sortida pactada de Salih del Iemen

El presidente yemení, Ali Abdulah Saleh - muy sonriente, sin apenas secuelas visibles del atentado que casi le costó la vida el pasado junio-,aceptó ayer, durante una ceremonia en Riad, el pacto que Arabia Saudí, EE. UU. y sus vecinos del golfo Pérsico tanto le habían pedido. Dejará el poder y esta vez parece que no se arrepentirá en el último momento, como sí hizo en tres ocasiones anteriores. La presión sobre el mandatario para que no cambie de opinión es ahora muy alta, tanto, al menos, como el precio que ha obtenido por su renuncia.

A cambio de ser el cuarto dictador barrido por la primavera árabe, Saleh ha blindado su inmunidad, así como la de su familia. Sus hijos y hermanos mantienen sus puestos en el ejército y la Administración, y su partido será clave en el nuevo gobierno de unidad que, durante dos años, dirigirá la transición a la democracia.

Los favores prestados a Washington y Riad en la última década de lucha contra Al Qaeda quedan así recompensados.

El pacto, auspiciado por el Consejo de Cooperación del Golfo, traiciona las aspiraciones de los jóvenes independientes - así se hacen llamar-que desde el pasado mes de febrero acampan en el centro de Saná, en la plaza del Cambio. Desde allí, liderados por la actual premio Nobel de la Paz, Tawakol Karman, han exigido la caída y procesamiento de Saleh y su clan. Sobre ellos pesa el saqueo de Yemen (el más pobre de los países árabes) y la muerte de más de 200 activistas, mártires de una revolución que aún está lejos de acabarse.

La ONU y la Casa Blanca celebraron este primer paso a la normalidad, pero el recorrido hasta esta meta aún será muy largo.

Saleh ha pactado su salida en cómodos plazos. En los próximos 30 días transferirá el poder a su vicepresidente, Abd Rabu Mansur Hadi, que entonces tendrá tres meses para convocar elecciones. Mientras tanto, un gobierno de unidad nacional dirigirá el país. Las elecciones serán legislativas. Hadi será el presidente, según consenso de los partidos de la oposición. El nuevo Parlamento deberá cambiar la Constitución para convertir Yemen en una república parlamentaria y federal, con un nuevo ejército.

Los dos principales enemigos de Saleh, el general Ali Mohsen al Ahmar y los hermanos Hamid y Sadeq al Ahmar, no están de acuerdo y mantienen las armas en alto. Controlan los suburbios del norte y oeste de Saná, desde donde ayer seguían luchando contra la Guardia Nacional que capitanea Ahmed Ali, hijo de Saleh. Los separatistas del sur y los chiíes de la tribu de los Huthi, en el norte, exigirán muchas concesiones a cambio de su apoyo. Lo mismo puede anticiparse de muchas otras tribus.

Yemen es un país tan fragmentado y dividido que Saleh lo comparaba con un nido de serpientes. Si durante 33 años ha podido dominarlo ha sido gracias al dinero del petróleo, que ahora se ha acabado. Dos tercios de la población vive con menos de dos dólares al día. Al Qaeda ha aprovechado el caos y la miseria para hacerse fuerte en varias regiones. En ningún otro país está más implantada que en Yemen.

En lugar de admitir estos fracasos, Saleh achacó ayer su salida forzada del poder a la "agenda extranjera" que ha impulsado las primaveras árabes. Al parecer, tiene intención de ir a Nueva York para curarse las secuelas del atentado de junio. Sin embargo, nada se sabe a ciencia cierta de este viaje. El misterio, como siempre, rodea sus pasos y si ayer firmó su marcha fue porque cree dejarlo todo bien atado.

24-XI-11, agcs/red, lavanguardia