eficaç política brasilenya contra la pobresa

El Gobierno brasileño acaba de aprobar la segunda fase de su programa de viviendas sociales Mi Casa, mi Vida, para el periodo 2012-2014. Se trata de ampliar en dos millones de unidades el objetivo de un millón trazado la etapa anterior, que arrancó el 2009 y debe acabar este año. El plan subsidia a las familias más necesitadas con la financiación sin intereses de pisos y casas a bajo precio. La cuota para los más desfavorecidos, en zonas con suelo barato, puede bajar de diez euros al mes. Pero hay retrasos, problemas y quejas. Aunque los contratos firmados para la primera fase superan ya la meta prevista, el volumen de entregas ronda el 25%. Muchos beneficiarios han denunciado deficiencias de calidad en la construcción; alejamiento de los servicios o falta de transporte. El alza en los precios inmobiliarios en Brasil está dificultando el proyecto. El Ejecutivo ha tenido que elevar los techos de coste de las viviendas. Pero las constructoras siguen viéndolos poco realistas. Es la gran paradoja: los programas sociales han favorecido el crecimiento, pero este ha traído más inflación (sobre todo en el ladrillo). Y ahora algunos programas salen demasiado caros.

No todo está perdido. En tiempos de crisis mundial, pesimismo globalizado y hambrunas galopantes, vale la pena recordar y poner al día el ejemplo de un país en crecimiento, Brasil, que ya ha ganado algunos asaltos a la miseria. Su estrategia tiene puntos débiles y su éxito se exagera a veces, pero los avances son innegables y han convertido la experiencia en un modelo para el mundo.

Aunque haya que tomarlos con cautela, los grandes números de ese avance son notables. Según los datos oficiales, 28 millones de brasileños han salido de la pobreza extrema y 36 millones han ascendido a la "clase media" en el último decenio con ayuda de los programas sociales activados durante el mandato del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y continuados por su sucesora, Dilma Rousseff. Un progreso apreciable para una población de 194 millones de habitantes, hasta hace poco vista como paradigma de la desigualdad.

Conviene hacer precisiones. En Brasil se etiqueta de "clase media" a las familias con ingresos de entre 720 y 2.400 euros al mes, o bien a los individuos cuya renta per cápita oscila entre los 132 y los 575 euros (depende la clasificación que uno elija). Y allí casi todo es más caro que en España, especialmente los productos importados y la vivienda en las grandes ciudades. Por otro lado, y pese a la evidente mejora, más de 16 millones de brasileños sobreviven aún con unos ingresos familiares inferiores a 31 euros al mes; de ellos, 10 millones habitan en hogares con una renta de menos de 17,5 euros.

La situación era mucho peor antes de ponerse en marcha el programa estrella de LulayRousseff,denominado Bolsa Familia y basado en la transferencia directa de ayudas a los más desfavorecidos: entre 14 y 107 euros mensuales, según las necesidades. El dinero se entrega a las madres, pero no sin condiciones. Los hijos en edad escolar tienen que ir al colegio, los calendarios de vacunación deben cumplirse a rajatabla y las mujeres embarazadas han de someterse a estricto control médico. Las dotaciones llegan a 12 millones de familias y se acompañan con cursos de capacitación, tanto para los gestores del plan como para sus beneficiarios.

A fin de reforzar y aumentar la eficacia de las ayudas, la presidenta aprobó en junio el plan Brasil sin Miseria, que extenderá los subsidios a 800.000 familias hasta ahora excluidas. La ampliación afecta a 1,3 millones de menores de 15 años. El presupuesto anual es de 8.800 millones de euros. "Ya no esperaremos a que los pobres nos busquen; es el Estado el que debe salir a buscar la miseria", dijo la mandataria al lanzar el proyecto. Las ayudas directas se completarán con inversiones en salud, educación, saneamiento y formación profesional.

Ninguno de estos programas estaría funcionando como lo hace sin una buena coordinación entre las administraciones involucradas, pero tampoco sin contar con la sociedad. Para afinar la participación social, 62 organizaciones civiles fundaron en mayo el movimiento Brasil sin Pobreza, en cuyo espectro entran abogados, médicos, educadores, religiosos y representantes de los indios del Mato Grosso, entre otros. "El Gobierno no puede hacerlo solo", dice el secretario ejecutivo del colectivo, Ulisses Riedel.

Otro punto esencial de los programas es el carácter inmediato y directo de las ayudas, distribuidas mediante una tarjeta personal de débito que también facilita el acceso a microcréditos. El hecho de que no haya intermediarios no sólo ahorra dilaciones y costes burocráticos, sino que evita chantajes y corruptelas: un aspecto que se ha de tener muy en cuenta en un país donde la mordida es pan de cada día. Así, por ejemplo, la Fiscalía investiga el desvío de millones de euros mediante comisiones ilegales de hasta el 50% en los contratos de las obras para reconstruir los pueblos afectados por las lluvias de enero en Río, que dejaron 900 muertos.

El modelo brasileño de lucha contra la miseria no es del todo original, pues el concepto de Bolsa Familia se basó en el plan Oportunidades de México. Sin embargo, son las iniciativas de Lula y Rousseff las que están tomándose como ejemplo en otros países - 40, según el Gobierno-,incluido EE. UU. La ONU, el Banco Mundial y el FMI, pero también muchas oenegés, elogian los logros cosechados.

La fórmula funciona porque existen recursos y un Estado fuerte que puede y quiere gestionarlos adecuadamente, de modo que no todos los países pueden copiarla fácilmente. Pero en la medida en que mejora la formación y favorece la independencia económica de los beneficiarios, el sistema está impulsando a su vez el crecimiento económico y desarrollo humano del país. Y ese es un círculo virtuoso que merece ser imitado en todas partes.

11-VIII-11, F. García, lavanguardia