Dos amigos entran en un bar del Paral · lel. Es la hora del desayuno. Echan un vistazo al expositor de vidrio tras el que se acumulan los platos. Hay butifarras diversas, quesos, longaniza, chorizo... Y también bacalao frito, morcillas, salchichas con pimientos verdes, tortillas de patatas y de alcachofas, empanadillas, albóndigas, ensalada alemana, ensaladilla rusa, alitas de pollo, esqueixada... Se acodan en la barra.
- ¿Qué vamos a tomar? - pregunta el más alto.
- Yo tomaré albóndigas - dice el más bajo. Hace una señal al camarero y le indica:- Unas albóndigas, por favor.
- ¿Y para beber? - pregunta el camarero.
- Una caña - contesta.
- Oye, ¿y no comerías un poco de tortilla de patatas? - dice el más alto-. Va, pedimos una ración de tortilla de patatas.
- Si quisiese tortilla de patatas la habría pedido. Pide tú tortilla de patatas.
- Vale. Pido, pero tú también comes.
- No. Yo no quiero tortilla.
- ¿Y bacalao? ¿Comerías un poco de bacalao?
- Si quisiese bacalao habría pedido bacalao.
- Va, no seas tonto. Pido bacalao y tú comes también.
- Yo no.
Se acerca el camarero, coloca la caña y las albóndigas frente al cliente más bajo y al otro le pregunta:
- Y usted, ¿qué va a tomar?
- No sé - dice-, es que este no se decide.
- Yo he pedido albóndigas porque quiero comer albóndigas. Tú pide lo que te apetezca.
- Bueno - dice el más alto-, pues bacalao.
- ¿Y para beber? - pregunta automáticamente el camarero.
- Pues una cañita, como él.
Los dos amigos charlan de esto y de aquello y que si patatín que si patatán, y al cabo de unos minutos el camarero sitúa frente al más alto la caña y el bacalao humeante. El hombre contempla ambas cosas con satisfacción y acto seguido parte en dos el trozo - generoso- de bacalao. Entonces, mientras levanta el plato y con el tenedor hace gesto de poner la mitad en el de su amigo, le dice:
- Va, toma.
- No. No quiero bacalao.
- ¡Pero si lo he pedido por ti!
- No. Lo has pedido para ti. Tú querías bacalao. A mí no me líes.
- ¡Para mí solo no lo hubiese pedido!
- Pues no haberlo pedido.
- ¡Joder, macho, qué soso eres! - dice, deja el plato sobre la mesa, chasquea la lengua, toma un sorbo de cerveza y empieza a comer poco a poco, como si ya no le apeteciese.
26-I-08, Quim Monzó, lavanguardia