3- Kashgar, la tradició assetjada

Kashgar, la tradición asediada
El tradicionalismo uigur representa un sordo pero firme obstáculo apolítico al desarrollismo chino (y 3)
LV, 7-X-2004.

La ciudad vieja de Kashgar supera con creces todo lo que pueda verse en Samarkanda, Bujara o Jiva, las otras antiguas capitales de janatos islámicos del Turkestán, hoy en Uzbequistán. Al lado de Kashgar, son museos urbanos desprovistos de alma. Aquí la calle es de los oficios; barberos, herreros, hojalateros, alfareros, zapateros, panaderos, carpinteros, sastres, carniceros y albañiles. Los niños aún corretean por ella y los burros se abren paso entre las advertencias de sus amos. Aunque el nivel de vida sea mucho más alto, el ritmo de la vida tradicional es casi tan auténtico como el de las ciudades afganas. Pero todo eso ocurre en un espacio circular de 4,2 kilómetros cuadrados, en el que viven 126.000 vecinos, casi todos ellos uigures, de los 380.000 con que cuenta la ciudad. Y ese espacio de vida, de color y, a veces, de pobreza está asediado por la ciudad moderna, de una fealdad considerable, que le gana terreno mediante la demolición. Está por ver qué aspecto tendrá esta joya dentro de otros diez años de modernización.

El alfarero Tusum Rustam tiene su taller en la azotea de su vivienda de ladrillos de adobe, a la que se accede por una escalera de mano. Empezó de niño y a los 17 años ya era un maestro, dice. Su familia lleva siete generaciones en el oficio, fabricando platos y botijos en un torno que se acciona con los pies, junto al horno de leña. Tiene más de 50 años, pero, puntualiza, "si mi padre a esta edad sabía diez, yo sólo sé cinco". Últimamente le falla la espalda, pero sus hijos no van a continuar la tradición. "Uno estudia para maestro, el otro trabaja de aprendiz con un sastre", dice. Naturalmente que le gustaría que alguien continuara la tradición familiar, pero no parece hacer un drama porque no vaya a ser así... Preguntado por su opinión sobre la remodelación y modernización de la ciudad, el hombre se arranca con una respuesta de rigor. "Las autoridades se preocupan mucho por la población y están haciéndolo muy bonito", dice, sabiendo que entramos en terreno sensible.

El corazón de la ciudad antigua, la plaza de la mezquita Aid Kaj, es casi inaccesible, rodeada de vallas y asaltada por unas obras de remodelación que han destruido un par de calles tradicionales. Una de ellas albergaba a los orfebres de la ciudad y, cerca de ellos, a los vendedores de plantas y reparadores de porcelana. Ahora, según se desprende del croquis del proyecto expuesto en una gran avenida, la mezquita del siglo XV pasará a estar rodeada por nuevos y amplios edificios modernos coronados con remotos toques orientales,en los que se ubicarán tiendas y restaurantes. La gran explanada de la mezquita, antes parcialmente ajardinada y con una torre del reloj en medio, quedará completamente despejada. Una nueva estructura porticada con firme de cemento, ya casi terminada, intentará poner algo de orden y concierto en el colorista bazar.

"El distrito antiguo está abigarrado por viejas casas de madera, muchas de ellas dañadas por terremotos y que suponen una amenaza a la salud y la vida de los residentes", explica Zhou Yuewu, director del departamento municipal de construcción. "El laberinto de calles -dice- es demasiado estrecho para permitir el paso de los vehículos de rescate". Durante el año pasado y éste, 5.000 familias de la ciudad vieja, un 35% de sus actuales pobladores, han sido o serán trasladadas a barrios residenciales modernos gracias a un plan urbano con 70 millones de euros de presupuesto iniciado en el 2001.

A3.500 kilómetros de Pekín, los planificadores chinos están haciendo en Kashgar lo mismo que hacen en la capital: arrasar los barrios tradicionales. "La ciudad vieja está en demolición, la nueva en construcción", sentencia sonriente Teverkul, un estudiante de Física de nacionalidad uigur. Preguntado por si no acabarán perdiendo todo rastro de lo antiguo, responde que no, con una seguridad que hay que retener en la memoria para completar otro aspecto del mosaico: la tenaz perseverancia en la propia identidad de los uigures se expresa aquí bajo la forma de una sorda y firme resistencia apolítica. La ciudad vieja es un espacio con sus propias reglas del que la comunidad uigur se siente dueña. Aunque oficialmente el huso horario es el mismo en toda China, aquí se funciona mayoritariamente con una hora local que es dos horas menos que la de Pekín. "El que quiere puede vivir aquí sin saber una sola palabra de chino, muchos viven así", explica el estudiante. El fenómeno es mutuo, porque los Han nunca aprenden uigur. Pero para los jóvenes la lengua china es esencial si quieren salir de Kashgar, estudiar, hacer carrera y encontrar mejores trabajos. El mandarín es su autopista de promoción.

Cuatro años en el ejército en la provincia de Shaanxi, entre 1987 y 1991, le dieron a Abdul, un joven taxista local, algo más que un buen nivel de mandarín. El primer año ganaba 9 yuanes al mes (casi un euro, al cambio actual), el segundo 15 y el tercero 90, explica. Cuando se licenció, el ejército le ayudó a montar un puesto de venta de refrescos. "Para la gente de la ciudad, ir al ejército es una oportunidad", dice. Para la gente del campo no tanto, porque la ayuda tras el servicio sólo se concede a quienes tienen un hukou (permiso de residencia) urbano. ¿Le trataron bien, en el ejército? "Sí, claro, muy bien", responde.

En pleno bazar, un vendedor de aspecto adinerado me explica a voz en grito, entre las sonrisas de los comerciantes de alrededor, que los chinos son un fastidio. Se lo cargan todo, cada vez son más, su comida y su música son una porquería, y además, añade, "ellos pueden tener muchos hijos, mientras que a los uigures sólo nos dejan tener dos". Su denuncia no tiene mucho que ver con la realidad, pero es el tipo de mensaje considerado del gusto del occidental, e informa de cierto estado de ánimo.