Turkestan, el principal problema nacional de Xina (1/2)

Rafael Poch de Feliu, lainsignia, 2-X-04.

El principal problema nacional de la China de hoy no está en el Tibet, como muchas veces se piensa en Occidente, sino en el Xinjiang, la gran región autónoma del extremo noroccidental del país. La región pertenece cultural e históricamente al Turkestán, la gran zona de Asia Central poblada por pueblos túrquicos de tradición mayormente islámica que en los últimos siglos ha estado dominada por los imperios ruso y chino. En Xinjiang, el Turkestán chino, viven los uigures.

Los uigures aparecieron como nación a principios del sigloVII como una unión de diferentes grupos étnicos y tribales pastoriles que se sedentarizaron. A lo largo de los siglos recibieron y filtraron muchas influencias culturales y religiosas; desde el budismo hasta el cristianismo nestoriano, pasando por el maniqueismo, el zoroastrismo, el taoismo, el confucionismo y el animismo, pero fue el Islam, a partir de finales del siglo X, el que prendió con más fuerza entre ellos y ha sobrevivido hasta hoy con gran vigor. Durante casi diez siglos, la lengua túrquica uigur y su escritura fueron "lingua franca" en Asia Central, y los mongoles recibieron de los uigures el alfabeto y la experiencia para crear un estado en la época de Chingiz Jan.

Hoy, si se divide las 55 minorías étnicas oficialmente reconocidas en China en dos grupos, según su mayor o menor nivel de parentesco y afinidad con la mayoría Han, los uigures son la mayor minoría (8,5 millones) del grupo de los más diferentes a los Han en cultura e ideosincracia. Es el único pueblo túrquico que utiliza el alfabeto árabe y ha demostrado un fuerte apego a su tradición y una gran resistencia a la asimilación.

El Turkestán chino mantiene frontera con siete países (Mongolia, Rusia, Kazajstán, Kirguizstán, Tadjikistán, Afganistán, Pakistán e India) es una zona inmensa, rica en reservas de gas, petróleo y minerales, de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a más de tres veces la Península Ibérica, y que representa la sexta parte de la superficie total de China. Xinjiang es un territorio desértico en un 50%, donde China tiene su polígono de pruebas atómicas (Lop Nor) en el que ha detonado más de 40 bombas atómicas.

La llegada de Estados Unidos a esta gran región de Eurasia, como consecuencia del fin de la Urss, ha convertido el Turkestán en escenario de un nuevo "gran juego", determinado por la abundancia de materias primas y la ambición por controlarla.

La ortodoxia de la publicística y de los estudios universitarios occidentales sugiere claramente que el dominio chino de esta región, como el del Tibet, es, fundamentalmente, ilegítimo.(Por ejemplo; "La historia no apoya la reivindicación china de ésta remota región", es la frase que abre el artículo sobre Xinjiang en el volumen "Modern China" de Pinguin Books).

Como en el caso de la costa báltica en la Urss, la demostración consiste en enfatizar los periodos de independencia o no pertenencia a China de esos territorios en el siglo XX, y minimizar o silenciar los vínculos. De parte China, trátese de Xinjiang o de Tibet, se practica el mismo ejercicio pero a la inversa; recordando vínculos ancestrales.

Al margen de ambas posturas, la realidad es que históricamente Xinjiang es un territorio fronterizo que mantuvo siempre fuertes contactos e intercambios con China, y que está dominó cuando era fuerte y cedió cuando era débil. Actualmente China es fuerte y su dominio en Xinjiang se está fortaleciendo.

El nieto del Jan

Fue en mayo de 1989. Había llegado a Alma Atá tras una visita a la frontera chino-soviética. El Ministerio de exteriores soviético la había organizado para mostrar las primeras consecuencias prácticas de la normalización de relaciones con China, que iba a ser rubricada poco después por la visita de Gorbachov a Pekín. La Urss habia comenzado a retirar de allí gran parte de las 44 divisiones que había llegado a tener desplegadas desde los años setenta, 13 más que en el frente europeo. Se acababa de abrir el tráfico fronterizo.

En Alma Atá aún tenía frescas en la retina las imágenes del viaje. Aquellas interminables carreteras de la estepa kazaja, flanqueadas por cordilleras nevadas entre las que transcurría el amplio pasillo natural de Dyungaria, tenían algo de extraño. Su pavimento era deficiente, pero, de vez en cuando, había tramos no sólo de firme perfecto, sino de una anchura innusual. Los dos carriles se ensanchaban hasta cinco o seis durante varios kilómetros, sin aparente motivo.

"En caso de tercera guerra mundial", por esas carreteras no sólo debían rodar las divisiones acorazadas hacia el valle del Ili o la capital de la provincia china de Xinjiang, Urumchi, sino que también debían permitir el aterrizaje de los grandes bombarderos y aviones de transporte militar, me dijo entre susurros un oficial. En 1989, aquella época de obsesiva militarización se acababa.

Por aquel entonces, en Kazajstán vivían casi un millón de alemanes soviéticos. En el siglo XVIII, con la emperatriz Catalina II, decenas de miles de campesinos de Suabia y otras regiones alemanas habían colonizado la región del Volga, y durante la segunda guerra mundial, Stalin los había deportado a Kazajstán. Casi cincuenta años después, los alemanes de Kazajstán formaban una comunidad bastante cerrada y endogámica, que contaba con sus propias escuelas y había preservado su lengua. En Alma Atá me topé con un taxista, rubio y de ojos azules llamado Karl, que hablaba alemán con fuerte acento "schwäbisch". Le expliqué que en la frontera había asistido al paso de los primeros autobuses chinos, cargados de uigures, autorizados a entrar en la URSS.

Desde el siglo XIX, la cuestión nacional uigur había sido una de las monedas de cambio de Rusia en su tira y afloja fronterizo con China. Cuanto mayor era el interés de Rusia por territorios bajo control chino en el Turkestán Oriental, o cuanto peor era la relación con Pekín, mayor había sido su amparo hacia el irredentismo uigur. Los vaivenes de las relaciones chino-soviéticas, las guerras y levantamientos uigures de los años cuarenta, asi como los sufrimientos y persecuciones a las minorías en la China del "Gran Salto Adelante" y de la "Revolución Cultural", se habían traducido en diversas oleadas de refugiados uigures hacia Kazajstán. En Alma Atá había una comunidad uigur y Karl me habló de un buen amigo suyo, Azat, que era uno de sus líderes. Expresado mi interés por conocerlo, quedamos aquella misma noche. Fue asi como conocí al nieto de Yaqub Beq, caudillo del efímero janato uigur de Kashgar.

Azat Yakumbek era un hombre de mediana estatura, robusto, casi calvo y de ojos rasgados, de unos treinta años pero que aparentaba quince o veinte más. Tenía una sonrisa bondadosa y un fino sentido del humor. Vivía muy pobremente en una barraca de un barrio del extrarradio en el que una fábrica de asfalto disparaba los índices de mortalidad infantil. El techo de su vivienda era de uralita, carecía de agua corriente y se calentaba con una estufa de carbón. Azat estaba casado con una bella y hacendosa uzbeca que le había dado dos hijos preciosos, y que daba la sensación de que era el puntal material de la familia.

Yaqub Beq (1820-1877), el abuelo de Azat, había sido un aventurero de Kokand, en la región de Ferganá, actual Uzbequistán, capital de uno de los tres janatos existentes en el Turkestán occidental, antes de su anexión al Imperio ruso. Tras combatir allí sin éxito a los rusos, se trasladó al Turkestán chino, donde logró crear el janato de Kashgar en 1867 y proclamarlo independiente de la China manchú durante diez años, aprovechando la ayuda británica que en el marco del "gran juego" recelaba del avance del imperio ruso en Asia Central como potencial amenaza a India. La autoridad de Yaqub Beq fue cruel y sangrienta, señalaban las crónicas.

"Los rebeldes no se contentan con aniquilar a los odiados funcionarios chinos, sino que, excitados por sus mullahs, se entregan a la masacre de la pacífica población china", escribióVasili Vereshagin, un artista ruso que visitó la región aquellos años. El janato de Yaqub Beq concluyó en 1877, cuando un ejército chino reconquistó Kashgar y el Jan murió, al parecer envenenado.

En Alma Atá la comunidad uigur vivía en condiciones de exilio. Procedía de diversas olas de emigración, pero todos tenían en común una marcada hostilidad hacia China. Por su respetado linaje, Azat se había convertido en un personaje central de la comunidad uigur de Kazajstán, formada por unas 250.000 personas. A finales de los ochenta la comunidad estaba negociando la apertura de un "centro cultural" de la nación en Alma Atá y todos los uigures le traían a Azat las piezas de arte uigur de sus familias que consideraban de valor para crear el fondo del futuro museo del centro. El resultado era que la barraca contenía un verdadero tesoro. Alfombras antiguas, joyas, tejidos de la seda más fina, ajuares ancestrales y manuscritos, representativos de diferentes etapas de la cultura uigur, se amontonaban en los arcones y rincones de aquel humilde habitáculo de las afueras de la ciudad. Aquella especie de Diógenes guardían del tesoro de la nación exiliada, me mostraba la joyas de la colección, poniéndoselas a su hermosa mujer mientras bromeaba con ella recordándole el buen negocio que había hecho al casarse, indiferentes ambos a su valor material. Su relato, aquella noche me resumió el devenir de la nación durante las duras décadas anteriores.

"Hasta el 56 las cosas fueron más o menos bien allá, pero a principios de los sesenta comenzaron a fusilar a gente", resumió aquella noche una contertulia, también refugiada, que había dejado tres hermanos al otro lado de la frontera, y que entonces se disponía a cruzarla por vez primera en más de veinte años.

Como consecuencia del hambre y las persecuciones, en 1962 más de 80.000 personas, la mayor parte de ellas uigures o kazajas, habían huido de China para refugiarse en Kazajstán. Repetían la historia escrita un siglo antes por 50.000 familias uigures que huyeron del imperio chino después de que el ejército manchú aplastara el janato de Yaqub Beq. Aquella oleada del XIX fue la que fundó la ciudad de Dyarkent, junto a la frontera china del actual Kazajstán, que cuenta con una extraordinaria mezquita uigur con aspecto de pagoda. En 1942, la ciudad se rebautizó Panfilov, en honor del General soviético, Iván Panfilov, muerto al mando de su división en la épica defensa de Moscú del invierno de 1941. La capital rusa había sido salvada aquel invierno por tropas siberianas y kazajas, así que el cambio de nombre de la ciudad no era exactamente un capricho imperial.

En 1962 se enredaba la maraña de la ruptura chino-soviética, complicada por la polémica sobre transferencia de tecnología nuclear militar y por el pleito fronterizo chino-indio, que degeneró en guerra en el Himalaya. En octubre de 1961, los ataques contra Stalin de Jrushov, que dañaban indirectamente el caudillismo imperial de Mao, y el pleito con Albania, habían provocado el airado abandono de Zhu Enlai de la sesión del XXII Congreso del PCUS en Moscú. En Xinjiang había indicios de agitación soviética entre las minorías. En los tres distritos del norte con centro en Kuldjá, zona de tradicional influencia ruso-soviética, funcionaba un partido panturquista uigur de inspiración marxista bendecido por la URSS, de la que se esperaba ayuda para crear en territorio chino una "República del Turkestán Oriental"; el Partido Popular del Turkestán Oriental (Sharki Turkistan Halk Partisi) STHP. Agentes soviéticos capitalizaban el descontento uigur, por el hambre y las estrecheces del Gran salto Adelante, "extendiendo el rumor de que al otro lado de la frontera la miel y la leche fluían por la calle", explicaba Azat.

Todo eso revivía entre los dirigentes chinos los fantasmas de la ocupación militar rusa del norte del Xinjiang de 1871 y del patronazgo soviético de la "República del Turkestán Oriental" proclamada, una vez más, por los uigures entre 1944 y 1949 en aquellos mismos distritos del norte de Xinjiang aprovechando el caos de la guerra civil china.

El 29 de marzo de 1962, decenas de miles de uigures se concentraron ante el ayuntamiento de Kuldjá (Yining, en su nombre chino) pidiendo alimentos. Las tropas chinas dispararon dejando centenares de cadáveres, y en los siguientes tres días decenas de miles de uigures atravesaron la frontera hacia la URSS como un río incontenible. Murzat Yakumbek, el padre de Azat fue detenido en calidad de hijo de una figura nacional antichina, junto con muchos representantes de la inteligentsia uigur. Creyéndolo muerto y haciéndose pasar por kazajos, Azat y su madre atravesaron aquel mes la frontera, que poco después fue sellada militarmente.

"Creíamos que en la URSS había prosperidad, y cuando llegamos aquí, hasta el pan estaba racionado", recordaba Azat.

Años después vino la Revolución Cultural. En Xinjiang había comenzado como una guerra civil entre facciones chinas Han, pero se acabó volviendo también contra las minorías étnicas locales. Muchas mezquitas fueron cerradas o destruidas y algunos de sus clérigos obligados a trabajar en granjas de cerdos.

Durante todos aquellos años las comunicaciones de Azat con su ciudad habían sido esporádicas, muchas veces a través de gente que cruzaba la frontera clandestinamente. Así, madre e hijo supieron años después que Murzat estaba vivo en un "campo de reeducación", recibieron algunas fotografías y, mas tarde, la noticia de su puesta en libertad. En 1989, durante nuestra conversación, la gradual apertura fronteriza abría la posibilidad de que Azat volviera a ver a su padre en una visita a Kuldjá desde Kajazstán, pero el viaje era más complicado de lo que parecía a primera vista.

Para recorrer en autobús los 80 kilómetros de distancia entre Panfilov-Dyarkent y Kuldjá-Yining, era necesario volar previamente 3.500 kilómetros hasta Moscú para hacer cola en la embajada china, única autorizada para expedir el visado de entrada. Tanto aquel viaje como el billete de autobús a Kuldjá se pagaban en dólares y viajar en coche particular no estaba permitido. "Poco a poco, todo se irá solucionando", me dijo en 1989 el jefe del partido en Panfilov, un uigur de 42 años de aspecto diligente y responsable, llamado Husein Ilianov. Aquel año el muro no solo caía en Berlín.

Una década muy complicada

Si el final de los ochenta fue época de desmilitarización, esperanza y apertura, el deshielo interior provocado por la "perestroika" produjo también caos e inestabilidad y convirtió en muy complicados los años noventa en Asia central. En la parte soviética del Turkestán, las elites gobernantes de esas repúblicas eran las menos preparadas para asumir las consecuencias del derribo que les venía impuesto desde Moscú.

La perspectiva de independencia y nuevo nacionalismo que abría la desintegración del Partido Comunista Soviético (PCUS) y de la URSS, funcionaba particularmente mal en Asia Central. Todas las repúblicas tenían allí una gran dependencia del comercio interior soviético -que se hundió-, contaban con una gran población joven y altos índices de desempleo, y las elites políticas tenían grandes dificultades en cambiarse el traje soviético, con el que se sentían bastante confortables, e inventar un nuevo discurso, nacionalista, laico y patriarcal, que eludiese el tradicionalismo islámico.

Con un centenar de nacionalidades y una gran población eslava que superaba a la autóctona, Kajazstán era una especie de replica de la URSS particularmente incómoda por la independencia caída del cielo, pero fue en Tadjiskistán donde se dio la situación más dramática. El vacío de poder dejado por la disolución de la URSS, rompió los equilibrios entre los grupos dirigentes y dio lugar a una sangrienta guerra civil entre clanes regionales, después de que los dirigentes excomunistas se vieran forzados a compartir el poder con fuerzas alternativas que se reclamaban del tradicionalismo islámico.

En Uzbekistán, el principal estado de la región, el tradicionalismo islámico surgió con particular vigor en la región del antiguo janato de Kokand, patria de Yaqub Beq, el valle de Ferganá.

A finales de los ochenta, el valle presentaba la mayor densidad de población de la URSS, enormes tasas de desempleo y padecía una manifiesta escasez de tierra cultivable. Grupos de gente vestida de negro, con barba, tomaban las mezquitas y cuando los clérigos del islám oficial iniciaban la prédica, les interrumpían y les acusaban de ser agentes del KGB.

En aquellos tiempos, cada candidato al puesto de imán de una mezquita era consensuado entre la autoridad religiosa (que era un departamento del estado) y el KGB, por lo que la acusación tenía cierto fundamento. El resultado era una religión sin alma.

"Los clérigos actuaban de forma algo alegre, recibían regalos en las bodas, tenían coche (un lujo), buenas casas, casaban bien a sus hijos y a veces hasta bebían alcohol", recordaba en otoño del 2001 un alto funcionario uzbeco.

En ese contexto de religión sin alma, vacío ideológico e inseguridad de las autoridades (que entendían poco lo que pasaba en Moscú), en Ferganá surgió una ideología alternativa y nuevas organizaciones como "Tovba" (caridad), "Adolat" (justicia) e "Islom Lashkarlari" (guerreros del islam), que actuaban contra la delincuencia y la corrupción. Típica de aquella época aún inocente, fue la acción ejemplar contra un policía que cobraba las mordidas en el bazar de la ciudad de Namangán: le ataron a un árbol en la puerta del mercado y lo tuvieron un día entero expuesto a las risas de la gente.

Uno de los miembros de "Tovba" era el joven Dyumaboi Jodyiev, nacido en 1969 y oriundo de Namangán. Jodyiev ingresó en ese medio al regresar de la guerra de Afganistán, donde había servido un año en las fuerzas paracaidistas de la URSS. Fue entonces cuando las autoridades uzbecas, preocupadas por la creciente fuerza alternativa de los barbudos, iniciaron una represión despiadada contra ellos.

"En 1991 y 1992, logramos acabar con aquella amenaza", explicaba el funcionario. De esa forma, decía, se cortó por lo sano el escenario abierto en Tadjikistán, donde la guerra civil enfrentó a clanes y regiones, algunos con la bandera del islam desde 1992 hasta 1998, con el resultado de 50.000 muertos. "Aquí habrían matado a los siete millones de no uzbecos de nuestra república y se habrían impuesto sobre las dos terceras partes de nuestra población que no acepta su orden", decía.

Sus consideraciones tenían fundamento, pero omitían algo. En realidad la ilegalización de 1992 no acabó con el problema y en algunos casos lo agravó. Por ejemplo, la represión, despiadada e indiscriminada, llevó a muchos miembros del partido "Hizb-at-Tajir", también integrista pero no violento, a evolucionar hacia posiciones violentas.

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