´Hegemonía cultural: Francia, EE. UU.´, Luis Racionero

La portada de la revista Time en diciembre se permitió la ironía de presentar al mimo Marcel Marceau triste, contemplando un clavel, con el título: "La muerte de la cultura francesa". La tesis de Time es que pese a las potentes subvenciones que recibe la cultura francesa, esta no sale de su país, no logrando trascender al mercado cultural global. El 30% de las novelas vendidas en Francia son anglosajonas, sólo una docena de franceses se traducen en EE. UU. La mayoría de las películas francesas son bagatelas baratas para su mercado nacional: las películas americanas recaudan la mitad de las entradas vendidas en cines franceses. Los franceses subastan en París sólo el 8% del arte moderno comparado con el 50% en EE.UU. y el 30% en Londres. Damian Hirst, pintor inglés, vende a 180.000 dólares el cuadro; el máximo francés, Robert Combas, a 7.500.

Lo malo es que la reacción francesa a esta pérdida de hegemonía cultural no ha sido - como hubiera sido lógico- el aumento de creatividad, sino el refugio en el proteccionismo: en 1993 los burócratas franceses condenaron Parque Jurásico de Spielberg como "amenaza a la identidad francesa" y luego establecieron el anacrónico y defensivo concepto de excepción cultural en un acuerdo con la Unesco en el 2005. ¿Suena familiar, no? Por ley el 40% de los shows en la televisión y de la música en la radio deben ser franceses. Hay quien opina que los subsidios garantizan la supervivencia de la mediocridad.

El tema nos interesa aquí porque Catalunya es como Francia en pequeño: en vez de sesenta millones, siete. Los problemas identitarios franceses se empiezan a parecer a los nuestros. Es de esperar que los canalicemos con más pragmatismo que ellos, cuyo exceso de subvención ha conducido a la mediocridad.

Jaime Arias, en un lúcido artículo en este mismo periódico, se alzó contra la noción de hegemonía cultural americana, recordando el siglo XVIII francés y la vulgaridad del pop art o arte de masas que EE. UU. proyecta sobre el mundo. Tiene razón en ambas cosas, pero la hegemonía ahora es americana porque el siglo de las luces ya agotó su influencia, válida sólo en una sociedad preindustrial y no global, y porque la cultura de masas es la única que existe ahora, y sale de EE. UU.

En el siglo XIX la hegemonía económica fue inglesa y la cultural francesa, pero es decisivo recordar que en el siglo XIX sólo había un tipo de cultura, la alta cultura: la de Goethe, Byron, Beethoven, Monet, Canova, Flaubert. Esa cultura era cultivada por la burguesía urbana, el resto era folklore local y artesanías tradicionales, que habían sido el pop art de la historia, cultura de masas ancestral. Lo que cambian los yanquis, y ahí reside su originalidad, aunque sea vulgar, es que inventan una cultura de masas para la sociedad urbana e industrial moderna. Porque, para acabar de complicarlo, en el siglo XX, la alta cultura europea se suicida, se autodisuelve en una abstracción plástica y una atonalidad musical estériles que convierten a la alta cultura en una torre de marfil para críticos requintados o falsos entendidos que no osan rechazar ese arte, que no despierta ninguna emoción.

Con la alta cultura - que era europea- debilitada por las vanguardias, sólo quedó el pop art o cultura de masas como arte real. Y ese era norteamericano. De modo que el centro de gravedad artístico se desplazó de París a Nueva York. El único arte inventado en el siglo XX, que es el séptimo, salió de Francia, pero se afincó de modo devastador en Hollywood. El jazz y el rock también surgieron en EE. UU. y se difundieron luego por todo el mundo. Nada remotamente parecido tuvo lugar en Francia durante el siglo XX. Al contrario, su novela se diluyó en el estéril nouveau roman, su cine tuvo a Godard y su pintura acabó con Picasso, un francés de Málaga.

¿Por qué las películas de Hollywood son las más vistas o la música pop arrastra a miles de jóvenes europeos a los conciertos de rock? Nadie nos obliga a oír a Miles Davis, Bill Evans o The Doors, ni a ver a los Hermanos Marx, Woody Allen o Fred Astaire: a mí los curas más bien me impidieron que viese a Rita Hayworth y Marylin Monroe.

Mi hipótesis es que en el siglo XX EE. UU. desarrolló una cultura, que durante el siglo fue eclipsando y reemplazando a la europea. Así como en 1900 el centro de la pintura estaba en París, en el 2000 está en Nueva York. Para las ciencias, basta ver la distribución de premios Nobel, universidades y revistas científicas.

Europa se oscureció después de 1900 tanto por la locura antisemita de Hitler como por los mejores sueldos de Harvard, Princeton o Chicago. A partir de los años treinta, EE. UU. recibió un aluvión de genios: Einstein, Fermi, Toscanini, Chaplin, Hitchcock, la escuela de Frankfurt entera: Adorno, Horkheimer, Marcuse, Fromm y Lowenthal. Sin Werner von Braun la NASA no hubiese llegado a la Luna.

La alta cultura se ha evaporado, disuelta por el elitismo estéril de las vanguardias y, al igual que las elites burguesas que la cultivaron, ha perdido densidad en el mundo actual. Al vivir en una sociedad de masas, predomina la cultura de masas y en ella EE. UU. es la fuente hegemónica y el foco de innovación. Francia tuvo la hegemonía cuando existía la alta cultura, ahora esta ha desaparecido y con ella la hegemonía francesa. Sólo existe ya una cultura de masas y en ella predomina Estados Unidos. No es como para enorgullecerse, pero es lo que hay, y los europeos, empezando por los franceses, no hemos sido capaces de mejorarlo, sólo de consumirlo.

Luis Racionero, 21-I-08, lavanguardia