´Yemen, dimisión de mentirijillas´, Valentín Popescu

La continuación de la rebelión yemení tras el compromiso formal - garantizado por Arabia Saudí y los Estados Unidos-de dimisión del presidente Ali Abdulah Saleh tiene una explicación evidente: aunque se fuera, el poder seguirá indirectamente en sus manos.

Yemen es el país árabe más pobre - la renta anual por habitante es de 2.500 dólares-y uno de los más atrasados, con una sociedad tribal de estructura medieval en el norte y un socialismo marxista muy fuerte pero muy caótico en el sur, la antigua República de Adén. Casi sin recursos naturales, con sólo el 1% del territorio aprovechable para la agricultura y una adicción total de la población al kat, una hierba que se masca (como la coca) para reducir el hambre y tener una sensación de bienestar, Yemen vive de las ayudas exteriores.

En estas condiciones, la república depende totalmente de Arabia Saudí, que la utiliza tanto como Estado parachoques así como campo de ensayos políticos. La guerra civil permanente que imperó en Yemen del Norte prácticamente desde su independencia en la segunda mitad del siglo pasado fue superada en 1978 gracias a la presión saudita, que convenció a las dos confederaciones tribales más importantes a aceptar un reparto del poder, dejando la presidencia en manos de un militar - Saleh-de una tribu menor.

Esta solución, muy parecida a la que en su día adoptaron las tribus libias para evitar la guerra civil eligiendo presidente al coronel Gadafi, se deterioró en los últimos años a causa de una pobreza galopante y las luchas internas del Gobierno saudí. En este se enfrentaban los aperturistas, encabezados por el recién fallecido príncipe heredero, y los integristas más radicales. Como estos dos bandos no querían dirimir en casa sus diferencias, lo hacían en Yemen por testaferros. No hace falta decir que el clientelismo tribal y las venialidades de los caudillos locales incrementaban hasta la incomprensión los enfrentamientos, las alianzas y sus consiguientes momentos de superioridad militar.

Ahora, debilitada en Riad la tendencia aperturista, se ha llegado a un nuevo acuerdo en Yemen. Este, patrocinado por Arabia Saudí, Estados Unidos y los emiratos del Golfo, prevé la dimisión de Saleh de la presidencia. Pero es una retirada de lujo, que le garantiza la impunidad jurídica, la impunidad económica, el derecho (de improbable uso) de residir en el país o exiliarse. Y, sobre todo, asegura que al frente de la Guardia Nacional seguirá el hijo de Saleh, Ahmed, y al frente del servicio secreto, el sobrino del presidente, Yahya Mohamed. Es decir, que las dos fuerzas coercitivas más importantes del país seguirán en manos de los Saleh.

Y por si todo esto no bastase para exasperar a la oposición (dirigida, entre otros, por un hermanastro del presidente, Ali Mushin al Ahmar), la presidencia interina del país hasta las próximas elecciones libres le ha sido otorgada a Abdalah Musur Hadi. Compañero de armas y de política de Saleh desde 1970 pese a ser oriundo de Yemen del Sur, a Hadi no se le conocen ni apoyos tribales ni iniciativas políticas dignas de mención, ya que toda su carrera se ha basado en una lealtad numantina a Ali Abdulah Saleh. Es obvio que esta constelación política para llegar a la democracia no agrade a la oposición: el presidente se irá, pero su estructura de poder sigue incólume en manos de su familia y leales.

3-XII-11, V. Popescu, lavanguardia