´La ´guerra a las drogas´, ineficaz y contraproducente´, Manuel Díaz Prieto

Un gramo de cocaína cuesta hoy lo mismo que hace 30 años. Y nunca, a pesar de las medidas coercitivas desplegadas por los estados, tantos jóvenes han consumido sustancias adictivas ilegales. Parece como si la dura y prolongada batalla contra la droga hubiese agravado el problema, más que aliviarlo. Pues a su rebufo han emergido imperios de narcotraficantes, la corrupción en las instituciones, abarrotado las prisiones y cada vez más ciudadanos sufren adicciones a drogas prohibidas.

En su investigación El mercado de bienes ilegales: el caso de la droga, Gary Becker, premio Nobel de Economía, llega a una conclusión similar: “La política prohibicionista ha sido un fracaso en todos los frentes. Ha generado pérdidas humanas, morales y económicas en sociedades y países diferentes, incluido el principal promotor de dicha política, Estados Unidos. Además, ha sumido a poblaciones enteras en la miseria, la corrupción y el terror”.

Tras examinar los costos de reducir el consumo de un bien declarándolo ilegal y castigando a sus productores –como es el caso de la droga–, Gary Becker llega a la conclusión de que un impuesto monetario resulta más eficaz para reducir la producción y aumentar el precio que la más contundente represión que se pudiese ejercer con medios legales. Por eso, junto con otros especialistas que firman el trabajo, señala que un camino más humano, más inteligente y menos costoso para hacer frente a este problema de la droga es el de la legalización regulada con impuestos y gasto intensivos
en educación y prevención.

Y no está solo. Un profesor de la Universidad de Harvard, Jeffrey Miron, firma un estudio junto con otros 500 economistas que intenta responder a la pregunta ¿cuánto cuesta en Estados Unidos la prohibición del consumo de marihuana, y cuánto se podría ahorrar si se reemplazara la prohibición por un esquema de control e impuestos? La idea del trabajo era comparar la política actual con un esquema similar al que se utiliza para el tabaco y el alcohol. Y el resultado fue que podrían ahorrarse 7.000 millones de dólares cada año, a lo que habría que sumar 6.000 millones más de impuestos. No resulta extraño entonces que tilden la guerra contra las drogas de extremadamente costosa, que no genera beneficios significativos para la sociedad y que existen demasiadas evidencias de los graves efectos colaterales que genera. Su demanda de legalización no está basada, curiosamente, en el argumento de las libertades individuales, sino más bien, dice, se trata de una asunto de humanidad. Es inhumano que se continúe con una política que produce más muertes que las vidas que salva.

La misma Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (Unodc) destaca la necesidad de apostar por las medidas preventivas y terapéuticas para evitar que el abuso de los narcóticos se convierta en una insufrible carga de salud, social y financiera. “Cada euro invertido en tratamiento y prevención de abuso de drogas ahorra de 7.000 a 10.000 euros de gastos en materia de salud y delincuencia relacionados con este problema”, asegura Antonio María Costa, director de la Unodc. Aunque advirtió que mientras persista la demanda de narcóticos –que actualmente rebasa las 450 toneladas de heroína y casi el doble de cocaína al año–, estas sustancias seguirán produciéndose. “Ya sea en Afganistán, en Colombia, o en cualquier otra parte”.

En este sentido, añade Costa, la lucha contra las drogas necesita el mismo tipo de consenso alcanzado para combatir el tabaquismo, en el que participa el grueso de la sociedad. Un consenso que no ha derivado en declarar ilegal el tabaco y que, sin embargo, se está mostrando bastante eficaz en la reducción de su consumo.

Hay quien piensa –como Antonio Escohotado, autor de Historia general de las drogas– que la guerra contra ellas lo que realmente delata es el miedo al placer. Sin embargo, el consumo de drogas siempre ha estado socialmente limitado por tabúes y restricciones sociales. Pues aunque la existencia deuna prohibición global de determinadas drogas es un fenómeno del siglo XX, lo cierto es que la existencia de sanción social de ciertas formas de ebriedad es muy antigua.

Cuenta Escohotado que hacia el siglo VI antes de Cristo, Hipócrates –creador de la medicina científica– recomendaba “dormir sobre algo blando, embriagarse de cuando en cuando y entregarse al coito cuando se presente ocasión”. Preconizaba opio para tratar la histeria y concebía la euforia (de eu phoria: “ánimo correcto”) como algo terapéutico.

Para él, como para Teofrasto y Galeno, las drogas no eran sustancias buenas o malas, sino “espíritus neutros”, oportunos o inoportunos atendiendo al individuo y a la ocasión.

Pero la degradación ética y la huida de la realidad que propiciaba el abuso de ciertas drogas ya era socialmente condenado desde tiempos muy remotos. Y ecos de ese reproche se remontan al primer imperio egipcio prosiguen en la vieja religión indoirania y llegan a la cuenca mediterránea como dilema: ¿Quiso Dioniso-Baco regalar a los mortales algo que enloquece o algo que ayuda a vivir?

Cuando la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) le pregunta a los españoles por qué consumen drogas, el 59% aseguran que lo hacen “por diversión”. Hay otros datos en el estudio sobre La percepción social de los problemas de drogas en España que llaman la atención: casi la mitad de los encuestados de entre 15 y 65 años probaron sustancias peligrosas por “moda y presión de los amigos”, mientras que el 37% lo hicieron buscando “el placer de lo prohibido”. “Nuestra sociedad está inmersa –valora Ignacio Calderón, director de la FAD– en una tendencia al debilitamiento de la visión de los riesgos de las drogas. Pues para el 56% de los entrevistados las drogas tienen ‘algún beneficio’, mientras que para el 34% el cannabis es una ‘droga controlable’ y el 11% consideraron que el éxtasis ‘se puede manejar sin riesgos’. Esta situación se debe a que en la sociedad se están promoviendo valores en los jóvenes como el individualismo, el yo, el ahora, no tener preocupaciones, pasarlo guay, a tope, beber, bailar, la cocaína... sin pensar en que existen consecuencias”.

Un problema de valores Para Calderón, el peligro es que ante las drogas se adopte una actitud de indiferencia, pues estamos ante lo que define como un fenómeno complejo: “Sin una solución única, por lo que todos los sectores (padres, escuelas, autoridades y organizaciones) deben trabajar desde su parcela”.

Un campo de batalla en el que las medidas represivas no hacen más que esconder el problema debajo de la alfombra. Cuando este pasado año, Elena Salgado, ministra de Sanidad, presentó la nueva campaña de su departamento dirigida a menores de 18 años bajo el lema Drogas: hay trenes que es mejor no coger, llamaron la atención las cifras que sobre el incremento del consumo de estas sustancias ofreció a continuación: en la última década se había multiplicado por cuatro el consumo de cocaína entre los jóvenes de 14 a 18 años.

Las continuas campañas contra su uso y el hecho de que su posesión esté penalizada no parece que hayan conseguido detener la facilidad con la que los jóvenes tienen acceso a las drogas ilegales. Quizás porque la batalla que librar se encuentre situada en el campo de los valores. La filósofa M.ª Ángeles Almacellas, autora de Educar la inteligencia. Descubrimiento de los valores a través de la literatura y el cine, apunta en esta dirección: “La sociedad actual organiza campañas antidroga y grandes programas de prevención de adicciones y de enfermedades de transmisión sexual. Pero, paradójicamente, de todos los modos posibles fomenta el hedonismo, el apego a los beneficios inmediatos y el utilitarismo. La contradicción es manifiesta y, en consecuencia, no cabe esperar más que el fracaso, y la crisis de valores que estamos padeciendo”.

21-I-07, Manuel Díaz Prieto, lavanguardia