´Se trata de un genocidio´, (el testigo) Blake Kerr

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Después de 4 años, el CAT (Comité de Apoyo al Tíbet) ha conseguido traer ante el juez a un testigo clave en la causa abierta en la Audiencia Nacional por el genocidio y otros crímenes cometidos en el Tíbet. Este artículo apareció en El Mundo el mismo día que el testigo declaró ante el juez y es un avance informativo de la brutalidad e importancia de la evidencia que ha aportado al caso.

Treinta años de esterilizaciones y abortos forzosos
Un médico de EEUU denuncia la política de control de natalidad de China en el Tíbet

«Los monjes escucharon a las mujeres llorar y gritar mientras sufrían. Las sometieron a abortos, cesáreas o ligación de trompas, todo sin anestesia. Podían oler la pila de fetos que
iba creciendo fuera de la tienda, uno tras otro; de forma que todo el mundo pudiera ver lo que hacían, como diciendo: ‘Éste es el control que tenemos sobre vosotros’».

Blake Kerr
Blake Kerr lleva 30 años documentando la represión de los tibetanos por China. Luis Sevillano.

Este relato de la actuación de los cuerpos de control de natalidad en Tíbet es de Blake Kerr (Nueva York, 1958), médico estadounidense que lleva más de 30 años investigando la actuación de Pekín en el país del Dalai Lama. Hoy declara como testigo de cargo en el caso contra diversas autoridades chinas que se instruye en el Juzgado Central 2 de la Audiencia Nacional, cuyo titular es Ismael Moreno, por la presunta comisión de delitos de Genocidio, Crimen contra la Humanidad y Crímenes de Guerra en el Tíbet entre 1972 y 2002.

Kerr asegura tener documentados centenares de testimonios que probarían la aplicación de técnicas de control de natalidad que incluyen abortos y esterilizaciones forzosos e infanticidios. En conexión directa con la política de familia fijada en China que limita el número de hijos por mujer, Kerr va más allá y habla directamente de «aplicación de una política eugenésica» con un fin último: «Se trata de un genocidio».

El primer contacto que tuvo Kerr con el Tíbet fue en 1987, cuando viajó con a un amigo para escalar el Everest. En Lhasa, la capital, fueron testigos de tres manifestaciones contra la ocupación china –26 de septiembre, 1 y 6 de octubre–, iniciadas por monjes del templo de Jockhang.

Conmocionado por las duras escenas de represión que vio, Kerr y otros occidentales se coordinaron para ayudar a los heridos, pues los monjes les contaron que evitarían los hospitales para no ser detenidos. Y fue en una de sus rondas nocturnas para tratar a heridos donde escuchó por primera vez hablar de abortos y esterilizaciones forzosas.

Kerr se prometió denunciar públicamente lo que había visto y comenzó a investigar sobre las violaciones de derechos humanos en el Tíbet. Primero en Dharamsala y otras zonas de la India con refugiados tibetanos (1988, 1999 y 1990) y después de vuelta al Tíbet (1991, 1993 y 1999).

Además de compilar testimonios sobre violaciones, torturas y muertes, documentó relatos directos de mujeres que aseguraban haber sufrido abortos, esterilizaciones forzosas e infanticidios, lo que le permitió construir un relato escalofriante. El testimonio anteriormente citado es de unos monjes de Amdo que narraron la actuación de un Equipo Móvil de Control de Natalidad. Según Kerr, estos grupos de trabajo van en busca de tibetanos nómadas. «Estos equipos móviles no son en absoluto un hecho aislado, están conectados con los equipos residentes de las ciudades y pueblos», asegura Kerr, que insiste en que se trata de una política sistematizada.

En 1991 y con la excusa de su condición de médico, se entrevistó en varias ocasiones con personal médico en distintos hospitales tibetanos: «Hablé con ellos, les pregunté cómo lo hacían, cuánto tardaban... Como norma general, eran muy agradables... Hablaban de ello con total normalidad, como cualquier cosa relacionada con su trabajo».

A Kerr le confirmaron lo conocido en sus investigaciones: «Las mujeres necesitan un permiso para ser madres; como minoría étnica, pueden tener hasta dos hijos, pero dejando un periodo mínimo de tres años entre ambos embarazos». Además, en caso de detectarse hijos no autorizados, «se practican abortos y, normalmente, de forma automática esterilizaciones
forzadas».

En avanzados estados de gestación «se fuerza el alumbramiento e inyecta al feto alcohol en la cabeza para que muera antes de abandonar el canal vaginal» pero, si a pesar de ello el niño aún está vivo al abandonar el cuerpo de la madre, «le sumergen en agua o vuelven a inyectar alcohol hasta su muerte».

Kerr asegura que los mismos médicos le hablaron de la política eugenésica china: «El objetivo es, y cito a Li Peng [primer ministro en 1990]: ‘Incrementar la calidad de los hombres chinos’, es decir, ‘esterilizar a mujeres disminuidas’». Al preguntarles cómo distinguían las minusvalías contestaron que «con preguntas simples como ‘¿dónde le duele?’».

El problema, incide Kerr, es que «la mayoría del personal es chino y no habla tibetano» y el poco que hay «se ha educado en China porque se los llevaron allí a los cinco años y ni siquiera son capaces de decir ‘hola’ en el idioma de su pueblo». «He entrevistado a decenas de personas torturadas durante meses, y lo que más me sorprendía es cada vez que decían que lo peor para ellos era el tema de la esterilización», insiste Kerr. La razón es sencilla: «Continuamente decían: ‘Tenemos miedo de que estén intentando acabar con nuestra raza’».

17-XII-11, José Elías Esteve Moltó, ElMundo 12 Dic. 2011 (Edición impresa)