´La libertad y el ´trágala´´, Lluís Foix

Mantengo desde hace tiempo que nuestro país tiene un problema con la libertad. No me refiero a la libertad de expresión, de pensamiento o de circular por donde a uno le apetezca. Me refiero a la libertad que no deja espacio para la libertad de los demás. La libertad que no tiene en cuenta el respeto al otro puede conducir a un dogmatismo que se revela más hostil a la propia libertad.

Decía Isaiah Berlin que "todo es lo que es: la libertad es libertad, no igualdad o equidad o justicia o cultura, ni felicidad humana ni una conciencia tranquila. Si la libertad mía, de mi clase o mi país, depende de la desgracia de otra serie de seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral". La libertad, añadía, es simplemente uno de los valores que hay que reconciliar con los demás ya que no es una carta ganadora por encima de las demás.

Existe la erosión a la libertad en un mundo como el nuestro en el que las empresas se globalizan a una velocidad vertiginosa y en el que compañías multinacionales pueden vivir al margen de las leyes estatales y de los impuestos del Estado, lo que limita notablemente la capacidad de otros gobiernos para controlar sus propias economías y, por lo tanto, limitar las libertades de sus ciudadanos. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país, sino que cabalga impunemente por todo el planeta.

Cuando me refiero a nuestra sociedad pienso más bien en una expresión muy castiza, muy española, también sutilmente catalana, que se suele resumir en el trágala,en el "te vas a enterar" y en el "hasta aquí podíamos llegar".

La libertad es garantizada por las constituciones o por la jurisprudencia en los sistemas democráticos occidentales. Pero, curiosamente, no se puede imponer por ley que no entiende de memorias, de virtudes ni de intenciones. La ley actúa sobre los hechos y sus consecuencias.

La libertad es también respeto a los individuos y a las minorías. En su ensayo On liberty,John Stuart Mill dice lo siguiente: si toda la humanidad, menos uno, tuviera una opinión, y sólo una persona tuviera la contraria, la humanidad no estaría justificada en silenciarla de la misma manera que ese individuo no estaría justificado en silenciar a la humanidad.

La libertad no se impone. Ni envía a las tinieblas a quienes no comparten la nuestra ni nos tacha del mapa a los que discrepamos de una opinión mayoritaria.

lavanguardia, 23-X-07.