dones, un pas al front

mujeres, un paso al frente

Cuando entro en el saloncito de la Asociación Annassir (el vencedor), en el barrio popular de Sidi Bernusi de Casablanca, doy un respingo del susto. Después de pasar por un pasillo estrecho con un mural de fotos de detenidos islamistas me han sobresaltado unos bultos negros que se movían. No son bultos, naturalmente; son mujeres. Son miembros del comité ejecutivo de la asociación en calidad de esposas de condenados, uno de ellos a muerte, acusados de diversos cargos. Hay hermanas y madres de encarcelados, pero a éstas el velo les deja el rostro y las manos al descubierto, no como el niqab de las esposas. Los hombres son minoría.

Las detenciones de islamistas, iniciadas en el año 2000 y multiplicadas a raíz de los atentados suicidas del 16 de mayo del 2003 en Casablanca, han llevado al primer plano a unas mujeres que jamás se habrían imaginado protagonistas de nada.

Cuando han visto a los hombres de su familia detenidos, han salido a defenderlos como hembra que protege a su camada. "La acusación contra mi marido, que era el emir de la Salafiya Yihadiya, es una difamación. Mi marido no reconoce más que a los jeques, a Mohamed Fizazi y a Omar Hadduchi", afirma con vehemencia Bushra Jairi. Ambos están condenados a 30 años como inspiradores del l6-M con sus prédicas.

En agosto del 2002, el arresto por parte de policías de paisano de Damir se produjo de forma violenta. "Entraron y dispararon delante de mis hijos, que tenían dos y cuatro años. Un amigo de Mohamed murió y a él le pegaron ocho tiros en una pierna y dos en un brazo", explica. La detención tuvo lugar en Duar Thomas, una barriada dentro del suburbio de Sidi Mumen, de donde meses más tarde salieron los suicidas de Casablanca.

Bushra siguió a su marido cuando éste decidió dejar la casa materna, situada en un barrio mejor que las chabolas de Sidi Mumen. Safia, la madre de Damir, reconocía en una entrevista publicada por Maroc Hebdo que su hijo había sufrido una transformación que no comprendía: se había dejado crecer la barba, vestía qamis estilo afgano, se entrenaba sin parar en artes marciales y se relacionaba con "barbudos" a los que ella no podía ni saludar. ¿Qué pensaría al ver ahora a su esposa junto a hombres, marroquíes y kufar (infieles, como denominan a todo no musulmán)? En los movimientos salafistas la mujer no tiene ningún papel. No es el caso de otros movimientos islamistas en los que las mujeres tienen un papel activo aunque secundario. La única protagonista es Nadia Yasin, la hija del líder de Justicia y Caridad, que asumió hace años el papel de portavoz del movimiento, incluso cuando su padre recuperó la libertad. En Palestina o Iraq las mujeres se han integrado en la lucha armada y han llegado a suicidarse como kamikazes.

La tendencia salafista, que persigue un retorno al islam primigenio cumpliendo las normas al pie de la letra, no concebía a las mujeres más que como esposas y madres que han de vivir separadas de los hombres que no sean de la familia. No las concebían en el trabajo - a pesar de que Mahoma conoció a Jadiya, su primera esposa, porque trabajaba para ella como caravanero-.

Bushra sigue de ama de casa y vive gracias a la ayuda de su familia y de la de su suegra, pero saca las uñas cuando un hombre, hermano de un policía detenido, intenta hacerla callar ante los extranjeros.

Badiaa Beda, esposa de Mohamed Mayaui, condenado a cinco años de cárcel, y Jadiya Al Yardi, esposa de Mustafa Dabt, condenado a cadena perpetua, sí han salido de casa para ganarse la vida. Venden ropa de segunda mano por su cuenta. "Con estos velos no nos dan trabajo en ningún sitio; para los maroquíes somos terroristas", dicen.

Todas se pusieron el niqab después de casarse - "mis padres no querían", dice Jadiya- y han vuelto a la casa paterna tras la detención de sus maridos porque la relación con sus suegros no era buena.

Bushra es un buen ejemplo del paso atrás - desde el punto de vista occidental- que han dado las últimas generaciones de mujeres del Magreb. Mientras Bushra sólo habla el árabe dialectal su suegra también habla francés y ha trabajado en un banco para sacar adelante a la familia. La forma de vestir de la suegra es, también, más liviana. Cómo vestirá la nieta cuando crezca está por ver.

Isabel Ramos Rioja, lavanguardia, 14-III-06.