Índia: un problema de merda

Aunque sólo China crece más deprisa que India, los estudios sobre pobreza siguen dejando al país de Gandhi con el culo al aire. A veces literalmente: de cada cien personas que cada día se agachan para defecar al aire libre en todo el mundo, cincuenta y ocho son indios. Unos seiscientos sesenta millones de personas, más de la mitad de la población y cien mil toneladas diarias de excremento, con unas implicaciones sanitarias descomunales para el país. Lo ha dicho Unicef y, cogiendo el toro por los cuernos, lo ha repetido esta semana Jairam Ramesh, ministro de Agua y Salubridad, ministerio creado hace dos meses para intentar resolver estos acuciantes déficits sociales.

El nacimiento de Gandhi, que se celebra hoy, sirve a Ramesh para dar el pistoletazo de salida a una campaña de sensibilización, en la que pretende embarcar durante un mes a los veintiocho estados de la unión. Aunque Gandhi llegó a afirmar en su día que "los retretes son más importantes que la independencia", lo cierto es que la India independiente ha avanzado muy despacio en la mejora de las condiciones higiénicas de sus municipios. Algo especialmente humillante para un pueblo que - como Pakistán-se considera heredero de Mohenjo Daro, una civilización que hace cuatro mil años ya construía ciudades con alcantarillado.

A día de hoy, la regla en los pueblos indios y en los suburbios de sus ciudades sigue siendo la ausencia de alcantarillas, por lo menos cubiertas. Cuando hay, a menudo se mezclan con el suministro de agua por el mal estado de las tuberías, como descubrieron con horror hace pocos meses los habitantes del acomodado sur de Delhi. Hace pocas semanas el Ayuntamiento de la capital reconoció, tras tomar cientos de muestras, que el 20% del agua corriente no es apta para el consumo ni siquiera después de filtrada y hervida. Sin embargo, los que optan por el agua embotellada - o pueden permitírsela-siguen siendo minoría.

Según el Ministerio de Desarrollo Urbano, el 37% de los excrementos en las ciudades queda sin evacuación o limpieza. A lo que hay que añadir el hábito masculino de orinar en cualquier lado, pese a la proliferación de urinarios para hombres.

La situación para el 69% de la población rural es mucho peor. Cada año mueren de diarrea 360.000 mil niños y 40.000 adultos. Algo que guarda una relación directa con que menos población tenga acceso a un váter o una comuna en India que en el Congo. Todos sus vecinos, incluidos Pakistán y Bangladesh, presentan cifras más favorables.

Nada más hacerse con el poder, en el 2003, el Congress decidió plantar batalla a la defecación al aire libre. El programa pretende premiar a los municipios que consigan dotar a todas sus casas y edificios públicos con un retrete (europeo o a la turca). El objetivo es universalizar el inodoro en el 2017. De momento, sólo 25.000 municipios, de un total de 600.000, han merecido la distinción de pueblo limpio.

La empresa Sanitarios Roca ha olido el potencial y se ha convertido - tras adquirir el 100% de su socio Parryware-en líder del sector gracias a la cantidad de viviendas que se construyen para la clases media y alta.

India, quizás el país con mayor diversidad cultural del mundo, es ciertamente un asalto permanente a los sentidos, sobre todo al olfato. Si uno toma el tren de madrugada en Delhi con destino a Agra, queda boquiabierto al ver, al poco de arrancar, cómo cientos de personas hacen sus necesidades junto a las vías. Un pesebre en el que sólo hay caganers.Las mujeres que defecan en la calle deben hacerlo de madrugada, cuando los hombres duermen y no pueden verlas.

En sus ashrams o centros de retiro espiritual, Gandhi obligaba a que todo el mundo limpiara los retretes, sin distinción de casta. El trato con las heces - al igual que el trato con los despojos vacunos-era algo reservado a los intocables. Aun hoy en día, por el mismo prejuicio, es habitual que muchas mujeres de la limpieza se nieguen a entrar siquiera en el lavabo. A Gandhi le gustaba tanto el retrete que, de mayor, se pasaba horas enteras sentado, y hasta recibía visitas allí. Según Jairam Ramesh, Gandhi fue "el primer y único político en India" en plantear este problema sanitario, innominable para ciertas castas.

Ramesh, que fue la pesadilla de varias multinacionales durante su anterior mandato como ministro de Medio Ambiente, quiere quintuplicar hasta 1.500 millones de euros la dotación para mejoras sanitarias. Un aumento justificado con creces, a su entender, por los 40.000 millones de euros en gastos médicos provocados por bacterias fecales, un 6,4% del PIB.

La cartera de Agua y Salubri dad fue rechazada en menos de 24 horas por el político al que había sido encomendado, que lo vio como una ofensa. No así Ramesh, que no dudó en asumir la nueva cartera, desgajada que aún mantiene de Desarrollo Rural, menos molesta que la de Medio Ambiente y, sin embargo, con un presupuesto muy superior.

El reciente clamor nacional contra la corrupción, al que dio rostro el activista gandhiano Anna Hazare con una huelga de hambre, evidencia el creciente malestar de una parte importante de la población. Las cifras macroeconómicas siguen siendo halagüeñas, el crecimiento se mantiene por encima del 7% anual, aunque se ha desacelerado, al igual que la producción industrial o la inversión extranjera. Pero la inflación ha alcanzado el 10% y afecta principalmente al precio de los alimentos, algo políticamente letal. Por todo ello, han provocado indignación los nuevos baremos hechos públicos por el gobierno para merecer asistencia social. A partir de ahora, aquel que gane más de medio euro al día en la ciudad (38 céntimos en el pueblo), estará fuera del umbral de la pobreza. Un kilo de tomates cuesta precisamente eso. El reto es formidable: India ha añadido 180 millones de habitantes en la última década, a partes iguales en el campo y la ciudad. El crecimiento económico ha sacado a muchos de la pobreza, aunque menos que en otras partes, al basarse en los servicios y no en la industria. Pero la estadística promete sacar al resto.

2-X-11, J.J. Baños, lavanguardia