´Los límites de la democracia´, P. Schwartz

Pedro Schwartz

'El futuro de la libertad' de Fareed Zakaría se ha convertido en el libro de cabecera de los críticos del nuevo socialismo vaporoso que ha llevado a Rodríguez Zapatero y a Maragall a la presidencia de los gobiernos de España y de Catalunya. Los movimientos de opinión que los apoyan representan, para nuestros liberalconservadores, el epítome de ese populismo ultrademocrático denunciado por el director de Newsweek, por el peligro que supone para las tradiciones liberales de nuestra civilización.

La tesis de Zakaría se inscribe en la línea de pensamiento iniciada por Montesquieu y Tocqueville. En 'El espíritu de las leyes' (1748), el ilustrado barón quiso transmitir en la Francia de Luis XV la lección aprendida en la Inglaterra de Jorge II, a saber, la importancia de separar los poderes del Estado como lo hacía la Constitución inglesa para proteger la libertad. Tocqueville, en 'La democracia en América' (1830-1835), señaló el peligro de que un sistema popular como el de Estados Unidos degenerase en la opresión de las minorías por la mayoría. Pues bien, Zakaría sostiene que, en el mundo actual, los regímenes políticos, las organizaciones sociales, las universidades, la cultura, la vida económica, se juzgan por un solo baremoPedro Schwartz, LV, 28/07/2004.

'El futuro de la libertad' de Fareed Zakaría se ha convertido en el libro de cabecera de los críticos del nuevo socialismo vaporoso que ha llevado a Rodríguez Zapatero y a Maragall a la presidencia de los gobiernos de España y de Catalunya. Los movimientos de opinión que los apoyan representan, para nuestros liberalconservadores, el epítome de ese populismo ultrademocrático denunciado por el director de Newsweek, por el peligro que supone para las tradiciones liberales de nuestra civilización.

La tesis de Zakaría se inscribe en la línea de pensamiento iniciada por Montesquieu y Tocqueville. En 'El espíritu de las leyes' (1748), el ilustrado barón quiso transmitir en la Francia de Luis XV la lección aprendida en la Inglaterra de Jorge II, a saber, la importancia de separar los poderes del Estado como lo hacía la Constitución inglesa para proteger la libertad. Tocqueville, en 'La democracia en América' (1830-1835), señaló el peligro de que un sistema popular como el de Estados Unidos degenerase en la opresión de las minorías por la mayoría. Pues bien, Zakaría sostiene que, en el mundo actual, los regímenes políticos, las organizaciones sociales, las universidades, la cultura, la vida económica, se juzgan por un solo baremo: si responden en su funcionamiento a los deseos de la mayoría. Concretamente por lo que se refiere a la política, todo se valora por el criterio de si es el pueblo el que toma las decisiones en elecciones libres. La regeneración de regímenes dictatoriales como los de Serbia, Bosnia-Herzegovina, Afganistán o Iraq se cifra en si las elecciones son libres. En los países adelantados, todo se resume en pedir más participación individual en las decisiones colectivas, más atención de los gobernantes a los cambiantes deseos de los ciudadanos, más cuidado de la imagen y el talante en el trato con los gobernados –a fin de cuentas, gobernación dirigida por los sondeos de opinión.

Sin embargo, subraya Zakaría que quienes caracterizan la democracia solamente por el gobierno de la mayoría olvidan una fundamental lección de la historia occidental. Una cosa es la democracia a secas y muy otra es la democracia liberal, un sistema político caracterizado no sólo por la práctica de elecciones libres y regulares, sino también por la soberanía del derecho, la separación de poderes y la protección de las libertades básicas de expresión, reunión, creencias y propiedad privada. Los occidentales nos sorprendemos de que la democracia pura no acabe de funcionar en los países que la adoptan sin una tradición liberal previa: los votantes eligen a quienes les garantizan la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia, el orden público en Rusia, la apropiación de minas en las repúblicas asiáticas de la antigua URSS o el predominio de los chiíes en el nuevo Iraq. Quizá fuera menos urgente convocar elecciones libres y mayoritarias en todos esos países que el crear antes una judicatura independiente, consolidar los derechos de propiedad, garantizar los derechos de las minorías, aunque durante algún tiempo el gobierno no fuera electivo.

Al mirar en su derredor, Zakaría llega a la conclusión algo melancólica de que, en el mundo actual, “la democracia florece, la libertad no”. Ser democrático se ha convertido en la gran excusa para los autócratas del Tercer Mundo: Fidel Castro obtiene victorias aplastantes en los plebiscitos que convoca; Hugo Chávez disuelve las instituciones liberales amparado en el voto popular; Putin destruye las grandes compañías industriales que puedan servir de base a sus oponentes políticos; Arafat hace y deshace sobre la base de sus aplastantes victorias electorales, y Mugabe expropia tierras apelando a sus mayorías electorales. La democracia, como decían los franceses de la hipocresía, se ha convertido en el homenaje del vicio a la virtud. Incluso en los países más civilizados, y especialmente en Estados Unidos, añade Zakaría, la popularidad, el gusto general, la opinión mayoritaria del momento se han convertido en los árbitro de lo que está bien, de lo políticamente correcto.

Ortega ya hizo notar que “democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político totalmente distintas. La democracia responde a esta pregunta: ¿Quién debe ejercer el poder público?... El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: ejerza quienquiera el poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste?” La democracia constitucional toma lo mejor de ambos sistemas, para hacerlos compatibles en beneficio de un mejor gobierno. Una vez consolidadas las instituciones liberales de la separación de poderes, la soberanía del derecho, las libertades individuales, es posible sin peligro hacer que los gobiernos respondan en última instancia ante el pueblo.

... La voluntad democrática no debe ser excusa para la erosión de las libertades individuales, la concentración de poderes en el Ejecutivo, la invasión de la economía y la sociedad por el poder político. La democracia debe ser liberal.

lavanguardia, 28/07/2004