īPer a salvar-nos de les tenebresī, Yasser Abed Rabbo & Yossi Beilin

Para salvarnos de las tinieblas

Yasser Abed Rabbo, fundador de la Unión Palestina Democrática y ministro de Información de la ANP, trabajó en los procesos de paz de Madrid y Oslo.
Yossi Beilin, ministro de Justicia del gobierno de Ehud Barak en 1999-2000 y uno de los arquitectos del proceso de paz de Oslo.
LV, 1-XII-03.


Cuando el pasado 12 de octubre alcanzamos –nosotros, en este caso, somos un grupo de unos 25 palestinos y otros tantos israelíes– un plan viable dirigido a la consecución de un acuerdo sobre un estatus permanente palestino-israelí –el conocido como documento de Ginebra–, no creímos ni por un instante haber inventado la rueda. A lo largo de anteriores decenios se habían propuesto diversas ideas así como varios planes oficiales y, desde 1999, se habían mantenido, por primera vez, sólidas negociaciones en el marco del proceso de Oslo. De haber sido tales negociaciones coronadas por el éxito, actualmente podríamos vivir en paz, los israelíes codo con codo con los palestinos, en lugar de vernos atrapados en el embrollo de una violencia sin fin. Desde el plan Rogers, hecho público en 1969, hasta el de Bush, de 2002 y a través de los planes respectivos de Reagan y Clinton, se ha podido conocer los detalles concernientes a la fase final. La idea fuerza del final de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza como base del mutuo reconocimiento, la paz, la seguridad y las relaciones de buena vecindad se ha reiterado sobradamente.

Mucha sangre innecesariamente derramada se vertió antes de que ambas partes firmaran los acuerdos de Oslo en 1993 y de que ambas aceptaran (si bien cada una con sus propias reservas) el plan Clinton en el 2000. Por tanto, puede decirse que los parámetros de la cuestión no constituyen un secreto. La base del trazado de la frontera será la línea de 1967; Jerusalén será la capital de los dos estados; habrá un Estado desmilitarizado y se alcanzará una solución acordada relativa al problema de los refugiados palestinos según las directrices del plan Clinton. Nuestra iniciativa estriba en trabajar en los detalles y traducir estos principios en un plan conjunto maduro, realista y aplicable. Es el primer documento en su clase que demuestra que una solución global –pudiendo sin duda ser complicada– es posible, y que una relación constructiva de los consocios palestino-israelí puede dar muestras de plena vitalidad.

Empezamos a reunirnos de modo informal cuando la “intifada” estaba en su apogeo. El entonces recientemente elegido primer ministro israelí, Ariel Sharon, había decidido no proseguir las conversaciones sobre el acuerdo de estatus final, suspendidas en Taba en enero del 2001. En ambas partes se había instaurado un hondo convencimiento de que la otra parte violaba sus compromisos. En calidad de negociadores habíamos experimentado el sentimiento de que la paz se nos escurría entre los dedos. Nuestros esfuerzos se encaminaban a intentar demostrar, de forma comedida –y sobre todo y principalmente ante nosotros mismos– que era viable alcanzar un acuerdo sobre un estatus final y que, en caso de alcanzarlo, estaríamos en disposición de ofrecer esta prueba a nuestras dos airadas y traumatizadas audiencias.

Nos esforzamos, pues, en analizar y esclarecer los detalles concernientes a los pactos y acuerdos, y trazamos mapas a un nivel de precisión sin parangón hasta la fecha en ninguna de las conversaciones oficiales mantenidas entre las dos partes. Los grupos de trabajo estaban compuestos por ex funcionarios, diplomáticos veteranos y ex agentes de los servicios de seguridad; expertos y personalidades políticas y de la vida pública asimismo de ambas partes. Nos reuníamos en puestos de control, en lugares no destinados en principio a celebrar negociaciones e incluso en el extranjero si era preciso. Alumbramos laboriosamente el documento preliminar a lo largo de más de dos años de difíciles conversaciones, a menudo amenazadas por sucesivas crisis. El resultado final no es fácilmente digerible para ninguno de ambos pueblos, pero promete un futuro y un término del conflicto: se trata de una propuesta en la que ambos salen ganando.

En el intervalo, creamos en su día la Coalición Palestino-Israelí para la Paz y ampliamos el ámbito del apoyo a nuestra misión en el seno de las dos sociedades civiles. La respuesta al esquema de acuerdo –por ambas partes– fue similar. Los partidarios del realismo adoptaron la actitud de abrazar abiertamente la esperanza y defensa de un consocio y de un plan al efecto. Los partidarios de la línea dura censuraron la “traición” de dialogar con el enemigo durante el conflicto. Sin embargo, esta iniciativa es la mayor iniciativa patriótica que concebirse pueda: se trata de una misión para sacar materialmente a los dos pueblos del horrendo ciclo de violencia en el que estamos atrapados. En lugar de resignarse a que se hagan la guerra incesantemente o prosigan el continuo cruce de acusaciones del tipo “¿quién empezó?” o “¿quién tiene la culpa?”, hemos demostrado que personas que ocupan posiciones clave en ambas partes o que las han ocupado recientemente son de hecho capaces de alcanzar una solución en todas las difíciles cuestiones propias del conflicto palestino-israelí.

Confiamos en aportar el impulso necesario para la reanudación de negociaciones sin condiciones. Nuestra propuesta se enfoca tanto a lograr que la actual situación descienda a niveles realistas a fin de poder actuar sobre ella como a mantener a raya el pernicioso clima que nutre la violencia e incitar a recorrer la tercera fase de la “hoja de ruta”: un acuerdo relativo al estatus final trabajando con el horizonte del año 2005. Si ahora conocemos el futuro escenario, será más fácil aplicar la primera parte de la “hoja de ruta”. Ofrecemos los frutos de nuestra labor a quienes toman las decisiones en el Estado de Israel, a la Autoridad Nacional Palestina y a toda la comunidad internacional, y confiamos sinceramente en que tal vez, en esta ocasión, no perderemos la oportunidad que hemos construido para librarnos de las tinieblas en que nos hallamos sumidos.