´Narcocràcia, cáncer de la Democracia global´, Xavier Batalla

Alberto Santofimio parece un personaje de novela. Ha sido dos veces candidato a la presidencia de Colombia pero, como esto de las elecciones no es cosa segura, pidió a Pablo Escobar, jefe del narcotráfico de Medellín, que le echara una mano. Dicho y hecho: el político que le hacía sombra, Luis Carlos Galán, fue asesinado en 1989. Pero Santofimio no alcanzó la presidencia y ahora ha sido condenado a veinticuatro años de cárcel por el asesinato de Galán, lo que en principio significa un revés para el crimen organizado.

Traficantes, falsificadores, piratas y políticos corruptos no han faltado en la historia, pero ahora tienen un poder global. El informe State of the future (el estado del futuro), publicado el pasado septiembre por la World Federation of United Nations Associations, repasa los quince desafíos globales que considera más graves para el futuro del planeta, entre ellos el cambio climático, la escasez de agua potable y el terrorismo. Pero el informe subraya especialmente el desafío del crimen organizado, que tiene un volumen de negocio anual de dos billones de dólares. Dicho de otra manera: sus ingresos superan los gastos de defensa de todo el mundo.

Una de las consecuencias de los cambios políticos y económicos experimentados en los últimos veinte años es que la delincuencia global no sólo ha experimentado un espectacular aumento, lo que a menudo engrasa más de una economía legal, sino que diversifica riesgos, desde el comercio ilícito hasta el tráfico de drogas, pasando por el esclavismo, el contrabando de armas, el blanqueo de dinero o la empresa con casi todas las de la ley.

Moisés Naím, director de Foreign Policy,ha explicado con detalle algunas de las enormes posibilidades que se abrieron cuando cayó el muro de Berlín. Dice Naím, autor de Ilícito (Debate, 2006), que Ucrania y Serbia fabrican discos compactos y municiones para el contrabando; que Moldavia pasó a ser un centro comercial del tráfico de seres humanos, punto de escala de cargamentos de drogas y sede de matriculaciones falsas de aviones; que la Transnistria, una región de Moldavia que quiere ser independiente, aunque no es más que una empresa ilegal de carácter familiar, se transformó en paraíso para el contrabando de armas; que Bielorrusia floreció como centro del tráfico de seres humanos; que Rumanía se situó como líder de la ciberdelincuencia y el fraude a través de internet; que las repúblicas de Asia central y los Balcanes cobraron un papel de primer orden en el comercio de opio entre Afganistán y Europa, y que la provincia china de Yunnan se especializó en la distribución del opio procedente de Birmania. No están todos los que son, pero son todos los que están.

El desafío procede de organizaciones estructuradas, disciplinadas y jerárquicas que representan un amenaza para las sociedades que, como ha escrito Naím, "tengan motivos y recursos para protegerse del comercio ilícito y de las redes criminales", como los carteles colombianos, los tong chinos, las tríadas de Hong Kong, la mafia rusa o las yakuza japonesa.

Las cuentas del informe State of the future son claras. La parte del león de los ingresos del crimen organizado procede del contrabando y la piratería (520.000 millones de dólares). Y el segundo ingreso en importancia es el que se deriva del narcotráfico, que se eleva a unos 320.000 millones de dólares. El comercio de seres humanos no llega a estas sumas, aunque es el más pernicioso: según datos de la ONU, unos 27 millones de personas son hoy día esclavos, una cifra superior a la que alcanzó en su momento culminante el tráfico de seres humanos en África.

Las rivalidades entre el este y el oeste, entre el norte industrializado y el sur subdesarrollado o entre ideologías y civilizaciones seguirán generando conflictos, pero Naím nos anuncia que el mayor choque se dará entre las sociedades democráticas y las redes de traficantes. Este choque lo ha definido como "una colisión entre puntos brillantes y agujeros negros geopolíticos". Una lectura poco atenta de Naím podría llevarnos a la conclusión de que los agujeros negros prosperan principalmente entre aquellos que son diferentes a nosotros. No es el caso. Las 225 personas más ricas del planeta, en su mayoría ciudadanos de países desarrollados, ingresan lo mismo que 2.700 millones de pobres, pero sólo una mínima parte de los sobornos la reciben funcionarios del mundo subdesarrollado. Jerome Glenn, coautor del estado del futuro, dice que "la gran mayoría de los sobornos se hacen a individuos de los países ricos". Y uno de los agujeros negros más emblemáticos es la Costa del Sol. Málaga tiene uno de los índices de paro más elevados y una de las rentas más bajas, pero ha experimentado un aumento del 1.600 por ciento en la construcción de viviendas. Por cierto, Alberto Santofimio fue ministro de Justicia.

lavanguardia, 20-X-07.