Peshawar, capital taliban

Peshawar, a un paso de la frontera que divide a los pastunes, fue en su día la meca del yihadismo internacional. Bin Laden alistaba allí, por cuenta de la CIA, a los muyahidines impacientes por expulsar a los soviéticos de Afganistán. Entre tanto, en los alrededores de Peshawar se iban creando las madrazas donde era adoctrinada la siguiente hornada de guerrilleros, los talibanes, que lograron imponer la charia o ley islámica en el 90% de Afganistán. Hasta que el 11-S provocó la intervención estadounidense y tuvieron que batirse en retirada, en muchos casos, de vuelta a Pakistán. Han vuelto a la carga y los que creían que Afganistán podía coger una pulmonía sin que Pakistán agarrara un resfriado se han dado cuenta de su error... 

La iglesia de San Juan se llena los domingos con 500 fieles, sobre todo en la misa en urdu. También incluye una escuela, protegida con fusiles, donde la mayoría de los alumnos pertenece a la elite musulmana. Alumnas y profesoras llevan rostro y cabello descubiertos. Al salir tienen que cubrirse. No es una cuestión religiosa, sino social. Precisamente, la primera señal de que se ha llegado al país de los pastunes son las mujeres sin cuerpo, sin rostro, anuladas de la cabeza a los pies por la infame burka: azul, negra, blanca o crema.

Al salir, topamos con una tienda de moda de mujer, cuyos maniquíes tienen el rostro enmascarado. Un poco más allá circula una camioneta con un anuncio. Una mano islamista ha convertido en borrón las caras de mujer. Peshawar, al atardecer, es una ciudad volcada a la calle, con una muchedumbre a menudo exclusivamente masculina. Las mujeres han sido barridas al espacio doméstico...

Esta semana, en un suburbio de Peshawar, una bomba de los talibanes locales ha destrozado dos tiendas de discos y una barbería, y ha matado a un vigilante, pese a lo cual, los vendedores de vídeos y casetes dicen que no tienen problemas con el extremismo religioso. Mienten.

Pero son algunas comarcas tribales pakistaníes, nunca sometidas, las que tienen en jaque al ejército. El valle de Suat, por ejemplo, donde el llamado Mulá Radio, Fazlulah, llama a derrocar al Gobierno para instaurar la charia. Mahsud, otro emir local, ha sido culpado por Musharraf del asesinato de Benazir Bhutto. De lo que no hay duda es de la presencia de más de medio millar de hombres de Al Qaeda, que se instalaron en Waziristán y se casaron con mujeres locales tras retirarse de Afganistán. Derrotar a estos caudillos, arropados por lealtades tribales y muy armados, supondría una gran carnicería.

El Museo de Peshawar recuerda a los que destruyeron al Buda gigante de Bamiyán que la sonrisa de Siddharta es infinita. Para que no se olviden las raíces del lugar, esculturas del siglo III muestran a un Buda de rasgos helénicos. La región había sido, desde la invasión de Alejandro Magno, el rompeolas entre el mundo indio y el europeo. El fulgurante ascenso del islam rompió ese puente. Y los talibanes siguen empeñados en la misma labor de zapa con el resto del mundo. Su viaje empieza y termina en el Corán.

9-I-08, J.J. Baños, lavanguardia