reforma del sistema electoral, o contrareforma de lŽEstat?

Al poco de llegar a Madrid, en la primavera  del 2004, tuve una larga conversación con un personaje del Partido Popular -un hombre de altas cualidades intelectuales- que había ejercido importantes responsabilidades en el tiempo de José María Aznar. Recuerdo bien aquella conversación. Fue mi bautizo en Madrid. Fue la primera vez que intuí el revés de la trama.



La recuerdo muy bien porque me di cuenta de la enorme distancia entre los lenguajes de Madrid y Barcelona. No los idiomas; la diferencia de códigos entre la ciudad en la que, desde hace siglos, se asienta el poder del Estado y una Barcelona con medio poder y muchas ensoñaciones. Lo recuerdo bien. Una larga sobremesa en un restaurante de El Viso.

- ¿Cuál era vuestro proyecto de haber ganado las elecciones?, pregunté.

- Dejar tumbado a Zapatero con su delirante alianza con Esquerra Republicana, para pactar con el PSOE la única reforma constitucional que procede en España, que es la reforma de la ley electoral. Implantar una ley electoral como la alemana, que exige un porcentaje mínimo a nivel nacional, con el consiguiente cambio de dinámica en Catalunya y el País Vasco, sobre todo en Catalunya, donde lo más razonable sería el modelo CDU-CSU (la alianza estable de la derecha bávara con la unión demócrata cristiana alemana).

Me acuerdo tanto de esa conversación -mi interlocutor, un castellano impecable, fue adquiriendo el afilado perfil de un personaje del Greco a medida que avanzaban las sombras de la tarde-, que este pasado sábado pegué un respingo al oír como Alfredo Pérez Rubalcaba proponía la reforma de la ley electoral con acento alemán. Me hallaba en los sótanos del palacio municipal de Congresos de Madrid, en un rincón de la sala de prensa, porque a Rubalcaba hay que escucharle siempre con mucha atención. Con el timbre irónico de aquel profesor que sabe que más de la mitad de sus alumnos no acaba de captar el alcance de la lección, el primer ministro añadió: "Propondré la reforma de la ley electoral y he de deciros que a mí me gusta mucho el modelo alemán".

Caray. España, país de federalismo vergonzoso - puesto que el engendro del Estado de las autonomías, hijo de la improvisación y el apaño, jamás de los jamases será federal-; país sin federalistas, que se parte de risa cada vez que recuerda la locura de la Primera República, se pone a pensar - ¡en plena crisis económica!-en la ley electoral que regula el más equilibrado de los estados federales europeos. Caray, caray, caray. El sábado volví a tener noticia del revés de la trama.

La ley electoral alemana hace honor a la ingeniería tedesca. Es un engranaje muy complejo - tanto que el Tribunal Constitucional ha exigido a los legisladores que introduzcan mayor claridad en su articulado-,que podría resumirse de la manera siguiente. Los electores depositan dos papeletas. Con la primera eligen de manera directa al diputado de su pequeña circunscripción, y con la segunda votan una lista de partido en colegio regional (länder).En este segundo escrutinio, para obtener un número de diputados adecuadamente proporcional a los votos recibidos, los partidos tienen la obligación de superar el límite del 5% en todo el territorio nacional; por debajo de ese umbral, menos diputados. Ese mecanismo redujo, por ejemplo, la representación del Partido del Socialismo Democrático (hoy Partido de la Izquierda), inicialmente radicado en los länder del Este, por ser hijo del antiguo partido comunista de la RDA.

La traslación de la ley electoral alemana a España reduciría de manera sensible la representación parlamentaria de Convergència i Unió y del Partido Nacionalista Vasco, rebajaría los humos catalanistas que aún quedan en el PSC, y supondría, reforma constitucional mediante, un verdadero cambio de régimen. Una nueva arquitectura.

Caray, Rubalcaba, cuánto juego que va a dar el 15-M.

11-VII-11, Enric Juliana, lavanguardia