27-XII, 12h30´, Barcelona, espectacle benčfic Māgic Andreu

El protagonista de este cuento navideño se llama Màgic Andreu y es uno de los magos más conocidos. Sus trucos implican siempre al personal y su talante de echao palante cae bien. Andreu es el mago de las medallas. Cuando acaba un número él mismo se cuelga una en la pechera, sin necesidad de importunar a ninguna autoridad ociosa para que se tome la molestia de condecorarlo. Sus medallas son muy visibles, dignas del imperio austrohúngaro, y tienen la virtud de satirizar la facilidad pasmosa con la que tantas personalidades públicas se apuntan a colgarse medallas, sobre todo en periodo preelectoral. Pero el cuento de Navidad transcurrirá este jueves, día 27. Porque ese mediodía Andreu se va a apuntar una medalla de las que valen su peso en oro. Como otros artistas por estas fechas, presenta un espectáculo para el llamado público familiar. Este año, en el Poliorama barcelonés, con un espectáculo de título trabalingüístico: Chuspitruskiguaychikey. Pues bien, Andreu, por razones que se me escapan, ha decidido donar a la escuela para discapacitados Guimbarda la recaudación de la función que realizará este jueves día 27 a las 12.30 h.

Teniendo en cuenta que el número de funciones no pasará de la decena, el gesto del mago no es moco de pavo navideño. Guimbarda trabaja, desde hace décadas, con niños y adultos pluridiscapacitados. Es escuela para niños de 6 a 18 años, y centro de día de ahí en adelante. Sus profesionales, alumnos y padres merecen todas las medallas y así lo debe haber entendido el mago para ofrecer generosamente la recaudación del jueves. Espero que el Poliorama se llene.

En cuanto al cuento, yo me imagino a Andreu llegando un día a las aulas de los pequeños en Guimbarda y dándose cuenta de un detalle que profesionales y padres tienen en común. Me lo figuro observando la llegada de más padres y viendo que todos comparten la honorable distinción que acaba de percibir. El Màgic Andreu entra en un aula. Cuatro de los cinco alumnos están ya en sus sillas de ruedas. Al quinto acaban de cambiarle el pañal. Andreu se ofrece a colocarlo en su silla. Lo levanta a peso y, abrazado a él, aprovecha para decirle cuatro tonterías a la oreja. La respuesta del niño es entusiasta. Mueve las piernas y babea feliz. Cuando finalmente lo deja en la silla su camisa roja presenta una mancha de tonalidad más oscura a la altura del hombro derecho. El espejo del aula le permite comprobar que ya luce la misma distinción que acaba de descubrir en otros hombros. La legión de honor de Guimbarda, en forma de medalla babeada.

Estas manchas que oscurecen camisas y blusas son galones que ponen en cuestión las convicciones más antimilitaristas. Sin darse cuenta, Andreu empieza a valorar los galones que lucen los miembros de un ejército cada vez más numeroso, formado por soldados sin uniforme ni dorsal. Sólo quien se fija en estas condecoraciones evanescentes se da cuenta de su abundancia. Las hay en casas, hospitales, centros de día y escuelas especiales como Guimbarda, pero también en bares, calles, plazas y teatros. Son padres, enfermeras, cuidadores, madres, jóvenes becarias con piercings y tanga rojo, matronas de pechos rotundos, jóvenes fisioterapeutas que lucen musculatura y sonrisa seductora. Todos lucen en el mismo sitio estos galones intermitentes, medallas efímeras de rango y consistencia similar que no impone ningún general. Salen del mismo sitio que la voz y la saliva. De dentro. La ceremonia de graduación es simple y se repite muchas veces cada día. Se renueva con la baba de quienes viven en el dique seco. No es una mala baba. A su lado palidece la Creu de Sant Jordi y todas las legiones de honor son papel mojado. Este jueves, en el Poliorama, las medallas del Màgic Andreu tendrán más brillo que nunca.

25-XII-07, Màrius Serra, lavanguardia