Dadaab, el més gran camp de refugiats del món

... campamento de Dadaab, en el este de Kenia, a 60 kilómetros de la frontera con Somalia y abierto hace más de 20 años para acoger a los refugiados de la guerra somalí que huyen de su país por el conflicto armado y el hambre. Aunque el 97% de los refugiados son de Somalia, el resto ha llegado desde Uganda, Sudán, Congo y otros países africanos. Pese a que su fundación se remonta a 1991, unos 6.000 niños son nietos de los primeros refugiados que se asentaron en Dadaab... Está preparado para albergar a unas 90.000 personas, pero puede llegar en muy pocas fechas a las 400.000. Las migraciones masivas que se están produciendo en la zona y que se calculen en alrededor de 2.000 al día las personas que llegan a los tres asentamientos de Dadaab han desbordado el que ya es el mayor campo de refugiados del mundo...

  

El campo de refugiados de Dadaab está compuesto por tres asentamientos; Dagahaley, Ifo y Hagadera. Cada uno de ellos tiene una extensión equivalente a 900 campos de fútbol.

HISTORIA. El campo se fundó en 1991 en el este de Kenia para acoger a personas que huían de la guerra civil de Somalia.

CAPACIDAD. Está preparado para albergar a 90.000 personas, pero la semana pasada llegó a un total de más de 380.000.

EXTRARRADIO. En las últimas semanas, más de 30.000 personas se han instalado en las afueras de cada asentamiento, ocupando una extensión equivalente a 460 campos de fútbol.

CALOR EXTREMO. En el campo de Dadaab es habitual alcanzar los 50 grados de temperatura durante el día.

Envuelto en una esterilla no parece de verdad. El cadáver de un bebé de apenas un año descansa sobre un banco de madera en una habitación vacía. Su madre se sienta en la esquina opuesta, como si deseara que el asunto no fuera con ella, con la mirada perdida y sus otros dos hijos agarrados a su túnica. El mayor, de unos cinco años, viste unos pantalones gastados con el escudo del Barça bordado en la pernera. La madre llora sin verter lágrimas y tuerce el labio inferior de dolor. Los dos niños la miran curiosos sin hacer ruido. Sólo beben agua, con ansia, cuando se les ofrece. Luego vuelven a su silencio interrogador. Nadie repara en sus rostros agotados y sus piernas afiladas por el hambre y por casi 30 días de travesía para llegar hasta aquí. El más pequeño ha muerto a las puertas del almacén de comida y una fuente con agua.

El centro de acogida de Dagahaley, uno de los tres asentamientos que conforman Dadaab, el mayor campo de refugiados del mundo situado en la frontera de Somalia y Kenia, está desbordado. A la violencia del conflicto somalí, sumido en el caos desde hace 20 años, y el abuso sobre la población de Al Shabab, grupo fundamentalista radical que controla gran parte del país, se une desde hace semanas una severa sequía que golpea el Cuerno de Áfricay anuncia catástrofe: es la peor sequía de los últimos 60 años. La Unicef advirtió el jueves que nueve millones de personas están en riesgo por la falta de lluvia y necesitan ayuda humanitaria urgente. La semana pasada fue la peor en Dadaab. Fundado en 1991 para albergar 90.000 refugiados del conflicto somalí, según personal de la ONU y varias oenegés el campo ha recibido en los últimos días unas 2.000 personas cada día, más del triple que hace un mes. El drama olvidado de los refugiados del este africano viene de lejos e irá a más. La población del campo ya ha alcanzado los 380.000 habitantes. Trabajadores humanitarios calculan que a finales de año se puede superar el medio millón.

La situación es insostenible.

Por eso Isho Fillow, de 30 años, convierte cada una de sus respuestas en un puñal. "Llegué hace dos días con tres hijos. Uno se quedó con Dios durante el viaje. Caminamos 25 días más o menos. Allí la sequía nos mató los animales, pero aquí no tenemos nada. Si no llueve, nos morimos todos. Hay poca agua, poca comida y somos muchos, cada vez más", dice. Sus pómulos marcados en la cara, su delgadez extrema y la piel seca por un sol abrasador - hasta 50 grados-es la de todos los nuevos refugiados.

El jueves pasado la policía disparó contra una manifestación de refugiados que protestaba porque unas excavadoras habían arrasado sus tenderetes junto a la carretera. El Programa Mundial de los Alimentos necesitaba abrir una vía para pasar sus camiones y el Gobierno keniano actuó sin contemplaciones. Hubo al menos tres muertos por balas y una decena de heridos junto al campo de Dagahaley.

Los incidentes provocaron más dolor. El viernes las agencias de las Naciones Unidas no brindaron ayuda a los refugiados por motivos de seguridad. El sábado, aunque se abrió el centro de registro, no se repartió comida de primera necesidad a los recién llegados. Una trabajadora de la agencia se encogía de hombros: "No habrá comida hasta que todo se arregle, quizás el jueves", decía.

En Dadaab la dependencia de las organizaciones humanitarias es casi total y las proporciones de la crisis han cogido a la mayoría con el pie cambiado. Los hospitales están llenos - hay muchos casos de desnutrición severa en niños o enfermedades relacionadas con la falta de hidratación-,el agua no es suficiente para todos y las raciones de comida no alcanzan. Tras registrarse nada más llegar, un refugiado recibió hace unos días una tarjeta para obtener comida el 4 de agosto. Cuarenta y dos días después de su llegada.

Todo parece moverse a otro ritmo en Dadaab. El calendario y el tiempo tienen un significado diferente para quienes viven allí. Incluso cuando el viento levanta una nube de polvo, el campamento de refugiados adquiere un aire irreal. Como si fuera la luna. En una extensa planicie de arena y arbustos se desparraman cientos de miles de iglús de paja y ramas. En los barrios viejos, donde viven quienes llegaron hace años, hay cabañas de adobe con un cerco de ramas secas alrededor. Los más afortunados han puesto plásticos blancos de la ONU en el techo o puertas hechas de latas de comida donada por EE. UU.

Abdelaziz Jadar no va sobrado de suerte. Llegó hace diez días con sus dos mujeres, sus tres hijos y una hermana. Caminaron durante 28 días, sortearon los abusos de los soldados y bandidos de la frontera pero el sufrimiento no acabó en Dadaab . "Teníamos un burro pero nos lo robaron unos ladrones. Quería vender madera a los otros refugiados, ahora ya no podré", lamenta. Para conseguir agua, tienen que andar tres kilómetros hasta la fuente más cercana y esperar. A veces una de sus mujeres se pone en la fila por la mañana y vuelve por la tarde sin nada en la garrafa. Son demasiados. Apenas hay dieciocho puntos de agua en todo Dadaab. Dieciocho fuentes para una población similar a la de la ciudad de Bilbao. Y no siempre funcionan. La mujer de Jadar consiguió llenar 20 litros hace tres días y de eso viven, de un litro y medio por persona y día.

Etiopía ha abierto desde el 2009 tres nuevos campos en el sudeste del país para acoger a los refugiados que huyen de Somalia. Los campos de Bokolmanyo (abierto en abril de 2009) y Malkadida (en febrero de 2010), con capacidad para 70.000 personas, están ya al completo. El 24 de junio del 2011 se ha abierto un nuevo campo en Kobe para dar cabida al flujo incesante de refugiados. Estos campos se suman a otros tres que Etiopía había abierto anteriormente para absorber el éxodo somalí. En estos momentos Etiopía alberga a unos 130.000 refugiados de Somalia. De ellos, unos 55.000 han llegado al país en el 2011. El 60% de los niños (y el 26% de todos los refugiados) llegan desnutridos.

Las malas noticias tienen muchas caras en Dadaab. Desde el rostro de los niños malnutridos o los ancianos que apenas se sostienen en pie hasta la mujer violada durante su travesía que miente cuando le preguntan quién es el padre de su próximo bebé. A los médicos es difícil mentirles. Otros arrastran otra pena diferente desde hace años. Mohamud Jama es el jefe de los refugiados de Dagahaley. Llegó en 1993, creció en Dadaab y allí conoció a su mujer. Su hijo Abdulaye nació en el campo hace once años.

El Gobierno keniano no permite que los refugiados se integren en la sociedad. Si la policía les detecta fuera de la zona de confinamiento, los multa, detiene o incluso puede llegar a expulsarlos ilegalmente. "La situación es cada vez peor, pero aunque nos queramos marchar no podemos. Hemos sacrificado nuestra libertad para sobrevivir. Y ahora vivimos en una cárcel con el techo azul del cielo", dice Mohamud.

4-VII-11, X. Aldekoa, lavanguardia

Varios refugiados somalíes denuncian que la milicia islamista radical Al Shabab aumenta la presión sobre la población del país. Y además de prohibir cantar, bailar, cortarse la barba e incluso ver partidos de fútbol bajo pena de muerte, también amenaza a las organizaciones internacionales.

El año pasado, Al Shabab exigió a la ONU que cumpliera 11 cláusulas si quería distribuir alimentos en Somalia. Entre las exigencias: sustituir a las trabajadoras humanitarias en terreno somalí por hombres; nada de películas ni de alcohol, y prohibido descansar los domingos y celebrar Fin de Año.

Abdi Aden es valiente como un león. No le queda otra. Mientras ajusta las correas de cuerda de su burro, se quita el miedo del cuerpo a fuerza de explicar los detalles de su historia. La noche anterior una hiena atacó a uno de sus tres hijos y destrozó parte de su refugio improvisado, una media esfera irregular construida con arbustos bajo un árbol muerto. "Habíamos oído sus aullidos las noches anteriores, pero hasta anoche - por el pasadojueves-no se acercó. Rompió nuestra casa e intentó morder a mi hijo. Tuve que salir y espantarla con un palo. Es difícil porque se trata de un animal grande, pero mi obligación es defender a mi familia", explica.

Aden tardó poco en darse cuenta de que llegar a Dadaab no iba a solucionar todos sus problemas. Es uno de los más de 30.000 refugiados que se agolpan en el extrarradio de cada uno de los tres asentamientos del campo de refugiados y no tienen siquiera un refugio en el que dormir tranquilos.

Aunque los ataques de hienas a los refugiados que viven en los márgenes del campo no son demasiado frecuentes, sí son metáfora salvaje de la vulnerabilidad y falta de protección de los recién llegados. "Muchos tienen miedo de que algún animal les ataque, sobre todo las mujeres que están solas o los niños porque no se pueden defender bien. Si tuviéramos sitio dentro del campo no habría problema, pero nos dicen que no cabemos", comenta.

Pese a las hienas, Aden no piensa volver a su hogar en la ciudad somalí de Sirko. Tuvo buenos motivos para huir de su país. No es sólo la violencia y el colapso económico y social que azota Somalia desde la caída del dictador Said Barré en 1991, tampoco la sequía atroz que desde hace 24 meses agrieta sus tierras y mata a su ganado; también está Al Shabab. "Nos exigen el pago de tasas y una vez vino un grupo de sus hombres y nos robaron tres cabras. Las cocinaron y se las comieron allí mismo. Si protestabas, te amenazaban con matarte. Por eso nos fuimos", explica. El extremismo del grupo islamista y sus continuos abusos sobre una población ya castigada por la pobreza despiertan críticas cada vez menos tímidas.

Garad Kuktar Ahmed vive a una veintena de metros de Aden y comparte su indignación. "Al Shabab prohíbe hacer muchas cosas y debes cumplir todo lo que dicen; si no, es peligroso. No quieren que bailes ni cantes, quieren que seas silencioso y no protestes. Eso no está bien", afirma. Garad llegó hace una semana a Dadaab con su madre, dos mujeres y sus ocho hijos. Caminaron veinte días y más de una noche oyeron el gruñido de animales salvajes. Tampoco él volverá nunca a Somalia. "Jamás, allí hay guerra y violencia, no hay agua y hemos perdido nuestros animales. ¿Si tengo que escoger entre las hienas o Al Shabab? Prefiero las hienas sin duda", dice.

4-VII-11, X. Aldekoa, lavanguardia