay algo más que la materia.

¿Qué diferencia a un negro de un blanco?

Ponga un europeo de raza blanca desde su infancia en un entorno yoruba y crecerá como un yoruba.

Usted es un yoruba que educaron como cristiano.

No soy adorador de nada, pero creo que el ser humano tiene algo más que la existencia material, y es esa intuición lo que hemos convertido en divinidades. Los dioses son metáforas de la existencia humana.

¿Quién le dio la fe de los yoruba?

Mi padre era maestro y mi madre vendía cositas. Sus amigos eran intelectuales, pero todos cristianos muy estrictos. Muy temprano me rebelé contra eso y me pegaron severamente. Pero mi abuelo era un yoruba tradicional que adoraba a sus orixás, y yo, muy naturalmente, gravité hacia él.

Orixás, ancestros que acumularon sabiduría y se convirtieron en dioses.

Cada individuo llega al mundo con su propio demiurgo, y eso me parece más humanista que el monoteísmo cristiano.

¿Qué más le conforma?

Naturaleza, crecí dentro de ella. Y a lo largo de mi vida he verificado, allí donde me encuentre, que soy capaz de responder a ella del mismo modo que lo hacía de pequeño. Se trata de una comunicación visceral.

¿Qué le hizo escritor?

Entre los niños solíamos contarnos las historias que contaban los ancianos. Pero a mí no me gustaba reproducirlas exactamente. "¡No es así!", protestaban mis hermanos, y yo les decía: "Es así como yo quiero contarla".

¿Qué le ha hecho un luchador?

En mi tradición, son las mujeres las que controlan el mercado, y se rebelaron contra los impuestos injustos. Mi tía estaba al frente de las protestas. El obú, el rey, estaba apoyado por la autoridad británica colonial. Así entró en mí la dimensión colonial.

¿Cómo participaba?

Me hicieron mensajero entre los distintos campamentos de mujeres. Me encantaba, me pasaba el día conspirando, pero escuchando los debates entendí esa lucha.

Ya adolescente, ¿contra qué se rebeló?

Tradicionalmente, cada niño tiene una responsabilidad; yo escogí ser el que parte la leña: quería desaparecer en los bosques y eso creaba mucho conflicto en la familia.

Y aterrizó en Leeds, ¿cómo lo vivió?

Por primera vez se me presentaba el pensamiento marxista, pero tuve la capacidad de distinguir lo aceptable de lo no aceptable.

... Un aprendizaje infantil muy sólido.

Sí, me dio la posibilidad de ver las conexiones. Las imágenes de santos de la Iglesia eran para mí el equivalente de los portadores de máscaras. Esa capacidad de coger de cada cosa lo que me interesa sin entrar en contradicción ha sido una constante.

Entonces es usted un mestizo, culturalmente hablando.

En absoluto, pero puedo ver el factor común que hay en todas las culturas. Aunque cualquiera de ellas insista en que es única, la humanidad es una.

Durante la guerra civil nigeriana fue encarcelado y aislado casi un año.

Cuando estás en un mundo donde no hay nada más que tú, has de inventar maneras para no volverte loco. Yo me dediqué a solucionar problemas matemáticos.

¿Por qué hizo eso, siendo poeta?

Porque siempre he odiado las matemáticas. Luego pude fabricarme una especie de tinta, hacer una pluma con huesos, y escribir diminutos poemas en papel de váter.

¿Qué ha aprendido del ser humano?

Después de lo de Kenia, de tantos retrocesos que ha habido, me resulta muy difícil responder a esta pregunta.

¿Tiene fe en el ser humano?

Es todo lo que tenemos, es lo que hay.

Explíqueme la barbarie de la cultura africana, vecino contra vecino...

¿Y qué me dice del holocausto...?

Que no marcó el final de la barbarie sino el comienzo de una nueva barbarie.

Tiene razón, por eso me resulta tan difícil hablar sobre la fe en la humanidad. Algún día, una generación mirará hacia atrás y se preguntará: "¿Quiénes eran esos?, ¿realmente son nuestros antepasados?".

¿Cuál es su esperanza?

No utilizo estos conceptos; sencillamente, acepto el hecho de que la humanidad está constantemente luchando para encontrarse a sí misma, y los que creen en una posibilidad de evolución positiva deben seguir luchando contra los que retrasan este proceso de la plena autorrealización del potencial humano, del que somos responsables.

Malas lenguas dicen que el Nobel se lo dieron porque había que tener todos los colores y faltaba el suyo.

Depositaron el premio Nobel en mi regazo. Y no tengo la costumbre de tirar un cheque a la cara del que me lo otorga.

¿Qué significó para usted?

Ensancho mi audiencia más allá de lo que se pueda entender.

¿Cuál es la virtud esencial?

A mis nietos, yo les insisto en que deben aprender a ser ellos mismos y me aseguro de transmitirles valores esenciales: la constancia en la lucha contra cualquier poder que limite libertades. Y la libertad es la capacidad de elegir; si no, se vive como un esclavo. La libertad es la divinidad, no hay divinidad sin capacidad de actuar.

Da clases en Harvard pero sigue en Nigeria. Preside el Parlamento Internacional de Escritores que fundó junto con Salman Rushdie en 1993 para proteger a los escritores amenazados. Sus ideas y obras, que beben de la tradición africana pero que están cargadas de crítica social, le llevaron a la cárcel en su país, régimen de aislamiento diez meses: "Querían convertirme en una coliflor"... Pero es un ser testarudo cuya lucha es la libertad. Ante mi entrevista, amenazó con pedir una botella de vodka para soportarla, pero acabó tomándose un café y siendo muy amable pese a su ceño, siempre fruncido.

31-I-08, Ima Sanchís, lacontra/lavanguardia