´Combatir el terrorismo´, Manuel Castells

Combatir el terrorismo.

Manuel Castells
, (Hellín, Albacete, 1942), sociólogo, profesor senior de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) y presidente del Institut Interdisciplinari d'Internet (IN3). Fue profesor de la Universidad de California, en Berkeley, durante más de viente años.
Sus investigaciones, resumidas en la trilogía "La era de la información", se basan en las transformaciones sociales que aporta la Red.
LV, 01/05/2004.

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, según la fórmula consagrada de Clausewitz, el terrorismo es la continuación de la guerra por otros medios. Es la forma predominante de guerra en nuestro mundo.

Sus insidiosos efectos van más allá del desmembramiento de sus víctimas. Penetra nuestras mentes, puebla nuestras pesadillas, pudre nuestras instituciones, amedrenta nuestras vidas. Por eso la lucha contra el terrorismo es una dimensión esencial de nuestra convivencia. El hecho de que se haya utilizado como pretexto para imponer opciones políticas, manipulando a los ciudadanos, no resta importancia a la cuestion básica: cómo combatir el terrorismo.

Lo primero es distinguir de qué tipo de terrorismo se trata en cada momento y en cada lugar. Es una nefasta falacia confundir todos los terrorismos en un genérico racionalizador del orden impuesto. Porque si la estrategia antiterrorista no es específica a sus raíces sociales y políticas no surtirá efecto. Sería como pretender curarlo todo mediante un fármaco único, a base de jarabe de palo.

Por cierto, que ello evita entrar en disquisiciones metafísicas sobre lo que es y no es terrorismo, a saber si tal o cual guerrilla latinoamericana es terrorismo o si los asesinatos selectivos israelíes son o dejan de serlo. Por tanto, no propondré una teoría general sobre terrorismo y contraterrorismo, sino una reflexión sobre las estrategias que los expertos consideran adecuadas en la lucha contra el tipo de terrorismo que, sin menoscabar la amenaza de otros, está en primer plano de la geopolítica mundial: el terrorismo global de las redes islámicas del tipo de Al Qaeda. Recordemos algunas características relevantes: se trata de redes globales, con amplio grado de autonomía local; no hay límites en el nivel de violencia de su acción; la represión contra sus militantes tiene escaso efecto disuasorio, en la medida en que están predispuestos al martirio; se otorgan una legitimidad religiosa; gozan de popularidad creciente entre sectores soliviantados del mundo musulmán, en particular entre los jóvenes; cuentan con un nivel apreciable de educación y sofisticación tecnológica; utilizan redes de transporte global y de comunicación electrónica; disponen de suficientes recursos económicos y de la capacidad de generarlos; conocen usos y costumbres de cada país; están integrados a la vez en medios locales y en redes globales; en fin, lo más preocupante es que, para compensar el enorme poder tecnológico-militar de sus enemigos, en particular de Estados Unidos e Israel, buscan el desarrollo y eventual utilización de armas de tipo biológico, químico y nuclear. Las armas de destrucción masiva no existían en Iraq, pero sí están en la mente de Al Qaeda, además de en Estados Unidos e Israel.

Partiendo de esas características, el control y eventual erradicación del terrorismo global del tipo de Al Qaeda requiere tres estrategias simultáneas y combinadas: destruir las redes terroristas operativas; impedir su reconfiguración, mediante la desarticulación de la infraestructura de recursos y comunicaciones en las que se basan, y prevenir la reproducción de esas redes actuando sobre las fuentes sociales de donde surgen. Cualquier intento de actuar en una dimensión sin hacerlo en las otras está condenado al fracaso a medio plazo.

La destrucción de las redes terroristas depende esencialmente de información. Esa información ha de tener sobre todo valor preventivo. La represión a posteriori incrementa el valor del martirio y no impide el efecto psicológico que busca el terrorismo. Así, la eficaz acción de la policía española (más efectiva que la estadounidense) para detener de forma inmediata a los autores de la masacre del 11-M, a pesar de los problemas derivados del sesgo político del ministro Acebes, necesita prolongarse más allá del castigo de los culpables. Tiene que utilizar la información recibida para penetrar en las redes terroristas y sus medios de apoyo. Esto sólo se puede conseguir mediante una política continuada en ese sentido. Todo el mundo sabe que hay que plantar informadores en esas redes. El problema es cómo hacerlo, encontrar personas del medio en que se mueve el terrorismo y que estén motivadas contra él. Aunque personalmente considero ilegítimos los asesinatos selectivos de Israel, la forma en que el Mossad ha conseguido penetrar en las organizaciones palestinas de liberación muestra la eficacia de esa política. Algo que la CIA no consiguió porque subcontrata esas operaciones con escaso control de calidad. Un segundo aspecto decisivo es la coordinación policial internacional. A la red global de terror sólo la puede combatir una red global de servicios de seguridad. Hoy día no existe. La Interpol es pura coordinación burocrática de servicios nacionales. Y las cooperaciones existentes están centradas en los servicios estadounidenses, cuya coordinación preferente es con los isralíes y británicos. Por consiguiente la información que se recibe no es siempre la adecuada técnicamente, sino que está orientada por los intereses políticos de quien la da. Y, por cierto, lo mismo pasa dentro de un país entre los distintos servicios, como está saliendo a la luz en EE.UU. Por tanto, la reforma de la Interpol es esencial. Pero una policía antiterrorista global que no sea instrumento de un Estado sólo puede ser legítima como instrumento de las Naciones Unidas. ¿Utopía? Lo utópico es vencer al terrorismo global en función de los intereses propios de una agencia determinada.

La destrucción de un grupo o una red terrorista de este tipo sirve de poco si se puede reconfigurar, es decir, si dispone de la infraestructura necesaria para reorganizarse con nuevos reclutas. Aquí lo esencial es el control de la financiación directa o indirecta. En este sentido ha habido progreso, porque se hizo evidente el papel del capitalismo islámico en el apoyo a Al Qaeda. Pero la gran contradicción es que una política eficaz en este sentido, al igual que la política contra el blanqueo de dinero de origen criminal, implica un control de los flujos financieros al que se oponen los bancos y, además, el propio Gobierno estadounidense. Pues bien, los medios financieros tendrán que elegir entre conservar sus secretos o conservar su seguridad. Es además necesario el control de la infraestructura de comunicación y transporte. Aquí internet ocupa un papel secundario, en contra de lo que se dice, porque los terroristas saben que está vigilado. La principal forma de comunicación es mediante móviles y aquí es casi imposible una intercepción eficaz masiva, a menos de tener de antemano información sobre los números de teléfono. Pero, en cambio, el sistema de transporte, tanto aéreo como terrestre, es la forma esencial de contacto: el viaje personal. Lo cual implica, desgraciadamente, que tendremos que soportar controles de seguridad cada vez mayores en nuestros viajes.

En fin, de poco servirá este gigantesco dispositivo de seguridad si las condiciones de humillación cultural, opresión política y explotación económica continúan para la mayoría de los musulmanes en el mundo. Y muy particularmente para los inmigrantes musulmanes en la Unión Europea, que podrían constituir en el futuro un medio de reclutamiento esencial para la expresión exacerbada de sentimientos de marginación. Cualquier forma de estigmatización de los musulmanes europeos agravará el problema a dimensiones inmanejables. De ahí que sea esencial redoblar un esfuerzo de integración de las minorías musulmanas con pleno respeto a su cultura y religión. En el ámbito internacional, mientras Sharon y otros parecidos mantengan la ocupación de Palestina en contra de las resoluciones de las Naciones Unidas, no habrá paz en el mundo. La comunidad internacional, y en particular la Unión Europea, tendrán que imponer a Israel el reconocimiento del Estado palestino a cambio de una paz duradera. Junto a ello, es necesaria una nueva política multilateral hacia el mundo musulmán, respetuosa de su soberanía, al tiempo que se estimula su democratización, se contribuye a un desarrollo redistributivo y se establecen mecanismos de diálogo intercultural e inter-religioso, sin prejuzgar el fundamentalismo a partir de nuestros esquemas. O aceptamos de verdad que vivimos en un mundo diverso, renunciando a “civilizar” a los demás a la fuerza, o la guerra por otros medios acabará convirtiéndonos en cruzados dispuestos a reinventar la Inquisición. Combatir el terrorismo requiere vencer nuestro propio terror.