ŽA gente que se asustaŽ, Jordi Pujol

A los que se asustan. Y a los que  no se asustan, pero que se tendrían que asustar. Que son muchos. De hecho muchos, casi todos nos tendríamos que asustar. Y para nuestro país y para nuestra sociedad, según cómo, quizá sería bueno que nos asustáramos. ¿Asustarse de qué? ¿Preocuparse por qué? ¿Por la crisis económica? No únicamente. Este artículo es resultado de una conversación con un buen amigo. Que está asustado, sobre todo, por la crisis económica. Con razón. Pero que no me llama por eso. Le asusta más el hecho de que, según me dice, encuentra a más gente que antes que se declara independentista. Y le preocupan, sobre todo, las consecuencias que eso podría tener para su empresa, que si bien exporta bastante, y cada vez más, sigue teniendo a España como su mercado principal. Teme consecuencias negativas por posibles boicots (reconoce que, hasta ahora, de efectos mínimos) o por pérdida de todo o buena parte del mercado español si Catalunya se convirtiera en país independiente. Eso sería largo de discutir y de respuesta no del todo segura. Pero admitamos que al menos, en un primer momento, este empresario amigo mío - y otros, naturalmente-se vieran perjudicados por la independencia de Catalunya. Expertos que han estudiado esta cuestión en diversos casos de independencia valoran de forma diversa las consecuencias económicas y empresariales de una separación. Y Estonia, por ejemplo, o Eslovaquia o Eslovenia, han superado positivamente la instauración de su independencia. Pero el objetivo de este artículo no es tranquilizar a mi amigo y otros como él ante una supuesta independencia de Catalunya, sino hacerle entender que si eso le da miedo, lo que ha de hacer es ayudar a que el sentimiento independentista catalán no se incremente.

Y precisamente mi amigo puede ayudar a eso. Y me propongo explicarle cómo.

Antes, sin embargo, he de confesar a mi amigo - aunque él ya lo sabe-que personalmente, después de más de sesenta años de actuar en muchos terrenos - el de las ideas, el económico, el político, el de la solidaridad con el conjunto del Estado, el político, etcétera-en un sentido no independentista - más aún, un sentido de lo que hemos llamado un buen encaje de Catalunya en Espanya-,ahora ya no tengo argumentos para seguir haciéndolo. Ahora ya tiene sentido pensar que la independencia sería la solución lógica. Pero no niego que eso a mí también me preocupa. Como le asusta a él. No por mi empresa, que no tengo ninguna. Sino porque habría sido mejor, en muchos aspectos, que la política del encaje hubiera tenido éxito. Pero ha fracasado. Y cada vez es más evidente que los grandes partidos españoles, y la opinión pública española, y la publicada también, no quieren saber nada. Y es que hay un propósito claro de ir diluyendo el autogobierno catalán, de ir arrinconando la identidad catalana, de ir poniendo trabas a la cohesión de nuestra sociedad, de ir frenando nuestra economía.

Todo ello me asusta. Me asusta que la política de residualización de Catalunya pudiera triunfar. Y me asusta lo que habría que hacer para evitarlo. Es decir, que no es sólo mi amigo industrial el que se asusta. Ni muchos como él, y no todos empresarios, sino gente muy diversa.

Pero ya que está asustado, lo que quiero decir a mi amigo - y a muchos como él-es que pueden intentar que las cosas vayan de un modo que no les haga falta asustarse. ¿Cómo? Si invirtieran todo su peso, de una manera abierta y comprometida, en hacer entender que la actitud de España hacia Catalunya ha de cambiar, podría ser que se produjera un giro sustancial en la política española. Hay que convenir que es difícil, pero el riesgo de lo que puede pasar es lo suficientemente grande como para que mi amigo, y muchos más, jueguen fuerte en este sentido. Y pueden hacerlo. El resultado no es seguro, pero lo que se juega mi amigo, y muchos más, y el país es de suficiente trascendencia como para que lo intenten. Que lo intenten de verdad.

Durante los próximos meses y los próximos años - pocos años, el tiempo se acaba para unos y otros-se producirán situaciones en que todo el mundo deberá actuar dando la cara. De verdad. Una de estas situaciones será el pacto fiscal. ¿Habrá de defenderlo el gobierno de la Generalitat él solito, acompañado de un tímido y medio a escondidas apoyo de sectores sociales muy determinados - desde los empresariales a los sindicales, pasando por el mundo intelectual-,o estos sectores y otros lo defenderán con rotundidad? El tema de los partidos políticos y de su grado de unidad es otro que ya se verá, pero que nadie puede utilizar como excusa para justificar ningún tipo de timidez. Y, por cierto, es muy probable que el tema del pacto fiscal se vea agravado por la aplicación que los grandes partidos españoles y las instituciones españolas querrán hacer del reciente acuerdo de equilibrio presupuestario.

Es muy posible que se produzca otra situación crítica en el tema lingüístico. En el del catalán en la Administración y sobre todo, especialmente grave, en la escuela. Y eso sería un casus belli. Menciono estos dos grandes posibles conflictos en un futuro probablemente próximo. Hay más.

Todo eso asusta. Debe asustar a todo el mundo. Asusta el conflicto, y sus posibles consecuencias - como bien dice mi amigo-,pero también asustaría que el país aceptara que se lo empujara hacia el ahogo económico, hacia la creciente dificultad en atender a las necesidades sociales de los ciudadanos y, por lo tanto, a su cohesión. Y hacia la insolvencia de las finanzas públicas de la Generalitat, hacia el ahogo económico, hacia una asfixia creciente de los elementos básicos de nuestra identidad como país, empezando por la lengua.

Por tanto, ami amigo le digo: "Yo tampoco me querría tener que asustar. Incluso por coherencia con sesenta años de compromiso político, social y nacional. Y entiendo que desees no tener que asustarte. Pero eso sólo lo podemos evitar con una acción muy decidida, rotunda, enérgica de todos juntos. De los políticos, evidentemente, pero también, y tanto omás que de los políticos, de gente como tú. Que sois muchos, con prestigio y autoridad cívica y moral... Y con motivo para estar asustados. Como tanta gente.

Una actitud y una reacción de verdad. No del estilo "te reclamo eso, pero tú ya me entiendes...". No para quedar bien o medio bien (medio bien, pero que no engaña ni a los de allí ni a los de aquí), sino con el riesgo de que este compromiso pueda comportar. Que siempre será menor que la disolución de la personalidad de Catalunya y nuestra gradual decadencia económica y social.

Querido amigo, poco o mucho todos estamos asustados. O habríamos de estarlo.

También lo tendría que estar España que ha pasado en cinco años de creerse quién sabe quién y de la mentalidad de nuevo rico a tener que reconocer sus errores. Y a bajar unos cuantos peldaños. Bastantes. De golpe. Y que, por tanto, habría de intentar sumar y no restar, de fortalecer activos y valores aunque sean catalanes. Pero todo indica que no lo hará. Y Catalunya no puede esperar mucho. Sólo iremos adelante por nuestro esfuerzo, nuestro fortalecimiento interno y la preservación de nuestra dignidad. Y por no tener miedo. Es menester que seamos prudentes, pero sin renunciar. Entre otras cosas, porque si no reaccionamos de verdad - de verdad, repito, no sólo aparentándolo-,nos convertirán en una sociedad amorfa y sin empuje, y esto también te afectará a ti.

 

 4-IX-11, Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Catalunya, lavanguardia