(Corea del Norte:) ´El último régimen totalitario´, Pascal Boniface

Con la muerte de Kim Jong Il  acaba de desaparecer el jefe de Estado del último país totalitario existente en el planeta. ¿Logrará sobrevivir su régimen?

Existen todavía muchas dictaduras sobre la Tierra; Corea del Norte es el último ejemplo de un régimen totalitario en el cual no existe espacio público ni privado que goce de libertad. No hay posibilidad alguna de expresión individual o colectiva, existe una ignorancia total de lo que sucede en el interior o en el exterior del país.

Económicamente, el régimen está a un paso de la quiebra; en numerosas ocasiones la población ha sufrido hambrunas y padece penurias de todo tipo.

La única cosa que es abundante y está equitativamente repartida es el miedo. Solamente los más cercanos al régimen y las fuerzas de seguridad tienen la garantía de un nivel de consumo más o menos satisfactorio, menor según los criterios nacionales. Unicamente los dirigentes no tienen problemas.

Estado nuclear oficioso, con un ejército de 1.200.000 hombres para una población total de 24 millones de habitantes, Corea del Norte hace pesar una amenaza estratégica vital sobre la vecina Corea del Sur y sobre Japón y, teniendo en cuenta la importancia de estos dos países en el conjunto de Asia, la situación en la península coreana es potencialmente una de las más peligrosas del mundo. Una guerra afectaría al mundo entero. Y Corea del Norte no podría más que perderla, pero antes estaría en condiciones de provocar unos daños considerables. Seúl se encuentra a tan sólo unas decenas de kilómetros de la frontera. Tokio está también al alcance de los misiles norcoreanos.

Sin embargo, los dirigentes norcoreanos no tienen interés en desatar una guerra puesto que lo que les interesa es permanecer en el poder.

¿Cabe esperar un cambio con la desaparición de Kim Jong Il? Su hijo Kim Jong Un, a quien se venía presentando desde hace tiempo como su potencial sucesor, ha sido designado para sustituirlo. Todavía joven y relativamente nuevo en el paisaje político, su legitimidad interna es débil.

El poder es ejercido, sin ninguna duda, de forma colectiva por un puñado de generales.

El problema del régimen coreano es que le protege su debilidad. Nadie desea la reunificación. Los surcoreanos no están interesados, visto el precio que tuvo la reunificación alemana y teniendo en cuenta que entonces había cuatro alemanes occidentales por cada alemán oriental, mientras que no hay más que dos surcoreanos por cada coreano del Norte. Por otro lado, visto que la diferencia entre las dos Coreas es mucho mayor que la que existía entre las dos Alemanias, Seúl no desea hacerse cargo del peso norcoreano. Ello supondría la ruina de Corea del Sur.

Japón prefiere una Corea dividida a una Corea cuya reunificación se haría sobre la base de un sentimiento antijaponés. China, aunque desmarcada de la mala imagen que transmite Corea del Norte, no desea ver cómo un régimen cercano a Estados Unidos se instala en su frontera. Para Washington, la división y la inestabilidad son las causas que justifican la presencia estratégica estadounidense en la península coreana.

Los dirigentes norcoreanos siempre han sabido combinar lo frío y lo caliente. Abrir su régimen les podría permitir beneficiarse de una ayuda que serviría para estabilizar la situación económica, satisfacer a la población y suponer un éxito para la dirección política del país. Pero afrontar el riesgo de la apertura es también afrontar el de ser arrastrado por un movimiento incontrolable. Hasta ahora la opción ha sido mantener un régimen completamente cerrado en sí mismo, asegurando un control total de una población privada de todo, sabiendo que los dirigentes viven en un confort relativo.

¿Podrá Corea del Norte mantenerse al abrigo de la ola de cambios y de la mayor fuerza de las opiniones públicas a la que hemos asistido desde Túnez hasta Moscú? Esta oleada de cambios debería conducir a los dirigentes norcoreanos a no tomar el riesgo de la apertura, por temor a verse arrastrados. Creen que la naturaleza totalitaria de su régimen les protege y que poner en marcha reformas supondría abrir la caja de Pandora y dirigirse hacia lo desconocido y hacia lo incontrolable, lo cual destestan.

¿Pero puede un régimen totalitario sobrevivir mucho tiempo en un mundo globalizado?

23-XII-11, P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicasde París, lavanguardia