´El peón geoestratégico birmano´, Xavier Batalla

Después de la caída del muro de Berlín, con la desaparición de una de las dos superpotencias y el auge de la globalización, no pocos teóricos y practicantes llegaron a la conclusión de que las relaciones internacionales habían entrado en una fase donde el equilibrio de poder perdería su influencia después de haber movido el mundo durante siglos. El escenario asiático del siglo XXI, sin embargo, parece desafiar este convencimiento. ¿Podrá la globalización económica y el multilateralismo hacer de Asia un tablero estable o, por el contrario, las tensiones harán que el futuro de Asia sea el pasado de Europa?

En el actual tablero asiático hay tres tipos de actores. En primer lugar, las grandes potencias, que son cinco: Estados Unidos, China, Japón, Rusia e India. Después están las potencias medianas, que no pueden imponerse pero sí inclinar la balanza, como Pakistán (en buenas relaciones con Pekín y Washington, pero rival de Nueva Delhi), Indonesia, Corea del Sur y Vietnam. Y, finalmente, los peones, como Laos, Camboya o Singapur.

Birmania, desgobernada desde hace cuatro décadas por una dictadura militar, es otro peón. Estados Unidos continúa siendo el primer actor en Asia, entre otras cosas por sus alianzas decisivas con Japón, Corea del Sur y Taiwán. Pero Washington ya sufre la competencia de Pekín, cuya influencia no para de crecer, desde Corea del Norte hasta Pakistán e Irán, por lo que Japón, la segunda economía del mundo, se refugia bajo el paraguas estadounidense. Rusia mueve muchos hilos, como demuestra en Irán y Afganistán. Y la quinta potencia, India, es cortejada por el resto. Birmania, ahora entre la protesta contra la tiranía y la represión militar, es un peón cortejado por sus potencias vecinas.

Birmania tiene petróleo y gas, pero sobre todo es interesante por su posición en el mapa, que no sólo es clave para el tráfico de drogas y el contrabando. La economía birmana depende de China, su primer inversor, que está realizando grandes proyectos. Los chinos venden armas a la junta militar, construyen carreteras, ferrocarriles y oleoductos, y canalizan el río Irrawaddy, el mayor de Birmania, para convertirlo en una ruta que permita sortear los estrechos de Malaca, donde el poder naval estadounidense es manifiesto, lo que facilitará que el petróleo y otras materias primas lleguen procedentes de Oriente Medio y África hasta un puerto fluvial situado junto a su frontera.

India compite con China como potencia emergente y también tiene intereses económicos en Birmania: es el segundo importador de sus productos, sólo por detrás de Tailandia, y le proporciona armas. Pero lo que trae de cabeza a India es la situación de Birmania, que en tiempos del imperio británico fue una de sus provincias. Nueva Delhi ayuda a la junta a cambio de que combata a los guerrilleros que se infiltran en los estados indios de Assam y Nagaland desde territorio birmano. Es fácil entender, pues, que la junta se deje querer por unos y otros, incluidas las empresas del Occidente que ahora pone el grito en el cielo por los monjes budistas. China acaba de vetar una resolución condenatoria, aunque se dice que endurece su posición hacia la junta. ¿Teme que un baño de sangre empañe los Juegos Olímpicos de Pekín? Lo apasionante será saber si Birmania es otro Darfur, donde los intereses chinos ejercen el veto, o si los líderes que dan portazo a la democracia en China le dirán a la junta birmana que se haga demócrata.

lavanguardia, 30-IX-07.