´La resurrecció de Dzerjinski´, Tamara Djermanovic

Delante del edificio del Ministerio del Interior de Moscú hace un par de años resucitó la estatua del que fue el jefe fundador de la Checa, la policía secreta bolchevique, Felix Dzerzhinski. Si fue traída de alguno de los depósitos donde yacen tiradas las miles de estelas de los líderes soviéticos o fue esculpida a propósito, es difícil de saber. La cuestión que importa más es quién y a qué fin decidió que la figura de Dzerzhinski esté presidiendo el césped de la institución responsable de controlar el orden. Quien conoce más directamente la realidad material y espiritual del país eslavo no puede evitar interpretarlo como un signo de advertencia que viene por parte del poder, "por si acaso".

Por si acaso alguien no se ha enterado, la democracia es un concepto que no puede tener la misma aplicación en Rusia. Por si acaso, Rusia no permite que nadie de fuera se implique en lo que hay y lo que no hay que hacer. Pero el mensaje es aún más explícito a los de dentro que a los de fuera del país. A una población que tampoco ha empezado a creer que puede, con su derecho a voto, influir al rumbo político-histórico de su país, hablar a través de la estatua de Dzerzhinski deja poco lugar a dudas. No sólo por si acaso alguien no se ha enterado de quién manda, sino de quién tiene la verdad en sus manos.

Desde la época de Iván el Terrible, Rusia se ha instaurado en una tradición de poder donde el centralismo, el absolutismo y el mesianismo han predominado. Putin ha demostrado conocer muy bien la clave de la popularidad de un líder: saber cuáles son los puntos débiles de su pueblo y aprovecharse de ellos. Ha despertado el orgullo nacional, que siempre se ha basado en la idea de que Rusia es única, mesiánica e incomprensible para el resto del mundo. Y autosuficiente. En un artículo publicado recientemente, Mijaíl Gorbachov exigía una política menos profética, pero más honrada y transparente para (salvar) su país, indicando que con el poder actual esto es imposible.

Si la tragedia de la historia (no únicamente rusa) se puede resumir en que cada ideólogo, por siniestra que sea su verdad, ha encontrado ejecutores de sus ideas, el hecho de que en la época de Putin se haya repuesto la estatua en honor al responsable de la liquidación de tantos inocentes en la época soviética, no deja de ser inquietante.

26-XX-11, Tamara Djermanovic, profesora de Humanidades (UPF), lavanguardia